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– ¿Y Linda? -conocía la respuesta, pero se vio obligado a preguntar, al menos para herir a Laine. Pero ella resopló antes de responder:

– Linda es hija tuya. De eso no cabe la menor duda. Johannes es el único hombre con el que mantuve una relación mientras hemos estado casados y asumiré las consecuencias.

Había otra pregunta que lo atormentaba.

– ¿Lo sabe Jacob?

– Sí, lo sabe. -Laine se puso de pie, miró a Gabriel con tristeza y dijo quedamente-: Recogeré mis cosas hoy mismo. Me marcharé antes de que anochezca.

Él no le preguntó adonde iría. Tanto daba. Ya nada tenía importancia.

Habían ocultado bien su intromisión. Ni ella ni los niños notaron que la policía había estado allí. Al mismo tiempo, se notaba un cambio, algo intangible pero presente, una sensación de que su hogar había dejado de ser ese lugar seguro de antes. Todo había sido manoseado por gente extraña, toqueteado, inspeccionado. Habían estado buscando la maldad ¡en su casa! Cierto que la policía sueca era bastante considerada, pero, por primera vez en su vida, entendió cómo debían de ser las cosas en alguna de las dictaduras y de los estados policiales que veía en las noticias de televisión. A ella le parecía lamentable y se compadecía de las personas que vivían bajo la amenaza constante de la irrupción ajena en sus hogares; sin embargo, nunca había comprendido realmente lo sucio que uno podía llegar a sentirse después ni el miedo ante el próximo episodio insospechado.

Echó de menos a Jacob en la cama aquella noche. Habría querido tenerlo a su lado, cogidos de la mano, como una garantía de que todo volvería a ser como antes. Sin embargo, cuando llamó a la comisaría la tarde anterior, le dijeron que su madre había ido a buscarlo, así que supuso que dormiría allí. A decir verdad, se dijo que bien podría haberla llamado, pero, en el preciso momento en que tuvo la idea, se maldijo a sí misma pensando que era una presunción por su parte. Jacob siempre hacía lo mejor para los dos y si ella estaba indignada porque la policía había estado registrando su casa, no podía ni imaginar siquiera cómo se habría sentido Jacob al verse encerrado e interrogado.

Con parsimonia, fue quitando la mesa del desayuno de los niños. Un tanto indecisa, tomó el auricular y empezó a marcar el número de sus suegros, pero cambió de idea y volvió a colgar. Seguramente, Jacob estaría aún descansando y no quería molestarlo. Justo cuando acababa de colgar, sonó el teléfono, que la sobresaltó. Vio en la pantalla que era el número de la finca, así que contestó ansiosa, convencida de que sería Jacob.

– Hola, Marita, soy Gabriel.

Marita frunció el entrecejo; apenas había reconocido la voz de su suegro, pues sonaba como la de un anciano.

– Hola, Gabriel. ¿Cómo estáis?

Enmascaró su inquietud con un tono jovial, pero en realidad guardaba tensa la respuesta. De pronto se le ocurrió que tal vez le hubiese ocurrido algo a Jacob, pero Gabriel se le adelantó antes de que ella acertase a preguntar.

– Llamaba para saber si Jacob está en casa.

– ¿Jacob? Pero… ¿no fue Laine a recogerlo ayer? Yo pensaba que estaría con vosotros.

– No, aquí no ha venido. Laine lo dejó ayer en la puerta de vuestra casa -respondió Gabriel, tan aterrado como ella.

– Pero, ¡Dios santo! En ese caso, ¿dónde puede estar? -Marita se cubrió la boca con la mano, como luchando para no dejarse vencer por la angustia.

– Supongo que habrá… Debe de estar… -Gabriel no pudo concluir sus frases, con lo que sólo consiguió aumentar su desasosiego. Si no estaba en su casa ni en la de sus padres, no quedaran muchas más alternativas. De pronto, se le ocurrió una idea terrible-. Johan está en el hospital. Lo atacaron y lo agredieron en su casa ayer por la tarde.

