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– ¿Tenéis algo ya? -le preguntó Solveig a Patrik tirándole ligeramente del brazo.

– Lo siento, no, no sabemos nada más. Y vosotros, ¿se han pronunciado los médicos?

Robert negó con un gesto.

– No, siguen operando. Al parecer, algo le presionaba el cerebro. Creo que están abriéndole la cabeza. Mucho me extrañaría que encontraran un cerebro dentro.

– ¡Robert!

Solveig le gritó indignada y le lanzó una mirada hostil, pero Patrik comprendió sin dificultad qué pretendía el muchacho: ocultar su temor y aliviar la presión bromeando al respecto. Un método que también a él solía darle buen resultado.

Patrik se sentó en uno de los artilugios, a medio camino entre silla y sillón, que quedaban libres en la sala. Solveig también volvió a sentarse.

– ¿Quién ha podido hacerle tal cosa a mi pequeño? -se lamentaba meciéndose angustiada hacia delante y hacia atrás-. Lo vi cuando lo sacaban del cobertizo. Parecía otra persona, no había más que sangre por todas partes.

Linda dio un respingo, horrorizada. Robert no se inmutó. Patrik se fijó en sus vaqueros negros y en la camiseta, y observó que aún tenía grandes manchas y restos de la sangre de Johan.

– Entonces, ¿no oísteis ni visteis nada ayer por la noche?

– No, ya se lo hemos dicho a los otros policías -respondió Robert indignado-. ¿Cuántas veces vamos a tener que repetirlo?

– De verdad que lo siento, pero tengo que hacer las mismas preguntas. Tened un poco de paciencia, os lo ruego.

La compasión que denotaba su voz era auténtica. En situaciones como esta, el oficio de policía resultaba difícil, pues se veían obligados a inmiscuirse en la vida de las personas cuando éstas tenían otros asuntos más importantes en los que pensar. Sin embargo, y por inesperado que pudiera parecer, Solveig vino en su ayuda.

– Robert, haz el favor de colaborar. Comprenderás que debemos hacer lo que podamos por ayudarles a atrapar al que le hizo esto a nuestro Johan -le advirtió antes de dirigirse a Patrik-. A mí me pareció oír un ruido poco antes de que me llamase Robert, no sé si antes o después de que lo encontrara.

Patrik asintió y le preguntó a Linda.

– ¿Tú no verías a Jacob ayer noche, no?

– No -respondió Linda desconcertada-. Yo estaba en la finca y supongo que él estaba en Västergården. ¿Por qué lo preguntas?

– Porque parece ser que anoche no llegó a casa y pensé que tal vez tú lo habrías visto.

– No, ya te digo que no lo vi. Pero pregúntales a mis padres.

– Sí, ya lo hemos hecho y ellos tampoco lo han visto. No sabrás tú de algún lugar donde pudiera estar, ¿verdad?

Linda empezaba a dar muestras de preocupación.

– Pues no, ¿dónde iba a estar? -Después pareció tener una idea-. ¿Habrá ido a Bullaren a pasar la noche? Claro que nunca lo había hecho antes, pero…

Patrik se dio un puñetazo en la pierna. ¡Cómo habían podido ser tan torpes para no pensar en la granja de Bullaren! Se excusó y llamó a Martin, que le aseguró que iría allí a comprobarlo inmediatamente.

Cuando volvió a la sala de espera, el ambiente había cambiado de forma notable. Mientras él hablaba con Martin, Linda había llamado a casa desde su móvil. Y ahora lo miraba con toda su rebeldía adolescente.

– ¿Qué es lo que está pasando, eh? Mi padre dice que Marita os llamó para denunciar la desaparición de Jacob y que los otros dos policías han estado haciéndoles un montón de preguntas sobre el asunto. Mi padre está muy preocupado -afirmó con los brazos en jarras delante de Patrik.

– Aún no hay motivo de preocupación -repitió, como Gösta y Martin hicieran en la finca-. Lo más probable es que tu hermano haya decidido apartarse un tiempo para estar en paz, aunque nosotros tenemos que tomarnos todas las denuncias por desaparición con la misma seriedad.

Linda lo observaba con desconfianza, pero pareció dejarse convencer por la respuesta. Después dijo en tono sereno:

– Mi padre me habló también de Johannes… ¿Cuándo tenías pensado decírselo? -preguntó señalando con la cabeza a Solveig y a Robert.

Patrik no pudo por menos de admirar fascinado el arco que su larga y rubia melena describió en el aire. Después se recordó a sí mismo la edad que tenía la joven y se hizo enseguida la reflexión de si el cambio que suponía formar una familia no habría desatado en él cierta tendencia a comportarse como un viejo baboso.

Le respondió en el mismo tono discreto.

– Pensábamos esperar un poco. Ahora no me parece el momento idóneo, teniendo en cuenta el estado de Johan.

– Te equivocas -objetó Linda con calma-. Ahora es cuando necesitan oír una buena noticia. Y, créeme, conozco a Johan lo bastante para saber que el que Johannes no se quitase la vida cuenta como una buena noticia en esta familia. De modo que si no lo cuentas tú, lo haré yo.

«Menuda arrogante», pensó Patrik, aunque hubo de admitir que tenía razón. Tal vez ya hubiese esperado demasiado para contarlo y, en realidad, tenían derecho a saberlo.

– Solveig, Robert, sé que tuvisteis vuestras objeciones a la exhumación del cadáver de Johannes.

Robert saltó de la silla como un rayo.

– ¿Qué te pasa, no estás en tus cabales? ¿Vas a sacar a relucir ese asunto otra vez? ¿Te parece que no tenemos ya bastantes problemas?

– Siéntate, Robert -rugió Linda-. Yo sé lo que tiene que deciros y, créeme, es algo que querréis saber.

Boquiabierto ante el hecho de que su joven prima le diese órdenes tan contundentes, Robert obedeció y guardó silencio. Patrik continuó mientras Solveig y Robert lo miraban con encono, al evocar el recuerdo de la humillación que supuso ver cómo perturbaban el descanso de su padre y marido.

– Bien, pedimos una autopsia de un forense…, eh…, para que examinase el cadáver rigurosamente; y resulta que encontró algo interesante.

– ¿Interesante? -bufó Solveig-. ¡Vaya manera de decirlo!

– Sí, tendréis que disculparme, pero no hay mejor modo de calificarlo. Johannes no se suicidó, fue asesinado.

Solveig contuvo la respiración y Robert se quedó helado, incapaz de moverse.

– ¿Pero qué dices, hombre? -Solveig le tomó la mano a Robert y él no opuso resistencia.

– Lo que acabas de oír. Johannes murió asesinado, no se quitó la vida.

Los enrojecidos ojos de Solveig estallaron en llanto y su inmenso cuerpo empezó a temblar en tanto que Linda miraba a Patrik triunfante. Eran lágrimas de alegría.

– Lo sabía -sentenció Solveig-, sabía que él no haría tal cosa. Y la gente que decía que se había suicidado porque había matado a aquellas dos muchachas… Ahora tendrán que tragárselo. Seguro que el que mató a las chicas y el que acabó con mi Johannes es el mismo. Tendrán que pedirnos perdón de rodillas. Tantos años como llevamos…

– Mamá, déjalo -la reconvino Robert irritado, como si no hubiese comprendido del todo lo que Patrik acababa de decir. Sin duda, necesitaba más tiempo para asimilarlo.

– ¿Qué pensáis hacer para atrapar al asesino de Johannes? -preguntó Solveig impaciente.