– Pues entonces ve a comprarlos.
La desfachatez del niño sacaba a Patrik de sus casillas, pero intentó mostrarse amable y, con la mayor suavidad posible, explicó.
– No, no voy a ir a comprar helado. Ahí fuera, en la mesa, hay galletas. Coge alguna.
– ¡Pero yo quiero un heladooooo! -El niño chillaba y saltaba sin cesar y estaba colorado como un tomate.
– ¡Te digo que no hay helado! -La paciencia de Patrik empezaba a agotarse.
– Helado, helado, helado, helado…
Victor no era de los que se rendían al primer obstáculo, pero debió de ver en los ojos de Patrik que había llegado al límite, porque dejó de gritar y salió de la cocina retrocediendo despacio. Después echó a correr llorando, en busca de sus padres, que seguían en la terraza ignorantes del incidente acaecido en la cocina.
– ¡Papá! El tío es muy malo. ¡Yo quiero un helado!
Patrik intentó hacer oídos sordos y, enarbolando la cafetera, fue a saludar a sus invitados. Conny se levantó y le estrechó la mano, y después le tocó el turno de estrechar el pescado muerto de Britta.
– Victor ha entrado en una fase en que intenta poner a prueba los límites de su propia voluntad. Y no queremos cohibir su desarrollo personal, así que lo dejamos para que encuentre él solo la línea divisoria entre sus deseos y los de su entorno.
Britta dedicó una tierna mirada a su hijo mientras Patrik recordaba que Erica le había contado que era psicóloga. Desde luego, si aquella era su idea de cómo educar a un niño, el pequeño Victor tendría motivos para entrar en íntimo contacto con ese grupo profesional cuando se hiciese mayor. Conny no pareció haber notado nada y puso fin a los gritos del niño metiéndole una galleta en la boca, sin más. Y, a juzgar por la redondez del pequeño, se trataba de un procedimiento recurrente. En cualquier caso, Patrik no pudo por menos de reconocer que el método era eficaz y atractivo en su inmensa simpleza.
Erica bajó recién duchada, con una expresión mucho más risueña, justo cuando Patrik acababa de poner la mesa con las gambas y demás platos. Además, le había dado tiempo de comprar un par de pizzas para los niños, una vez que le quedó claro que aquella era la única forma de evitar una auténtica catástrofe a la hora de la cena.
Se sentaron y, en el preciso instante en que Erica iba a abrir la boca para decir, «podéis empezar», Conny se le adelantó hundiendo las dos manos en la fuente de gambas. Uno, dos y hasta tres puñados de gambas vieron aterrizar en su plato, mientras que en la fuente no quedaba ni la mitad de la cantidad original
– Mmm, ¡qué rico! Yo sí que soy capaz de comer gambas -dijo Conny, orgulloso, dándose palmaditas en la barriga antes de emplearse en su montaña.
Patrik, que vio reducirse de golpe los dos kilos de gambas que le habían costado carísimas, se sirvió con un suspiro una porción que apenas ocupaba espacio en su plato. Erica hizo lo propio, sin decir nada, y le pasó la fuente a Britta, la cual, un tanto amoscada, se sirvió el resto.
Tras el fracaso de la cena, prepararon la cama de los huéspedes en la habitación de las visitas y se disculparon enseguida, con la excusa de que Erica necesitaba descansar. Patrik le dijo a Conny dónde estaba el whisky y, con un alivio indecible, subió la escalera hacia la paz del piso de arriba.
Ya en la cama, Patrik le contó a Erica lo que había hecho durante el día. Hacía tiempo que había renunciado a los intentos de ocultarle sus tareas como policía, porque además sabía que ella no se dedicaba a propagarlas. Al llegar al episodio de las dos mujeres desaparecidas, observó que Erica prestaba más atención.
– Sí, recuerdo que algo leí sobre el asunto. ¿Y creéis que son ellas?
– Estoy casi seguro. Lo contrario sería una coincidencia inaudita. Pero, en cuanto tengamos el informe del forense, podremos empezar en serio con la investigación. Por ahora, tenemos que dejar abiertas tantas vías como sea posible.
