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Al llegar a este punto, el fiscal hizo un paréntesis en la acusación para hablar de Smerdiakov y terminar de una vez con las sospechas que recaían en el epiléptico. No se olvidó de ningún detalle, y, precisamente por esta minuciosidad, comprendió todo el mundo que daba gran importancia a la hipótesis que refutaba con aparente desdén.

CAPÍTULO VIII

Disertación sobre Smerdiakov

—Veamos ante todo de dónde proceden tales sospechas. El primero que denunció a Smerdiakov fue el acusado, el día en que lo detuvieron. Antes de este día no había hecho la menor alusión a la posibilidad de que el sirviente de su padre fuera culpable. Otras tres personas han confirmado esta opinión: los dos hermanos del acusado y Agrafena Alejandrovna Svietlov. Pero Iván Fiodorovitch no ha hablado de estas sospechas hasta hoy y bajo los efectos de un evidente ataque de demencia. Antes estaba convencido de que el autor del crimen era su hermano, y ni siquiera le pasó por la imaginación combatir esta idea. Ya volveremos a tocar este punto. El hermano menor ha declarado que no tiene ninguna prueba de la culpabilidad de Smerdiakov y que se basa únicamente en las palabras del acusado y en «la expresión de su semblante». Dos veces ha expuesto este argumento extraordinario.

»La señorita Svietlov se ha expresado de un modo todavía más extraño: ha dicho que debíamos creer al acusado porque es un hombre «incapaz.de mentir». Esto es todo lo que han alegado contra Smerdiakov estas tres personas evidentemente interesadas en la suerte del acusado. Sin embargo, la acusación contra Smerdiakov ha circulado persistentemente. ¿Podemos, en verdad, darle crédito?

Al llegar a este punto, el fiscal juzgó conveniente esbozar el carácter de Smerdiakov, del que dijo que había puesto fin a sus días en un ataque de locura. Manifestó que era un ser débil, de escasa cultura, trastornado por ideas filosóficas que no estaban a su alcance, aterrado por ciertas doctrinas modernas que le inculcaban, en la práctica, el ejemplo de la vida desordenada de Fiodor Pavlovitch, su amo y tal vez su padre, y, en teoría, las extrañas disertaciones filosóficas de Iván Fiodorovitch, al que estas charlas servían de entretenimiento y diversión.

—Él mismo me describió su estado de ánimo durante los últimos días que pasó en casa de su dueño, y otras personas que lo conocían perfectamente han atestiguado la verdad de sus palabras. Estas personas son el acusado, un hermano de éste y el sirviente Grigori. Además, padecía de epilepsia y era cobarde como una gallina. «Caía a mis pies y los besaba», nos dijo el acusado cuando aún no comprendía el daño que podía hacerle esta declaración. «Es una gallina epiléptica», añadió con su pintoresco lenguaje. Y he aquí que Dmitri Fiodorovitch, según su propia declaración, hace de él su hombre de confianza y lo intimida de tal modo, que consigue que sea su espía y su confidente. Smerdiakov, como buen soplón, traiciona a su dueño y revela al acusado la existencia del sobre repleto de billetes y la llamada que le permitirá entrar en la casa. ¿Pero acaso podía obrar de otro modo? «Me matará: estoy seguro», decía temblando, al declarar para la instrucción del sumario, cuando su verdugo estaba ya detenido y, por lo tanto, no podía molestarle. «Desconfiaba de mi, y yo, muerto de miedo, me apresuraba a aplacar su cólera comunicándole todos los secretos, a probarle mi buena fe para evitar que me matara.» Éstas fueron sus palabras: las anoté. También me confesó que, cuando oía gritar a Dmitri Fiodorovitch, solía arrojarse a sus pies.

»Gozaba de la confianza de su dueño, a quien había demostrado su honradez devolviéndole cierta cantidad de dinero que había perdido. Sin duda, el desdichado Smerdiakov se arrepintió amargamente de haber traicionado a su querido bienhechor.

»Psiquiatras eminentes han observado que los enfermos afectados de epilepsia tienen la manía de acusarse a sí mismos. Una sensación de culpabilidad los atormenta, experimentan remordimientos injustificados, exageran sus faltas e incluso se achacan delitos imaginarios. A veces llegan al extremo de cometer crímenes bajo la influencia del miedo. Por otra parte, Smerdiakov presentía una desgracia. Cuando Iván Fiodorovitch iba a partir para Moscú el mismo día del drama, él le suplicó que se quedase, pero sin atreverse (ya hemos dicho que era un cobarde) a participarle sus temores con toda claridad. Se limitó a expresarse con alusiones que no fueran comprendidas. Hay que advertir que Iván Fiodorovitch representaba para Smerdiakov una defensa, una garantía de que nada enojoso podía ocurrirle mientras lo tuviera cerca. Recuerden ustedes la frase de Dmitri Fiodorovitch en la carta que escribió bajo los efectos del alcohoclass="underline" «Mataré al viejo cuando Iván se vaya.» De modo que la presencia de Iván Fiodorovitch representaba para todos los habitantes de la casa la calma y el orden.