– ¡Madre mía! ¿Y cómo está?

– No saben si sobrevivirá. Linda está en el hospital y me dijo que me llamaría en cuanto supieran algo.

Marita se dejó caer pesadamente en una de las sillas de la cocina. El corazón le bombeaba en el pecho y le costaba respirar. Sentía como si tuviese una soga al cuello.

– ¿Tú crees que…?

La voz de Gabriel era apenas audible.

– No, eso no puede ser. ¿Quién iba a…?

Entonces, ambos comprendieron al mismo tiempo que todas sus penurias se debían al hecho de que un asesino andaba suelto. Casi podía oírse el eco del silencio en el auricular.

– Marita, llama a la policía. Salgo para allá ahora mismo. -Después sólo se oyó cómo colgaba el auricular.

Una vez más, sentado ante el escritorio y sin saber qué hacer, Patrik intentaba obligarse a buscar algo en lo que ocuparse en lugar de quedarse mirando el teléfono. Era tal su deseo de que le diesen los resultados de los análisis que casi lo podía mascar. El reloj seguía avanzando lento e implacable. Decidió adelantar algo de trabajo de administración y sacó los documentos. Media hora después, aún no había hecho nada con ellos, simplemente aguardar sentado con la mirada perdida en el vacío. Notaba el cansancio después de haber pasado tan mala noche. Tomó un trago del café que tenía en la mesa, pero puso cara de asco, pues ya se le había enfriado. Con la taza en la mano, se disponía a ir por otro, cuando, de pronto, sonó el teléfono. Se abalanzó con tal ímpetu que derramó el café frío sobre la mesa.

– Patrik Hedström.

– ¡Jacob ha desaparecido!

Estaba tan seguro de que era la llamada del Instituto Forense que le llevó un instante registrar la información en su cerebro.

– ¿Perdón?

– Soy Marita Hult. Mi marido está desaparecido desde ayer tarde.

– ¿Desaparecido? -seguía sin entenderlo bien. Estaba tan cansado que no podía pensar con agilidad, como si las ideas se negasen a navegar por su cerebro.

– No vino a casa anoche y tampoco ha dormido en casa de sus padres. Y teniendo en cuenta lo que le ha sucedido a Johan…

Ahora sí que no comprendía nada de nada.

– Veamos, vaya más despacio. ¿Qué dice que le ha sucedido a Johan?

– Está ingresado en el hospital de Uddevalla, le dieron una paliza y no es seguro que sobreviva. ¿Y si Jacob ha sido víctima de la misma persona? Quién sabe si no estará herido y abandonado en algún sitio.

El pánico que desvelaba su voz iba en aumento, pero el cerebro de Patrik ya había logrado encajar las piezas. En cualquier caso, allí no sabían nada de la agresión sufrida por Johan Hult, así que les habrían presentado la denuncia a los colegas de Uddevalla. Tenía que ponerse en contacto con ellos de inmediato, pero antes lo más importante era tranquilizar a la mujer de Jacob.

– Marita, seguro que a Jacob no le ha ocurrido nada, pero enviaré a un agente a su casa y me pondré en contacto con la policía de Uddevalla para ver qué saben ellos de Johan. No es que me tome lo que dice a la ligera, pero aún no veo razón para preocuparse. Sucede a veces, aquí solemos verlo, que por uno u otro motivo una persona decide estar lejos de su hogar una noche o dos. Y puede que Jacob estuviese alterado después de la noticia de ayer y necesitase estar en paz unas horas, ¿no?

Evidentemente frustrada, Marita le aseguró:

– Jacob nunca pasaría la noche fuera de casa sin decirme dónde está. Es demasiado considerado para hacer algo así.

– La creo y le prometo que nos pondremos a ello inmediatamente. Mandaré a alguien para que hable con ustedes, ¿de acuerdo? ¿Podría llamar a sus suegros y pedirles que vayan a su casa ellos también? Así podremos hablar con todos.