– ¿No necesitas ayuda para investigar sobre material de archivo? -le preguntó volviéndose ansiosa hacia él, que reconoció enseguida el brillo en sus ojos.
– No, no y no. Tienes que descansar. No olvides que estás de baja.
– Sí, pero la presión arterial se ha restablecido, según el último control. Y me enloquece pasar los días en casa sin hacer nada. Ni siquiera he podido empezar otro libro.
El libro sobre Alexandra Wijkner y su trágica muerte se había convertido en un gran éxito de ventas y, además, le valió un nuevo contrato para un caso que tratara de un asesinato real. Pero escribirlo le había exigido un esfuerzo enorme, tanto físico como afectivo, y después de enviarlo a la editorial en el mes de mayo, no había tenido fuerzas para empezar otro proyecto. Las subidas y bajadas de presión sanguínea habían marcado todo su embarazo y, aun en contra de su voluntad, había decidido aplazar el trabajo hasta que naciera el bebé. Pero lo de estar en casa sin hacer nada no iba bien con su forma de ser.
– Annika está de vacaciones, así que ella no puede hacerlo. Y no es tan fácil como parece eso de investigar documentación antigua. Hay que saber dónde buscar y yo lo sé. Déjame que pruebe un poco, anda…
– No, ni hablar. Esperemos que Conny y compañía, que son un tanto salvajes, se vayan mañana temprano y, después, no harás otra cosa que descansar, ¿entendido? Y ahora déjame, que voy a hablar con el bebé un ratito. Tenemos que perfilar el plan de la carrera futbolística del chico…
– O de la chica.
– O de la chica. Aunque entonces será mejor que se dedique al golf. El fútbol femenino no da mucho dinero, por ahora.
Erica lanzó un suspiro, pero se puso boca arriba para facilitar la comunicación.
– Cuando te escapas, ¿no se dan cuenta?
Johan estaba tumbado de costado, junto a Linda, y le hacía cosquillas en la mejilla con una brizna de paja.
– No, porque, ya sabes, Jacob confía en mí. -Linda arrugó la frente imitando el tono de voz grave de su hermano-. Es algo que ha aprendido en esos cursos de «establecer-buen-contacto-con-los-jóvenes» a los que ha asistido. Lo peor de todo es que la mayoría de ellos parecen creérselo, porque para algunos Jacob es como Dios. Aunque, claro, si uno crece sin un padre, puede tomar cualquier cosa como sustituto. ¡Déjalo ya! -exclamó apartando irritada la brizna con la que Johan le hacía cosquillas.
– ¿Qué pasa? ¿No vamos a poder jugar un poco?
Linda advirtió que él se había molestado y se inclinó para besarlo y hacer las paces. Simplemente, aquel no era un buen día. Le había venido la regla por la mañana, así que no podría tener relaciones con Johan en una semana, y, además, le desquiciaba los nervios vivir con el perfecto de su hermano y su mujer, tan perfecta como él.
– ¡Oh, si un año pudiese pasar en un suspiro… y pudiera largarme de este maldito agujero!
Tenían que hablar muy quedo para que nadie descubriese su escondite en el pajar, pero Linda fue dando golpes con el puño en los listones de madera para subrayar cada palabra.
– Y yo, ¿también quieres estar lejos de mí?
La expresión de Johan revelaba lo herido que se sentía, más aún que antes, y Linda se mordió la lengua. Si conseguía salir de allí y hacerse con el mundo, jamás se le ocurriría mirar siquiera a alguien como Johan, pero, mientras tuviese que estar en casa, le bastaba como entretenimiento, poco más. Sin embargo, él no tenía por qué saberlo, así que se enroscó como un gatito mimoso y se acurrucó a su lado. No obtuvo ninguna respuesta, con lo que ella misma le tomó el brazo y lo colocó alrededor de su cintura. Como si tuviesen voluntad propia, los dedos de Johan empezaron a recorrer su cuerpo; Linda sonrió para sus adentros. Era tan fácil manipular a los hombres…
– Podrías venirte conmigo, ¿no?
Lo dijo a sabiendas de que Johan jamás sería capaz de dejar Fjällbacka y, sobre todo, a su hermano. A veces se preguntaba si Johan iría siquiera al lavabo sin antes preguntarle a Robert.