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Sabía que era un soñador y que por esa razón se había abandonado así a Linda a pesar de que ella era demasiado joven, demasiado segura de sí misma, demasiado egoísta. Era consciente de que ella no se quedaría en Fjällbacka y de que no tenían ninguna posibilidad de futuro común. Pese a todo, al soñador que llevaba dentro le costaba aceptar aquello. Ahora había aprendido.

Johan se prometió a sí mismo que se enmendaría. Intentaría ser como Robert: atrevido, duro, invencible. Robert siempre caía de pie. Nada parecía afectarle. Lo envidiaba.

En medio de sus cavilaciones, oyó a su espalda un ruido que lo hizo volverse, convencido de que era Robert. De repente, una mano atenazó su garganta y Johan perdió el resuello.

– No te muevas o te retuerzo el cuello.

Johan reconoció vagamente la voz, pero no la situaba. Cuando le soltaron la garganta, se vio arrojado con violencia contra la pared. El aire escapó de golpe de sus pulmones.

– ¿Qué coño haces? -Johan intentaba darse la vuelta, pero alguien lo tenía fuertemente agarrado y le apretaba la cara contra la fría pared de hormigón.

– Cierra el pico -ordenó la voz, implacable. Johan consideró la posibilidad de gritar y pedir ayuda, pero no creía que lo oyesen en la casa.

– ¿Qué demonios quieres? -apenas podía hablar con la mitad del rostro aplastado contra la pared.

– ¿Qué quiero? Tranquilo, te lo voy a explicar ahora mismo.

El agresor le expuso sus condiciones y, en un primer momento, Johan no comprendió nada. Sin embargo, cuando se volvió y se vio cara a cara con la persona que le había atacado, todo encajó de pronto. Un puño cerrado se estrelló contra su cara, señal de que el individuo iba en serio. Sin embargo, su espíritu rebelde se resistía.

– ¡Vete al diablo! -farfulló Johan. Un líquido viscoso que sólo podía ser sangre empezó a llenarle la boca y sus pensamientos flotaban como en una nebulosa, pero se negó a retroceder.

– Harás lo que te digo.

– No -balbuceó.

Entonces le sobrevino una lluvia de golpes. Fueron cayendo sobre él sin interrupción, hasta que una oscuridad infinita lo engulló.

La finca era una maravilla. Martin no pudo por menos de admitirlo cuando abordaron la tarea de registrar la casa y la intromisión en la vida privada de Jacob y su familia. El interior de la vivienda lucía con colores suaves, las habitaciones irradiaban calidez y sosiego, y tenían un sello rural de blancos tapetes de lino y delicados visillos. A él le hubiese gustado tener una casa así. Ahora, en cualquier caso, él y sus colegas debían perturbar toda aquella paz. De forma sistemática, fueron revisándola palmo a palmo. Nadie hablaba, todos trabajaban en silencio. Martin se concentró en la sala de estar. Lo más frustrante era que no sabían qué buscaban exactamente y que, incluso aunque viesen algún rastro de las chicas, no estaba seguro de que lo identificasen como tal.

Por primera vez desde que él mismo empezase a abogar por la tesis de que Jacob era el hombre que buscaban, sintió crecer la duda en su interior. Era imposible imaginar que alguien que viviese en aquel entorno, con tanta paz a su alrededor, quisiera quitarle la vida a un semejante.

– ¿Qué tal os va ahí arriba? -les preguntó a los policías que registraban el piso superior.

– Nada, por ahora -respondió alguno de ellos.

Martin lanzó un suspiro y siguió abriendo cajones y rebuscando entre todos los objetos.

– Voy a salir a buscar en el granero -le dijo a su colega de Uddevalla que le ayudaba en la planta baja.

El ambiente fresco del cobertizo era una bendición. Entendía perfectamente que Johan y Linda lo hubiesen convertido en su lugar de encuentro. El olor a heno le cosquilleaba en la nariz y le traía a la memoria el recuerdo de los veranos de la infancia. Subió los peldaños de la escalera hasta la parte alta del granero y miró por entre las rendijas de los maderos. En efecto, desde allí se veía Västergården perfectamente, tal y como les había dicho Johan. No sería difícil reconocer a alguien desde esa distancia.

Martin volvió a bajar. Allí no había nada, salvo unos viejos aperos de labranza abandonados y corroídos por el óxido. No creía que encontrasen nada allí tampoco pero, aun así, les pediría a sus colegas que lo revisaran bien. Salió del granero y echó un vistazo a su alrededor. Aparte de la casa y el propio granero, les quedaba un pequeño cobertizo y una casita de juegos por inspeccionar, pero tampoco abrigaba la menor esperanza de encontrar nada allí. Eran demasiado pequeños para poder albergar a una persona; pero, por si acaso, los mirarían también.

El sol le quemaba la coronilla y le llenaba la frente de sudor. Echó a andar hacia la casa para continuar con el registro, aunque el entusiasmo con que había emprendido la tarea aquella mañana empezaba a enfriarse. Se le encogía el corazón al pensar que Jenny Möller estaría en algún lugar, pero no allí.

También Patrik había empezado a descorazonarse. Tras un par de horas de interrogatorio, seguían sin sacar nada en claro de Jacob. Parecía sinceramente conmocionado ante la noticia de que Johannes hubiese sido asesinado y se negaba a decir nada, salvo repetir que estaban acosando a su familia y que él era inocente. Patrik no cesaba de mirar el móvil que, sobre la mesa, como burlándose de él, se negaba a sonar. Necesitaba desesperadamente recibir alguna buena noticia. Sabía que no obtendrían ningún resultado de los análisis de sangre hasta la mañana siguiente, como muy pronto, de modo que tenía sus esperanzas puestas en Martin y el equipo que efectuaba el registro en Västergården, pero no llamaban. De hecho, no lo hicieron hasta las cuatro de la tarde, cuando Martin le informó abatido de que no habían encontrado nada y que se marchaban. Patrik le hizo a Gösta un gesto para que saliese con él de la sala de interrogatorios.

– Era Martin. No han encontrado nada.

La chispa de la esperanza se apagó en los ojos de Gösta.

– ¿Nada?

– No, nada de nada. Así que no parece que tengamos otra solución que soltarlo. ¡Mierda! -Patrik dio una palmada de frustración contra la pared, pero se calmó enseguida-. Bueno, esto es transitorio. Espero que mañana nos llegue el informe de los análisis de sangre y entonces quizá podamos detenerlo de una vez.

– Sí, pero imagínate lo que puede hacer hasta mañana. Sabe lo que tenemos y, si lo soltamos, no tiene más que ir y matar a la chica.

– Cierto, pero ¿qué demonios podemos hacer si no? -la frustración de Patrik se tornó en ira, pero comprendió que era injusto pagarlo con Gösta y se disculpó enseguida-. Bueno, haré un último intento de obtener alguna noticia de los análisis antes de que lo soltemos. Puede que hayan tenido tiempo de sacar en claro algo que nos sea de utilidad. Saben lo urgente que es y por qué, así que esos análisis son lo primero de la lista.

Patrik entró en su despacho y marcó el número del Instituto Forense desde su teléfono fijo. A esas alturas se lo sabía de memoria. Al otro lado de la ventana, los coches circulaban sin cesar, como de costumbre bajo el sol estival, y sintió envidia de los veraneantes que, ignorantes de todo, pasaban por allí en sus coches cargados de artilugios de playa. A él también le habría gustado no saber nada de todo aquello.