– Pareces estar bastante seguro de que los esqueletos que encontramos corresponden a esas dos mujeres.
– Bueno, seguro, seguro… Me guío por la ley de la probabilidad. Tenemos a dos mujeres desaparecidas a finales de los setenta, y ahora nos encontramos dos esqueletos que parecen tener ya unos cuantos años. ¿Cuál es la probabilidad de que no sea más que una coincidencia? Seguro no estoy, y no podremos saberlo con certeza hasta que no se haya pronunciado el forense. Pero ya me encargaré de que tenga acceso a esta información lo antes posible.
Patrik echó un vistazo al reloj.
– Demonios, será mejor que me dé prisa. He prometido llegar temprano a casa hoy. Tenemos visita, un primo de Erica, y tengo que comprar unas gambas para esta noche. ¿Puedes encargarte de que le llegue esta información al forense? Y habla con Ernst cuando llegue, por si ha averiguado algo interesante.
El calor cayó sobre Patrik como una losa en cuanto salió de la comisaría, así que se apresuró dando grandes zancadas para llegar hasta el coche y poner cuanto antes el aire acondicionado. Si aquella temperatura lo dejaba transpuesto a él, no quería ni imaginarse lo que sufriría Erica, pobrecilla.
Era mala suerte que les llegase visita ahora precisamente, pero comprendía que a ella le resultaba difícil decir que no. Y puesto que la familia Flood se marcharía al día siguiente, sólo perderían una noche. Puso el aire acondicionado al máximo y emprendió el camino a Fjällbacka.
– ¿Has hablado con Linda?
Laine se retorcía las manos con nerviosismo. Era un gesto que él había terminado por detestar.
– No hay mucho de que hablar. Sólo tiene que hacer lo que le digamos.
Gabriel ni siquiera alzó la vista, sino que continuó tranquilamente con sus cosas. Había utilizado un tono brusco, pero Laine no era de las que callaban tan fácilmente… por desgracia. Durante muchos años había deseado que su esposa se inclinara por callar más que por hablar. Tal actitud obraría milagros en su personalidad.
Gabriel Hult, por su parte, tenía el alma y el corazón de un contable. Adoraba cuadrar el debe y el haber, y, al final, conseguir el equilibrio, y detestaba con todas sus fuerzas lo que estaba relacionado con los sentimientos y era ajeno a la lógica. La pulcritud era su lema y, pese al calor estival, vestía camisa y traje, cierto que de una tela algo más fina, pero igual de correcto. Con los años había ido perdiendo algo de su oscuro cabello, pero lo llevaba peinado hacia atrás, sin pretender, en modo alguno, ocultar la parte calva del centro. Las gafas redondas eran el punto sobre la i, siempre instaladas en el extremo de la nariz, lo que le permitía mirar por encima de las lentes y con condescendencia a sus interlocutores. Lo que estaba bien, estaba bien, había sido la máxima de su vida, y lo que más deseaba en el mundo era que la gente que tenía a su alrededor hiciese lo mismo. En cambio, los demás parecían dedicar toda su energía y sus esfuerzos a alterar su perfecto equilibrio y a hacerle la vida imposible. Todo sería mucho más sencillo si simplemente hicieran lo que él decía, en lugar de inventar un montón de tonterías de su propia cosecha.
El gran motivo de preocupación de su vida en aquellos momentos era Linda. La adolescencia de Jacob no había sido tan problemática, ¡dónde va a parar! En el mundo ideal de Gabriel, las chicas eran más tranquilas y más dóciles que los chicos. Y, sin embargo, ellos se habían encontrado con un monstruo adolescente que decía a cuando ellos decían b y que, en términos generales, hacía lo posible por destrozar su vida en el menor tiempo posible. Él no creía lo más mínimo en aquella absurda ocurrencia de convertirse en modelo. Claro que la niña era mona, pero, por desgracia, había heredado el cerebro de su madre y no sobreviviría ni una hora en el duro mundo de la moda.
