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»Es el día del crimen. Smerdiakov, que lo tiene todo bien planeado, finge un ataque y cae por la escalerilla de la bodega. ¿Con qué objeto obra así? Veamos cuáles pueden ser las consecuencias de su simulación. Grigori, que tenía el propósito de acostarse, renuncia a hacerlo, en vista de que la casa queda sin vigilancia y debe vigilarla él. Fiodor Pavlovitch, viéndose abandonado y temiendo que se presente su hijo, cosa que ha confesado, siente crecer su desconfianza y redobla sus precauciones. Además, se transporta inmediatamente a Smerdiakov, desde un lugar donde está solo, a la habitación inmediata a la de Grigori y su esposa, piezas separadas sólo por un tabique, como se hace siempre que el sirviente es víctima de un ataque de epilepsia, porque así lo ha indicado el dueño de la casa, con la aprobación de la compasiva Marta Ignatievna. Una vez en esta habitación, Smerdiakov, para que no se dude de que está enfermo, se pasa la noche gimiendo y despertando a cada momento a Marta Ignatievna y a Grigori. ¿Es esto propio de un hombre que pretende levantarse furtivamente e ir a matar a su dueño?

»Tal vez se me diga que fingió el ataque precisamente para alejar de él las sospechas, y que reveló al acusado los secretos del sobre y la contraseña para impulsarlo a cometer el crimen. Bien. Ya está el crimen cometido. El acusado se retira con el dinero, y he aquí que entonces se levanta Smerdiakov para... ¿Para qué, señores? ¿Para asesinar de nuevo a Fiodor Pavlovitch y volverle a robar el dinero que ya le han robado? ¿Puede mantenerse una tesis tan disparatada? Sin embargo, esto es lo que afirma el acusado. Dmitri Fiodorovitch sostiene que, cuando ya se había marchado, tras haber abatido a Grigori y sembrado la alarma, Smerdiakov se levantó para asesinar y robar. Prescindamos de que Smerdiakov no podía calcular el desarrollo de los acontecimientos, la llegada de ese hijo desesperado pero que se limita a mirar respetuosamente por la ventana y se retira, abandonando la presa al sirviente, a pesar de que conoce la contraseña. Me limito a preguntar en qué momento cometió el crimen Smerdiakov. Y si no me contestan ustedes, habrán de admitir que la acusación contra el suicida no tiene ningún fundamento.

»Supongamos que el ataque no fue fingido. El enfermo recobra el conocimiento, oye un grito y sale del pabellón. ¿Qué hace entonces? Se da cuenta de que el momento no puede ser más propicio y se dice: «Voy a matar a mi amo.» ¿Pero cómo puede darse cuenta de la situación si hasta hace unos instantes ha estado sin conocimiento? ¡La fantasía tiene sus límites, señores!

»Los más suspicaces pueden creer que tal vez estuvieran los dos de acuerdo, que fueran cómplices y se repartieran el dinero una vez cometido el crimen.

»¿Tiene algún viso de realidad esta suposición? El acusado se encarga de todo, de matar y de robar, mientras Smerdiakov permanece en cama, presa de un ataque que siembra la alarma en la casa y quita el sueño a Grigori y a la víctima. Nos preguntamos qué razón podían tener los dos cómplices para urdir un plan tan absurdo.

»Examinemos ahora la hipótesis de que la complicidad de Smerdiakov fuera enteramente pasiva. El sirviente, atemorizado, se limita a no poner obstáculos al asesino y, presintiendo que se le acusará de haber consentido el asesinato, de no haber hecho nada por defender a su dueño, consigue que Dmitri Karamazov le permita permanecer en cama, simulando un ataque. Su posición equivale a decir: «Mátalo si quieres. Eso a mí no me importa.» Pero Dmitri Fiodorovitch sabía que el ataque pondría en estado de alarma a toda la casa y, por lo tanto, no pudo aceptar semejante convenio. Pero, aun suponiendo que aceptara, el acusado no deja de ser el asesino y Smerdiakov un simple y pasivo cómplice, un cómplice que, contra su voluntad y por temor, permite actuar al criminal.

»Veamos lo que ocurre después. Cuando lo detienen, el acusado echa todas las culpas a Smerdiakov: dice que ha cometido el crimen él solo; o sea, que no lo acusa de complicidad, sino de haber robado y matado con sus propias manos. ¿Habéis visto alguna vez que los cómplices se ataquen desde el primer momento? Observad el riesgo que corre Karamazov. Es él el asesino, el principal culpable, y, sin embargo, arremete contra su cómplice, que se ha limitado a permitirle obrar. Smerdiakov pudo enojarse y decir toda la verdad, aunque sólo fuera por instinto de conservación; pudo haber declarado: «Los dos somos culpables; pero yo no he cometido el crimen: yo me he limitado, por temor, a permitírselo cometer a él.» Smerdiakov pudo hacer esta declaración, no dudando de que la justicia determinaría fácilmente cuál era su grado de responsabilidad y le aplicaría un castigo mucho menos riguroso que el que aplicase al verdadero asesino. Además, Dmitri Karamazov se habría visto obligado a decir la verdad. Pero Smerdiakov no dice ni una palabra de su complicidad, a pesar de que el asesino lo señala insistentemente como el único autor del crimen.

»Por otra parte, al instruirse el sumario, Smerdiakov declaró espontáneamente que había hablado al acusado del sobre que contenía el dinero y de la contraseña que le podía abrir la puerta de la casa, y que, si no le hubiera hecho estas revelaciones, Dmitri Fiodorovitch no habría conocido tales secretos jamás.

»Y digo yo: ¿habría hablado así Smerdiakov, por su propia voluntad, si verdaderamente hubiera sido cómplice del asesino? No, habría hablado de modo muy distinto, habría falseado o atenuado los hechos. Es decir, que sólo un inocente que no teme ser acusado de complicidad pudo expresarse como lo hizo Smerdiakov.

»Trastornado por su reciente ataque de epilepsia y por el drama ocurrido en la casa donde vivía, Smerdiakov se ahorcó ayer, dejando escrita una nota que decía: «Pongo fin a mi vida voluntariamente. Que no se culpe a nadie de mi muerte.» ¿Qué le costaba haber añadido: «Soy yo el asesino, y no Karamazov?» Pero no añadió ni una palabra: tenía la conciencia tranquila.