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Cuando Kolia entró en la habitación, todos los colegiales estaban alrededor del lecho contemplando a un minúsculo moloso nacido el día anterior. El capitán tenía concertada la compra del cachorro desde hacía una semana. Creía que este regalo distraería y consolaría a Iliucha, ya que el enfermito estaba amargamente obsesionado por la desaparición de Escarabajo, al que daba por muerto. Iliucha estaba enterado desde hacía tres días de que le iban a regalar un moloso auténtico (este último detalle era muy importante), y aunque sus nobles sentimientos le llevaron a decir que el regalo le encantaba, su padre y sus amigos advirtieron que el cachorrito despertaba en él el recuerdo del pobre Escarabajo, al que tanto había hecho sufrir. La bestezuela rebullía a su lado y él la acariciaba con su blanquísima mano. El perrito le gustaba —de esto no cabía duda—. ¡Pero no era Escarabajo! Si hubiera tenido a los dos juntos, habría sido completamente feliz.

—¡Krasotkine! —exclamó el primer muchacho que vio aparecer a Kolia.

La impresión fue general. Los chicos se apartaron a ambos lados de la cama, permitiendo que el recién llegado viera perfectamente al enfermo. El capitán corrió hacia el visitante.

—¡Bienvenido a esta casa! ¡Iliucha, Krasotkine viene a verte!

Krasotkine le tendió la mano y demostró seguidamente su buena educación. Primero se volvió hacia la esposa del capitán, como siempre sentada en su sillón —renegando de que los niños, al rodear la cama de Iliucha, le impidieran ver al perrito—, y le hizo una gentil reverencia. Después dirigió a Nina un saludo igual. Esta cortesía impresionó a la perturbada.

—¡En seguida se ve que es un chico bien educado! —exclamó abriendo los brazos—. Es muy distinto de los demás: éstos entran el uno sobre el otro.

El capitán exclamó un tanto inquieto:

—¿El uno sobre el otro? ¿Qué quieres decir?

—Lo que he dicho. Se detienen en el vestíbulo, el uno se monta en los hombros del otro y de este modo se presentan a una familia honorable. ¿Te parece bonito?

—¿Pero quién ha entrado así, mamá?

—Mira, aquél es uno de los que ha llevado a caballo a otro, y también aquellos dos...

Kolia estaba ya junto al lecho de Iliucha. El enfermo palideció, se irguió y miró fijamente a Kolia. Éste, que no había visto a Iliucha desde hacía dos meses, apenas pudo disimular su consternación. No esperaba ver un rostro tan pálido, tan demacrado; ni unos ojos tan ardientes, tan agrandados por la fiebre; ni unas manos tan frágiles. Con dolorosa sorpresa advirtió que la respiración de Iliucha era difícil y precipitada y que sus labios estaban resecos. Le tendió la mano y le preguntó con cierta turbación:

—¿Qué hay, querido? ¿Cómo va eso?

Su voz se apagó, sus facciones se contrajeron, sus labios temblaron ligeramente. Kolia le pasó la mano por la cabeza.

—Bastante bien —repuso Iliucha maquinalmente.

Los dos estuvieron callados unos instantes.

—¿De modo que tienes un perro? —preguntó Kolia con indiferencia.

—Sí —repuso Iliucha jadeante.

—Tiene el hocico negro. Es una prueba de que será malo.

Hablaba gravemente, como si se tratara de una cosa de extraordinaria importancia. Hacía grandes esfuerzos para dominar su emoción y no echarse a llorar como un chiquillo. Lo consiguió.

—Cuando sea mayor, habrá que ponerle una cadena, no cabe duda.

—¡Será un perrazo! —exclamó uno de los niños.

—Desde luego: los molosos llegan a ser casi tan grandes como terneros.

—Si —apoyó el capitán—, como verdaderos terneros. Yo he escogido uno de ésos, aunque ya sé que será muy malo. Sus padres son también enormes y feroces... Siéntate en la cama de Iliucha, o en el banco si lo prefieres. Bienvenido a esta casa. Hace tiempo que te esperábamos. ¿Has venido con Alexei Fiodorovitch?

Krasotkine se sentó en la cama, junto a los pies de Iliucha.

Por el camino había preparado el modo de iniciar la conversación, pero ahora no sabía cómo hacerlo.

—No; he venido con Carillón. Tengo un perro que se llama así. Me espera en el vestíbulo. Le silbo y acude inmediatamente. Sí, yo también tengo un perro.

Se volvió hacia Iliucha y le preguntó a quemarropa:

—¿Te acuerdas de Escarabajo, querido?

La carita de Iliucha se alteró. El enfermo miró a Kolia con una expresión de angustia. Aliocha, que estaba cerca de la puerta, frunció el ceño y, por señas y disimuladamente, dijo a Kolia que no hablara a Iliucha de Escarabajo. Pero Krasotkine no lo comprendió o fingió no comprenderlo.

—¿Dónde está Escarabajo? —preguntó Iliucha amargamente.

—¡Ah, mi querido Iliucha! Tu Escarabajoha desaparecido.

Iliucha no dijo nada y miró otra vez a Kolia fijamente. Aliocha hizo nuevas señas a Krasotkine, pero éste volvió la cabeza, simulando no comprenderlo.

Escarabajohuyó sin dejar rastro —dijo Kolia, implacable, aunque jadeaba también de emoción—. No se podía esperar otra cosa después de haberse tragado aquella miga de pan. Pero aquí tienes a Carillón.

—No me interesa —dijo Iliucha.

—Pues has de verlo. Esto te distraerá. Por eso lo he traído. Tiene el pelo largo como el otro.

Y, presa de una agitación extraña, preguntó a la señora de Snieguiriov:

—¿Me permite que llame a mi perro?

—¡No! —gritó Iliucha con voz desgarrada—. No vale la pena.

Sus ojos tenían una expresión de reproche.

El capitán se levantó de pronto del baúl, arrimado a la pared, en que estaba sentado, e intervino:

—Debiste esperar...

Pero Kolia, inflexible, gritó a Smurov:

—¡Abre la puerta!

Apenas la hubo abierto Smurov, Kolia emitió un silbido y Carillónentró en el dormitorio.

—¡En pie, Carillón! —ordenó Kolia.

El perro se levantó sobre sus patas traseras y así permaneció junto al lecho de Iliucha. Entonces ocurrió algo imprevisto: Iliucha se estremeció, se inclinó sobre Carillóncon gran esfuerzo y lo examinó, extenuado.

—¡Es Escarabajo! —exclamó con una mezcla de dolor y alegría.

—¿Quién te creías que era? —gritó Krasotkine, triunfante.

Rodeó con un brazo al perro y lo levantó.

—Mira, querido: le falta un ojo y tiene la oreja izquierda partida. Éstas son las señas que me diste y que me han servido para buscarlo. Encontrarlo no fue difícil. No tiene dueño. Se había refugiado en casa de los Fedotov, en el patinillo que hay detrás del patio, y nadie le daba de comer. Es un perro vagabundo, fugitivo de algún pueblo próximo... Como ves, amigo Iliucha, no se tragó la miga de pan; si se la hubiera tragado, no estaría vivo. Debió de vomitarla sin que tú lo vieras. Tiene una herida en la lengua y esto explica sus lamentos. Echó a correr aullando y tú creíste que se había tragado la miga de pan. Al clavársele la aguja en la lengua, debió de sentir un dolor muy vivo, pues los perros tienen la boca muy delicada, más sensible que la del hombre.