– Ya hemos discutido sobre esto en otras ocasiones, Laine, y no he cambiado de opinión desde la última. No quiero ni oír hablar de que Linda vaya a hacerse fotos en el estudio de un fotógrafo sospechoso, que lo único que quiere es verla desnuda. Linda tiene que estudiar y no se hable más.
– Sí, pero dentro de un año tendrá dieciocho y entonces podrá hacer lo que quiera, de todos modos. ¿No sería mejor que la apoyásemos ahora, en lugar de arriesgarnos a que desaparezca de nuestro lado para siempre en cuanto pase ese tiempo?
– Linda sabe de dónde sale el dinero que tiene y me sorprendería mucho que se marchase a ninguna parte sin haberse asegurado antes unos ingresos suficientes y constantes. Y, si sigue estudiando, los tendrá. Le he prometido que le enviaré dinero todos los meses si continúa con los estudios y pienso mantener mi promesa. Y ya no quiero hablar más de este asunto.
Laine no dejaba de frotarse las manos, pero sabía cuándo había perdido una batalla y salió de su despacho con los hombros vencidos. Luego, con mucho cuidado, cerró la puerta de corredera y Gabriel lanzó un suspiro de alivio. Aquella historia lo sacaba de quicio. Después de tantos años como llevaban juntos, ella debería conocerlo lo suficientemente bien como para saber que no era de los que cambiaban de idea una vez tomada una decisión.
La satisfacción y la tranquilidad volvieron tan pronto como pudo continuar con el libro que tenía ante sí. Los modernos programas de contabilidad para ordenador no habían ganado terreno en su vida, pues él adoraba la sensación de tener delante su enorme registro lleno de cifras primorosamente escritas a mano que luego sumaba al final de cada página. Una vez que hubo terminado, se retrepó en la silla, muy conforme consigo mismo. Aquel era un mundo que podía controlar.
Patrik se preguntó por un instante si se habría equivocado de casa. Aquel no podía ser el hogar tranquilo y sereno del que había salido por la mañana. El volumen era mucho más alto que el permitido en la mayoría de los lugares de trabajo y se diría que alguien hubiese arrojado en la casa una granada de mano. Todo estaba revuelto y lleno de objetos que le eran desconocidos, y nada estaba en su lugar. A juzgar por la expresión de Erica, le pareció que debería haber vuelto una o dos horas antes.
Lleno de admiración, comprobó mentalmente que sólo había dos niños y dos adultos más y se preguntó de qué manera se las arreglaban para sonar como si fuesen una guardería entera. Tenían puesto el canal Disney a todo volumen mientras un niño pequeño perseguía a una niña, más pequeña aún, con una pistola de juguete. Los padres de los dos retoños estaban sentados en paz y tranquilidad fuera, en la terraza, y Patrik vio que un patán de enormes proporciones lo saludaba ufano, pero sin molestarse en abandonar el sofá para salir a su encuentro ni en apartarse de la gran bandeja de dulces que tenía delante.
Entró en la cocina en busca de Erica, que se dejó caer en sus brazos.
– Sácame de aquí, por favor. Debí de cometer algún pecado terrible en otra vida para tener que soportar esto. Los niños son dos demonios con forma humana y Conny es… Conny. Su mujer apenas si ha dicho mu y tiene un carácter tan agrio como la leche cortada. ¡Socorro!, ojalá se vayan pronto a su casa.
Él le acarició la espalda consolándola y notó que tenía la camiseta empapada de sudor.
– Ve a ducharte tranquilamente mientras yo me encargo un rato de las visitas. Estás chorreando.
– Gracias, eres un ángel. Hay una cafetera llena. Ya van por la tercera taza, pero Conny ha empezado a insinuar que tiene ganas de algo más contundente, así que mira a ver qué tenemos que pueda interesarle.
– Déjamelo a mí, cariño, y vete antes de que cambie de idea.
Erica le dio un beso como muestra de agradecimiento y subió las escaleras balanceándose, en dirección a la ducha.
– Quiero un helado.
Victor se había colocado detrás de Patrik y le apuntaba con la pistola.
– Lo siento, no tenemos helados.