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– Jacob, sabemos que estás ahí. Deberías salir.

No obtuvo respuesta, así que lo intentó de nuevo.

– Jacob, sabemos que no era tu intención hacerles daño a las chicas. Tú sólo hacías lo mismo que Johannes. Pero sal, por favor, para que podamos hablar de ello.

Él mismo juzgó patética su intervención y pensó que tal vez debería haber seguido un curso de trato con secuestradores o, al menos, debería haber ido acompañado de un psicólogo. Sin embargo, a falta de nada mejor, tendría que arreglárselas con las ideas que se le ocurriesen sobre cómo convencer a un psicópata para que saliese de un búnker.

Ante su sorpresa, un segundo después se oyó un clic en la cerradura. La puerta se abrió despacio. Martin y Patrik, que estaban a ambos lados de ella, intercambiaron una mirada. Los dos tenían las armas preparadas y el cuerpo en tensión. Jacob salió por la puerta con Jenny en brazos. No cabía la menor duda de que estaba muerta y Patrik prácticamente sintió la decepción y el dolor que inundaban los corazones de los policías, que ya se habían acercado y apuntaban a Jacob con sus armas.

Pero Jacob ignoró su presencia y, en cambio, dirigió la vista al cielo y habló en voz alta y clara:

– No lo entiendo. Yo soy un elegido. Se supone que tenías que protegerme -parecía tan desconcertado como si el mundo acabara de ponerse del revés ante su vista-. ¿Para qué me salvaste ayer si hoy ya no pensabas darme tu amparo?

Patrik y Martin volvieron a mirarse. Era evidente que Jacob estaba ido, pero eso lo hacía aún más peligroso. No había modo alguno de calcular cuál sería su próxima reacción. Los policías le apuntaban con sus armas.

– Deja a la chica en el suelo -le ordenó Patrik.

Jacob seguía mirando al cielo y hablando con su Dios invisible.

– Sé que me habrías permitido adquirir el don, pero necesito más tiempo. ¿Por qué me das la espalda ahora?

– ¡Deja a la chica y levanta las manos! -le dijo Patrik en tono más severo. Jacob seguía sin reaccionar, con la chica en brazos, pero no parecía llevar encima ningún arma. Patrik consideró la posibilidad de abordarlo y salir así de aquel punto muerto. No había razón alguna para temer que la chica resultase herida… Ya era demasiado tarde.

No acababa de pensarlo cuando alguien de elevada estatura se abalanzó por la izquierda, a su espalda. Lo había pillado tan por sorpresa que el dedo le tembló en el gatillo y estuvo a punto de dispararle una bala a Jacob o a Martin. Entonces vio con horror cómo el corpachón de Ernst atravesaba el aire hasta alcanzar a Jacob, que cayó al suelo de golpe. También Jenny cayó de sus brazos, desplomándose con sordo y desagradable sonido, como un saco de harina arrojado en la tierra.

Con expresión victoriosa, Ernst neutralizó a Jacob sujetándole las manos a la espalda. Jacob no opuso resistencia, pero aún mantenía la misma expresión de sorpresa.

– Eso es, ya está -dijo Ernst mirando a su alrededor para recibir los vítores del pueblo. Pero todos estaban perplejos y, al ver la sombría expresión del rostro de Patrik, comprendió que, una vez más, se había precipitado al actuar.

Patrik seguía temblando, aterrado al pensar lo cerca que había estado de dispararle a Martin, y tuvo que contenerse para no rodear con sus manos el cuello de Ernst y ahogarlo allí mismo muy despacio. Ya tomaría medidas más tarde. Ahora, lo más importante era encargarse de Jacob.

Gösta sacó un par de esposas y se las puso a Jacob. Martin y él le ayudaron a levantarse. Acto seguido, esperaron instrucciones de Patrik, que se dirigió a dos de los policías de Uddevalla.

– Llevadlo a Västergården. Yo no tardaré en llegar. Explicadle al personal de la ambulancia dónde estamos y decidles que traigan una camilla.

Empezaron a alejarse con Jacob, cuando Patrik los retuvo:

– Aunque…, no, esperad, sólo quiero mirarlo una vez a los ojos. Quiero ver bien los ojos de una persona capaz de hacer algo así -dijo señalando con la cabeza el cuerpo sin vida de Jenny

Jacob lo miró sin arrepentimiento, pero con la misma expresión aturdida. Encarando a Patrik, le preguntó:

– ¿No es extraño que Dios hiciese ayer un milagro para salvarme y hoy os deje atraparme así, sin más?

