Выбрать главу

Entró el médico. Su aspecto era el de un hombre importante. Abrigo de pieles, largas patillas y mentón perfectamente rasurado.

Después de haber franqueado el umbral, se detuvo de pronto, desconcertado. ¿Se habría equivocado de casa? «¿Dónde estoy?», preguntó sin quitarse el abrigo ni el gorro de piel. El aspecto de los habitantes de la casa, la pobreza de la habitación, la ropa tendida en una cuerda lo sorprendieron desagradablemente. El capitán le hizo una profunda reverencia.

—No se ha equivocado, señor —le dijo con obsequiosa humildad—. Yo soy la persona a quien usted busca.

—Entonces, ¿usted es Snieguiriov, el señor Snieguiriov? —preguntó con grave acento.

—Sí, señor.

—¡Ah!

El doctor paseó una nueva mirada de desagrado por la habitación y se quitó el abrigo. El distintivo de un cuerpo oficial brillaba en su pecho. El capitán cargó con el abrigo. El médico se quitó también el gorro.

—¿Dónde está el paciente? —preguntó como quien da una orden.

CAPÍTULO VI

Desarrollo precoz

—¿Qué dirá el doctor? —preguntó Kolia—. Tiene una cara repelente, ¿verdad? La medicina es algo que no puedo sufrir.

—Mucha no tiene salvación: esto es lo que estoy temiendo que diga el doctor —repuso Aliocha con profunda tristeza.

—Los médicos son unos charlatanes... Oye, Karamazov: me alegro de haberte conocido; hace mucho tiempo que lo deseaba. Lo que me apena es que esta amistad haya empezado en circunstancias tan tristes.

Kolia habría deseado decir algo más expresivo, más afectuoso, pero estaba un poco turbado. Aliocha lo advirtió y le tendió la mano.

—Hace tiempo que te considero como un ser raro, pero respetable —siguió diciendo Kolia, aturdido—. Me han dicho que eres un místico, que has vivido en un monasterio. Pero esto no me importa. El contacto con la realidad te curará. Así les ocurre siempre a los que son como tú.

—¿A qué llamas un místico? ¿De qué me he de curar? —preguntó Aliocha un tanto sorprendido.

—Pues te has de curar de Dios y... de todo eso.

—¿Es que tú no crees en Dios?

—No tengo nada contra Él. En verdad, Dios no es más que una hipótesis. Sin embargo, reconozco que... que es necesario para ordenar la vida... y para otras cosas... Tanto —terminó Kolia, empezando a enrojecer—, que si Dios no existiera, habría que inventarlo.

De pronto, pensó que Aliocha podía creer que hablaba para darse importancia, para exhibir su erudición. «Sin embargo —se dijo, irritado—, nada más lejos de mi ánimo que alardear de cultura ante él.» Se sentía profundamente contrariado.

—Estas discusiones me repugnan —declaró—. Se puede amar a la humanidad sin creer en Dios. ¿Lo dudas? Voltaire no creía en Dios y amaba a la humanidad.

Y pensó: «¡Otra vez, otra vez!»

—Voltaire creía en Dios, aunque un poco fríamente. Y, al parecer, del mismo modo amaba a la humanidad —repuso Aliocha con toda naturalidad, como si hablara con una persona que tuviera la misma edad que él, o incluso que fuera mayor.

A Kolia le impresionó la falta de seguridad que demostraba Aliocha en su juicio sobre Voltaire, y también le llamó la atención que dejara en manos de él, que no era más que un muchacho, la solución de un asunto tan importante.

—Por lo visto —dijo Aliocha—, has leído a Voltaire.

—Sí, pero... sólo Candidetraducido al ruso... Una traducción antigua, pésima...

«¡Otra vez, otra vez!»...

—¿Lo entendiste?

—¡Pues claro! Lo comprendí todo... ¿Por qué dudas de que lo comprendiera? Hay pasajes graciosos... Puedes estar seguro de que soy capaz de entender una novela filosófica escrita para exponer una idea... Soy socialista, Karamazov —dijo de pronto, embrollándose definitivamente—, un socialista recalcitrante.

Aliocha se echó a reír.

—¿Socialista? ¿De dónde has sacado el tiempo para estudiar y adoptar el socialismo? Sólo tienes trece años.

Estas palabras hirieron a Kolia.

—En primer lugar, no tengo trece años, sino que dentro de quince días cumpliré los catorce —dijo impetuosamente—. Además, no comprendo qué relación tiene mi edad con lo que estamos discutiendo. Son mis convicciones y no mi edad lo que importa. ¿No es así?

—Cuando seas mayor verás la influencia que tiene la edad en las ideas. Eso no puede haber salido de ti.

Aliocha dijo esto con toda calma. Kolia, en cambio, le contestó, nervioso:

—Óyeme, tú eres partidario de la obediencia y del misticismo. No me negarás que el cristianismo sólo ha sido útil a los acaudalados, a los poderosos, para mantener a las clases inferiores en la esclavitud.

—Ya sé dónde has leído eso, ya sé quién te lo ha enseñado.

—¿Por qué crees necesario que lo haya leído? Nadie me ha inculcado estas ideas. Tengo capacidad para juzgar por mí mismo... Y te advierto que no soy enemigo de Cristo. Cristo tenía una personalidad enteramente humana. Si hubiera existido en nuestra época, estaría al lado de los revolucionarios y habría desempeñado un papel visible. De esto no cabe duda.

—¿Pero de dónde te has sacado todo eso? ¿A qué imbécil has escuchado? —exclamó Aliocha.

—No se puede ocultar la verdad. He tenido más de una ocasión para charlar con Rakitine. Y se dice que esta idea la ha expresado también el viejo Bielinski.

—¿Bielinski? No lo recuerdo. Desde luego, no lo ha escrito en ninguna parte.

—Tal vez no lo haya escrito, pero lo ha manifestado. Se lo he oído decir a... Bueno, eso no importa.

—¿Has leído a Bielinski?

—No, en verdad no lo he leído, ya que sólo conozco de él el pasaje en que comenta por qué Tatiana no parte con Onieguine.

—¿Por qué no parte con Onieguine? ¿Acaso lo has comprendido?

—Perdona, pero creo que me tomas por un chiquillo como Smurov —observó Kolia con una sonrisita que era una mueca de irritación—. Además, no vayas a creer que soy un gran revolucionario. A veces no estoy de acuerdo con Rakitine. No soy partidario de la emancipación de la mujer. Reconozco que la mujer es una criatura inferior nacida para la obediencia. Les femmes tricotent, dijo Napoleón, y por lo menos en este punto —Kolia sonrió— comparto la opinión del seudo gran hombre. También considero que es una cobardía emigrar a América, y más que una cobardía: una estupidez. ¿Para qué irnos a América cuando podemos trabajar en nuestra casa por el bien de la humanidad? Sobre todo ahora, tenemos a nuestra disposición un amplio campo de fecunda actividad. Esto es lo que respondí.

—¿Lo que respondiste? ¿A quién? ¿Es que alguien te ha propuesto ir a América?