Sobre la chimenea colgaba incluso un cuadro de la Ascensión de Jesús después de la Resurrección, con el halo de gloria en torno a la cabeza y rodeado de hombres y mujeres que oraban a sus pies con la mirada suplicante.
¿Cómo era nadie capaz de justificar la peor de las acciones aduciendo que Dios le había concedido carta blanca para ello? Aunque tal vez no fuese tan extraño. A lo largo de la Historia, millones de personas habían sido asesinadas en nombre de Dios. Había algo irresistible en un poder de esa clase, algo que embriagaba al ser humano y lo confundía.
Patrik se obligó a sí mismo a salir de sus consideraciones teológicas y se encontró con que todo el equipo lo observaba a la espera de nuevas instrucciones. Les mostró lo que había encontrado: ahora todos luchaban por no imaginar los horrores que estaría viviendo Jenny en esos momentos.
El problema era que no tenían la menor idea de dónde encontrarla. Mientras aguardaban la llamada de Annika con la respuesta del doctor Csaba, no interrumpieron ni un instante su búsqueda febril por la casa, mientras él llamaba a la finca para preguntarles a Marita, Gabriel y Laine si sabían de algún lugar en el que pudieran hallarlo. Ellos respondieron a su vez con una serie de preguntas que él atajó de inmediato, pues no tenían tiempo que perder.
Se revolvió el cabello, ya encrespado de por sí.
– ¿Dónde demonios puede estar? No podemos dedicarnos a rastrear toda la zona, centímetro a centímetro. Además, puede tenerla oculta en algún lugar en las inmediaciones de Bullaren o en cualquier sitio a mitad de camino. ¿Qué hacemos? -se preguntaba frustrado.
Martin sentía la misma impotencia, pero no dijo nada. La pregunta de Patrik no demandaba respuesta. Entonces, se le ocurrió una idea.
– Tiene que estar aquí, en algún lugar de Västergården. Recordad los restos de abono. Yo apuesto por que Jacob ha utilizado el mismo escondite que Johannes y, en ese caso, nada más lógico que buscarlo por aquí, en los alrededores.
– Tienes razón, pero tanto Marita como sus suegros aseguran que no hay más edificios en la finca. Claro que puede tratarse de una cueva o algo así, pero ¿tú sabes cuántas hectáreas de terreno tiene aquí la familia Hult? Sería como buscar una aguja en un pajar.
– Sí, pero ¿qué me dices de Solveig y sus hijos? ¿Les has preguntado a ellos? Ellos vivían aquí antes y tal vez conozcan algún rincón cuya existencia ignore Marita.
– ¡Esa sí que es una buena idea! ¿No he visto un listín telefónico en la cocina, junto al teléfono? Linda lleva su móvil, así que seguramente podré hablar con ellos si la llamo.
Martin fue a mirar y volvió con un listín en el que, en efecto, figuraban el nombre y el número de Linda, anotados con primorosa caligrafía. Patrik marcó y aguardó impaciente. Tras un lapso que a él se le antojó una eternidad, Linda respondió.
– Linda, soy Patrik Hedström. Necesito hablar con Solveig o con Robert.
– Están con Johan. ¡Ha despertado! -exclamó Linda, radiante de alegría.
Patrik lamentó el hecho de que esa alegría no tardaría en esfumarse.
– Ve a buscar a alguno de los dos. Es importante.
– De acuerdo, ¿con quién prefieres hablar?
Reflexionó un instante, pero ¿quién mejor que un niño podía conocer los alrededores del lugar en que vivía? La elección era muy sencilla:
– Robert -dijo al fin.
La oyó dejar el teléfono para ir a buscar a su primo. Seguramente, no estaría permitido entrar con móviles en la habitación, para que no interfiriese con los monitores, se decía Patrik cuando oyó en el auricular la voz grave de Robert.
– Aquí Robert.
– Hola, soy Patrik Hedström. Oye, me pregunto si tú podrías ayudarnos a resolver algo muy importante -se apresuró a explicarle.
– Pues dime, ¿de qué se trata? -inquirió Robert a su vez, algo inseguro.
