Kolia hablaba en voz muy alta, enardecido y radiante de felicidad. Iliucha no podía decir nada; estaba blanco como la cal y miraba a Kolia con sus grandes ojos desmesuradamente abiertos. Si Kolia hubiera sabido el daño que podía hacer al enfermo recibir una impresión tan violenta, se habría abstenido de preparar y llevar a cabo aquella escena teatral. Pero en la habitación sólo había una persona capaz de darse cuenta de esto: Aliocha. El capitán se comportaba como un niño. Saltando de alegría, exclamó:
—¡ Escarabajo! ¡Es Escarabajo! ¡Iliucha, es Escarabajo, tu Escarabajo!
Y dirigiéndose a su esposa, repitió:
—¡Es Escarabajo!
Poco le faltaba para echarse a llorar.
—¡Y yo sin ni siquiera sospecharlo! —se lamentó Smurov—. Yo sabía que Krasotkine encontraría a Escarabajo. Ha cumplido su palabra.
—¡Sí, ha cumplido su palabra! —dijo una voz entusiasta.
—¡Bravo, Krasotkine! —exclamó un tercero.
—¡Bravo, Krasotkine! —repitieron todos los niños, prorrumpiendo en aplausos.
—¡Un momento! —exclamó Krasotkine, y añadió tan pronto como cesó el alboroto—: Os voy a contar cómo he hecho las cosas. Cuando encontré a Escarabajo, me lo llevé a casa y lo oculté a las miradas de todos. Smurov fue el único que lo vio. Esto ocurrió hace quince días. Yo le hice creer que era otro perro, Carillón, y él se tragó el anzuelo. Me dediqué a amaestrar a Escarabajo. Ahora vais a ver las cosas que sabe hacer. Quería traértelo amaestrado, Iliucha. ¿No tenéis un trocito de carne cocida? Si lo tenéis, os hará un juego que os moriréis de risa.
El capitán echó a correr hacia las habitaciones de los propietarios de la casa, donde estaban haciendo la comida. Sin esperar su regreso, Kolia llamó a Carillóny le ordenó que hiciera el muerto. El perro empezó a dar vueltas, se echó, se puso patas arriba y se quedó tan inmóvil como si fuese de piedra. Los niños se echaron a reír. Iliucha miraba al animal con una sonrisa dolorosa. La más feliz era «mamá», que lanzó una carcajada y empezó a llamar a Carillónchascando los dedos.
—¡Carillón! ¡Carillón!
—Por nada del mundo se levantará —dijo Kolia en tono triunfal y con justificado orgullo—. Ni aunque lo llamarais todos a la vez. En cambio, a una voz mía, se pondrá en pie en el acto. Ahora van a verlo. ¡Aquí, Carillón!
El perro se levantó y empezó a saltar y ladrar alegremente. El capitán volvió con el trocito de carne cocida.
—¿No estará caliente? —preguntó Kolia con acento de persona experta en la cuestión—. No, está bien. A los perros no les gusta la comida caliente... Bueno, mirad todos. Y tú también, Iliucha. ¿En qué estás pensando? ¡Lo he traído por él y no lo mira!
El nuevo juego consistió en colocar la carne sobre el hocico del perro, el cual debía sostenerla en equilibrio y sin moverse todo el tiempo que su amo quisiera, aunque fuese media hora. Esta vez la prueba sólo duró un minuto.
—¡Hala! —gritó Kolia. Y en un abrir y cerrar de ojos la carne pasó del hocico a la garganta del perro.
Como es natural, el público mostró una viva admiración.
—¿Es posible que hayas tardado en venir sólo para traer a Carillónamaestrado? —preguntó Aliocha en un tono de reproche involuntario.
—Así ha sido —dijo Kolia francamente—. Quería traer un perro que causara asombro.
— ¡Carillón!—le llamó Iliucha, chascando sus frágiles deditos. —No hace falta que lo llames. Verás como se sube a la cama de un salto. ¡Aquí, Carillón!
Kolia dio una palmada en el lecho, y el perro se lanzó como una flecha sobre Iliucha. Éste le cogió la cabeza con las dos manos, a lo que Carillón correspondió lamiéndole la cara. Iliucha lo estrechó en sus brazos, volvió a tenderse en la cama y su carita desapareció entre la espesa pelambre.
—¡Dios mío! —exclamó el capitán.
Kolia se volvió a sentar en la cama de Iliucha.
—Ahora te voy a enseñar otra cosa, Iliucha. Te he traído un cañón. ¿Te acuerdas de que te hablé una vez de un cañoncito y tú me dijiste que te encantaría verlo? Pues bien, te lo he traído.
Kolia se apresuró a sacar de su bolsa el cañoncito de acero. Esta prisa se debía a que también él se sentía feliz. En otra ocasión habría esperado a que pasara el efecto producido por las exhibiciones de Carillón, pero lo devoraba la impaciencia. «¿Eres feliz? Pues toma, más felicidad todavía.» Él mismo se sentía dichoso.
—Hace tiempo que había echado el ojo a ese juguete que estaba en casa de Morozov. Le había echado el ojo pensando en ti, querido, en ti. Para Morozov no tenía ninguna utilidad. Antes había sido de su hermano. Yo se lo cambié por un libro de la biblioteca de mi padre: Le cousin de Mahomet ou la folie salutaire. Es una obra libertina de hace cien años, cuando aún no había censura en Moscú. A Morozov le gustan estas cosas. Incluso me dio las gracias.
Kolia levantó el cañoncito de modo que todos lo pudieran ver y admirar. Iliucha se incorporó y, aunque seguía reteniendo a Carillóncon la mano derecha, contempló embelesado el juguete. El efecto llegó a su punto culminante cuando Kolia manifestó que el cañoncito podía disparar, si las damas no se asustaban, pues tenía también un poco de pólvora. «Mamá» pidió que le dejaran ver el juguete de cerca, y se le entregó en el acto. El cañoncito, con sus ruedas, la entusiasmó de tal modo, que empezó a hacerlo rodar sobre sus rodillas. Se le pidió permiso para dispararlo y ella accedió sin vacilar, aunque no tenía la menor idea de lo que iba a ver. Kolia mostró la pólvora y los perdigones. El capitán, con su experiencia de militar, se encargó de cargarlo. Tomó un poco de pólvora y dijo que se dejara la metralla para otra ocasión. Luego colocó el cañoncito en el suelo, apuntando a un espacio libre, introdujo la pólvora y le prendió fuego con una cerilla. La descarga fue perfecta. «Mamá» se sobresaltó, pero enseguida se echó a reír. Los niños guardaban un silencio solemne. El capitán dirigía a Iliucha una mirada de entusiasta agradecimiento. Kolia recogió el juguete y, con la pólvora y los perdigones, se lo ofreció al enfermo.
—Es para ti —le dijo, rebosante de felicidad—. Hace tiempo que pensaba regalártelo.
—¡No, es para mí! ¡Dámelo! —exclamó de pronto «mamá» con voz de niña caprichosa.
Estaba inquieta, como esperando una negativa. Kolia se quedó perplejo, sin saber qué hacer. El capitán perdió la calma.