»Se marcha Iván y, una hora después aproximadamente, Smerdiakov sufre un ataque, por cierto muy comprensible. Hemos de hacer constar que durante aquellos días Smerdiakov, presa de la desesperación y el miedo, presentía que iba a ser víctima de un ataque, ya que le acometían siempre en momentos de ansiedad y viva emoción. Es evidente que nadie puede prever el día y la hora en que va a sufrir un ataque, pero no es menos cierto que el epiléptico puede reconocer los síntomas que lo anuncian. Así lo dicen los médicos.

»Poco después de haberse marchado Iván Fiodorovitch, Smerdiakov, sintiéndose abandonado e indefenso, se dirige a la bodega y, al bajar la escalera, se le ocurre pensar que puede sufrir un ataque. Y precisamente este temor, este estado de ánimo provocan el espasmo de la garganta precursor del accidente. Smerdiakov rueda por la escalera sin conocimiento. Se ha pretendido ver en este ataque una simulación. Pero no puedo menos de preguntarme: ¿por qué fingió?, ¿qué adelantaba fingiendo?... Prescindo de la medicina. Me dirán que la ciencia se equivoca, que los médicos no saben distinguir la verdad de la simulación en estos casos. De acuerdo. Pero respondedme a esta pregunta: ¿qué motivo tenía Smerdiakov para fingir? ¿Puede admitirse que pretendiera atraer la atención sobre él, suponiendo que tuviera el propósito de cometer un asesinato...? Señores del jurado: había cinco personas en casa de Fiodor Pavlovitch, que, evidentemente, no fue el autor de su propia muerte; la segunda persona era el criado Grigori, que fue gravemente herido; la tercera, la esposa de Grigori, Marta Ignatievna, de la que sería disparatado sospechar. Sólo nos quedan dos: Smerdiakov y el acusado. Y como el acusado asegura que no es el asesino, forzosamente se ha de achacar la culpa a Smerdiakov, ya que no tenemos ninguna otra persona a la que culpar. He aquí todo el fundamento de la inaudita acusación dirigida contra el infeliz idiota que se suicidó ayer. No se tenía a nadie más a mano. Si hubiera existido una sexta persona a la que poder atribuir el más leve indicio de culpa, estoy seguro de que el acusado no se habría atrevido a culpar a Smerdiakov, sino que habría dirigido su acusación contra esa sexta persona, ya que no cabe duda de que es perfectamente absurdo achacar el crimen a Smerdiakov.

»Señores: dejemos a un lado la psicología, la medicina e incluso la lógica; atengámonos a los hechos, exclusivamente a los hechos, y guiémonos por lo que éstos nos dicen. Admitamos que Smerdiakov ha matado. ¿Pero cómo? ¿Solo o en complicidad con el acusado? Empecemos por examinar el primer caso, es decir, el del asesinato cometido únicamente por Smerdiakov. Evidentemente, el crimen debe tener un móvil; pero como no puede ser ninguno de los que impulsan al acusado, es decir, el odio, los celos, etcétera, Smerdiakov solamente puede haber cometido el crimen para robar, para apoderarse de los tres mil rublos que su dueño había guardado en un sobre en su presencia. Y he aquí que, una vez decidido a cometer el crimen, comunica a otra persona, precisamente a la más interesada en el asunto, el acusado, todo lo concerniente al dinero (el sitio donde está escondido, la inscripción que hay en el sobre, el detalle de que está atado con una cinta de color de rosa) y, lo que es más importante, la contraseña que le permitirá entrar en la casa. ¿Por qué obra así? No podemos pensar que quiera traicionarse a sí mismo. ¿Acaso para procurarse un cómplice que comparta sus deseos de apoderarse del sobre? Se me dirá que procedió así impulsado por el miedo. ¿Pero es eso posible? ¿Se comprende que un hombre capaz de concebir un acto tan audaz, tan feroz, y de cometerlo, haga semejantes revelaciones, que sólo él conoce y que nadie puede adivinar? No; por cobarde que sea, ese hombre, una vez dispuesto a cometer el crimen, no hablará a nadie del sobre ni de la contraseña, ya que ello equivale a traicionarse a sí mismo. Si se ve obligado a dar algún informe, lo inventará: de ningún modo será sincero. Si no hubiera dicho nada del dinero y se lo hubiera apropiado después de cometer el crimen, nadie habría podido acusarlo de haber asesinado para robar, ya que él era el único que estaba enterado de la existencia de ese dinero. Aun en el caso de que se le hubiera atribuido el crimen, se habría pensado en un móvil distinto. Pero nadie habría sospechado que era él el asesino, puesto que todos sabían que gozaba del afecto y la confianza de su amo. Las sospechas habrían recaído en un hombre que tenía motivos para vengarse y que, lejos de mantener en secreto sus propósitos, los había pregonado jactanciosamente; en una palabra, se habría sospechado de Dmitri Fiodorovitch. Para Smerdiakov, asesino y ladrón, habría sido una ventaja que acusaran a Dmitri Fiodorovitch, ¿no es así? Pues bien, es precisamente a este hombre a quien Smerdiakov, después de haber planeado su crimen, habla del dinero, del sobre, de la contraseña... ¿Es esto lógico, tiene algún viso de realidad?