Patrik intentó leer en sus ojos si hablaba en serio o si todo era una farsa para escapar a las consecuencias de sus actos. La mirada que se encontró era lisa y brillante, como un espejo, y supo que estaba observando el corazón de la locura. Con voz cansada, le dijo:

– No fue Dios, fue Ephraim. Te libraste en los análisis de sangre porque él te donó parte de su tejido medular cuando estuviste enfermo y, con él, su sangre y su ADN. De ahí que el resultado de tus análisis no coincidiera con el del ADN de los… restos… que dejaste en el cadáver de Tanja. Lo comprendimos después, cuando los analistas establecieron vuestras relaciones de parentesco y tus análisis de sangre demostraron que eras hijo de Johannes y no de Gabriel.

Jacob asintió tranquilo, antes de preguntar:

– Pero ¿no es un milagro, dime?

Los dos policías de Uddevalla se lo llevaron de allí.

Martin, Gösta y Patrik permanecieron junto al cuerpo de Jenny, mientras que Ernst se apresuraba a escabullirse con los colegas de Uddevalla, seguramente con el propósito de no estar muy visible en las próximas horas.

Los tres hubieran deseado tener una chaqueta para envolver el cadáver de la joven. Su desnudez resultaba tan hiriente, tan humillante… Observaron las lesiones que se advertían en su cuerpo, idénticas a las de Tanja y, probablemente, las mismas que sufrieran Siv y Mona.

Era evidente que, pese a su carácter impulsivo, Johannes había sido un tipo metódico. En su bloc había ido anotando de forma exhaustiva el tipo de lesiones que les infligía a sus víctimas, para después intentar curarlas. Lo hacía con el rigor de un científico. Las mismas lesiones en ambas y en el mismo orden. Tal vez para, incluso ante sí mismo, darle la apariencia de un experimento científico en el que se veía obligado a utilizar víctimas, por desgracia necesarias, con el fin de que Dios le restituyese el don de curar que había poseído de niño. Un don que él había echado en falta durante toda su vida de adulto y que con tanta urgencia deseaba recuperar cuando su primogénito Jacob enfermó de leucemia.

Fue un ominoso legado el que Ephraim les dejó a su hijo y a su nieto. Por otro lado, la imaginación de Jacob se vio exacerbada por los relatos de Ephraim acerca de los milagros de curación de Gabriel y Johannes durante su niñez. El que, por dramatizar aún más, el abuelo le mencionase al nieto que también había visto el don en él, había alumbrado en el pequeño una serie de ideas que, con los años, se nutrieron del hecho de que sufriera de niño una enfermedad por la que estuvo a punto de morir. Después, un día, Jacob encontró los libros de notas de Johannes y, a juzgar por lo desgastadas que estaban sus páginas, los había leído una y otra vez. La desafortunada coincidencia de que Tanja se presentase en Västergården preguntando por su madre el mismo día en que Jacob recibía su sentencia de muerte, desembocó en el trágico suceso que ahora los hacía estar contemplando el cadáver de una muchacha más.

Cuando Jacob la dejó caer, el cadáver quedó de costado y se diría que se había acurrucado en posición fetal. Martin y Patrik advirtieron con asombro cómo Gösta se quitaba la camisa de manga corta, exponiendo así un blanco pecho sin apenas vello, para cubrir con ella la mayor parte de la desnudez de Jenny.

– No podemos quedarnos aquí mirando a la niña así, desnuda como está -gruñó el policía cruzándose de brazos, para protegerse de la humedad del ambiente en el bosque.

Patrik se arrodilló y le tomó la mano, tan gélida… Jenny había muerto sola, pero al menos durante aquella espera tendría compañía.

Un par de días después empezó a calmarse el revuelo ocasionado por la noticia. Patrik estaba sentado frente a Mellberg y lo único que quería era salir de allí lo antes posible. Su jefe le había exigido un informe exhaustivo del caso y, aunque Patrik era consciente de que sólo lo hacía para poder fanfarronear durante años de su colaboración en el caso Hult, a él no le importaba demasiado. Después de haberles comunicado personalmente a los padres de Jenny la muerte de su hija, se le hacía muy difícil hallar motivo alguno de honor ni de gloria en aquella investigación, así que estaba dispuesto, de mil amores, a cederle a Mellberg esa parte.