– Necesitaría saber si hay algún otro edificio en los terrenos que rodean Västergården, aparte de los que se encuentran junto a la casa. Bueno, en realidad, no tiene por qué ser un edificio, sólo un buen lugar donde esconderse, no sé si me explico. Pero ha de ser bastante espacioso, como para que quepa más de una persona.
Casi pudo oír la sorpresa en el cerebro de Robert, pero Patrik comprobó con alivio que el joven no pensaba cuestionar su pregunta, sino que, tras reflexionar un minuto, le respondió:
– Pues lo único que se me ocurre es el viejo búnker. Está a un buen trecho de la casa, bosque adentro. Johan y yo solíamos jugar allí de niños.
– ¿Y Jacob lo conocía? -preguntó Patrik.
– Sí, cometimos el error de enseñárselo en una ocasión, pero fue enseguida a chivarse a mi padre, que se presentó al rato con él y nos prohibió que volviésemos a usarlo. Nos dijo que era peligroso y ahí se nos terminó la diversión. Jacob siempre ha sabido ser honrado, para quedar bien -remató Robert, irritado al recordar la decepción que se llevaron de niños a causa de aquel suceso. Patrik se dijo que «honrado» no sería el adjetivo con el que podría describirse a Jacob en lo sucesivo.
Una vez que Robert le explicó cómo llegar, le dio las gracias y colgó.
– Martin, creo que ya sé dónde están. Nos reunimos todos en el jardín.
Cinco minutos después se habían congregado a pleno sol ocho policías muy serios, cuatro de Tanumshede y cuatro de Uddevalla.
– Tenemos motivos para creer que Jacob Hult se encuentra bosque adentro, a un trecho de aquí, en un viejo búnker. Seguramente tiene consigo a Jenny Möller, y no sabemos si está viva o muerta, de ahí que debamos actuar como si estuviese viva y, por tanto, conducirnos con la mayor cautela. Nos acercaremos despacio al lugar y lo rodearemos en silencio -advirtió Patrik, al tiempo que subrayaba el aviso posando la mirada en cada uno de ellos, aunque se detuvo algo más al llegar a Ernst-. Tendremos las armas preparadas, pero nadie la usará hasta que yo no dé una orden expresa. ¿Está claro?
Todos asintieron.
– La ambulancia de Uddevalla ya está en camino, pero no activará las sirenas ni las luces de emergencia, sino que se detendrá justo a la entrada de Västergården. El sonido se propaga a gran distancia en el bosque, y no nos interesa que oiga nada ni que sepa que estamos maquinando algo. En cuanto tengamos la situación controlada, llamaremos al personal sanitario.
– ¿No crees que sería mejor llevar a algún enfermero con nosotros hasta el escondite? -preguntó uno de los policías de Uddevalla-. Cuando la encontremos, puede que necesite asistencia urgente.
Patrik asintió.
– Tienes razón, pero no podemos esperarlos. En estos momentos, lo más importante es localizarla y, para entonces, esperemos que haya llegado la ambulancia. Bien, pues adelante.
Robert le había descrito el camino y por qué parte del bosque, que se extendía detrás de la casa, tenían que subir hasta encontrar, a unos cien metros, un sendero que conducía hasta el búnker. El sendero era prácticamente invisible si no se conocía su existencia y, de hecho, Patrik estuvo a punto de dejarlo atrás. Paso a paso fueron avanzando hacia su objetivo y, después de algo así como un kilómetro, creyó divisar algo entre las hojas de los árboles. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y llamó a los hombres que lo seguían a pocos metros. Haciendo el menor ruido posible, rodearon el búnker, aunque no pudieron evitar que las hojas secas crujiesen bajo sus pies. Patrik hacía un mohín a cada sonido que oía, aunque con la esperanza de que los gruesos muros del búnker aislasen el habitáculo del ruido exterior, de modo que Jacob no los oyese.
Sacó la pistola y vio por el rabillo del ojo que Martin hacía otro tanto. Se acercaron de puntillas hasta la puerta y tantearon el picaporte. Estaba cerrada con llave. ¡Mierda! ¿Qué podían hacer? No habían llevado consigo herramientas para forzar una puerta, de modo que su única posibilidad consistía en convencer a Jacob para que saliese por voluntad propia. Presa de la mayor angustia, Patrik dio unos golpecitos en la puerta y se apartó rápidamente.