»He aquí, señores del jurado, otro resultado del método de deducción psicológica. He recurrido a esta ciencia con toda intención a fin de demostrar que este tipo de deducciones puede conducirnos a todas partes. El resultado depende de los propósitos de la persona que haga use del sistema. Permítanme ustedes, señores del jurado, hablarles del abuso que se hace de la psicología y de las consecuencias de tales abusos.
Se oyeron de nuevo risas de aprobación en el público.
Pero no reproduciré íntegramente el discurso de la defensa. Me limitaré a reproducir los puntos más importantes.
CAPÍTULO XI
Ni dinero ni robo
Hubo un pasaje en el informe de la defensa que sorprendió a todos: aquél en que el abogado negó la existencia de los tres mil rublos y, por lo tanto, la posibilidad de que se hubiera cometido el robo.
—Señores del jurado, lo más sorprendente de este caso es la acusación de robo, a la vez que la imposibilidad absoluta de indicar a ciencia cierta lo que se ha robado. Se dice que han desaparecido tres mil rublos, pero nadie sabe si este dinero ha existido realmente. Juzguen ustedes. Ante todo, ¿cómo nos hemos enterado de la existencia de esos tres mil rublos y quién los ha visto? Sólo sabemos lo que nos ha dicho el sirviente Smerdiakov: que estaban en un sobre en el que se habían escrito unas palabras. Smerdiakov habló de este sobre, antes del suceso, al acusado y a Iván Fiodorovitch. También informó a la señorita Svietlov. Pero ninguna de estas tres personas ha visto el dinero. De aquí que no podamos menos de preguntarnos: si este dinero ha existido verdaderamente, y, si Smerdiakov lo había visto, cuándo lo vio por última vez. Además, ¿no pudo ocurrir que Fiodor Pavlovitch, sin decírselo a su criado, retirase los billetes de su cama y los volviera a guardar en la cajita donde los tenía habitualmente? Observen ustedes que, según Smerdiakov, el sobre estaba escondido debajo del colchón. Por lo tanto, el ladrón tuvo que sacarlo de allí. Sin embargo, la cama estaba intacta, según se testifica en el sumario. ¿Cómo se explica esto? Y, sobre todo, ¿cómo es posible que unas manos ensangrentadas se introdujeran debajo del colchón sin manchar las finas e inmaculadas sábanas que se habían puesto en la cama aquella noche? «Pero el sobre estaba en el suelo», se me dirá. Hablemos de este sobre; vale la pena. Hace un momento, nuestro eminente acusador, al pretender demostrar que es absurdo achacar el asesinato a Smerdiakov, ha dicho estas palabras que han causado no poca sorpresa: «Si el culpable se hubiera llevado el sobre, nadie se habría enterado de la existencia de esos tres mil rublos ni, por lo tanto, del robo cometido por el acusado.» Así, pues, según reconoce el propio ministerio público, ese trozo de papel desgarrado y escrito es la única base de la acusación de robo formulada contra mi cliente. Y yo me pregunto si el simple hecho de que ese sobre estuviera tirado en el suelo de la habitación es suficiente para demostrar que contenía el dinero y que este dinero fue robado. «Smerdiakov vio los billetes en el sobre», se me objetará. Pero yo me pregunto: ¿cuándo los vio por última vez? Hablé con Smerdiakov, le hice esta pregunta y él me contestó que había visto el dinero en el sobre dos días antes del drama. Por lo tanto, no hay ningún inconveniente en suponer que el viejo Fiodor Pavlovitch, en su febril impaciencia mientras esperaba a su amada, sacó el sobre de su escondite y lo abrió. «Gruchegnka tal vez no me crea, pero cuando le enseñe el fajo de treinta billetes, el efecto será inmediato: se sentirá fascinada.» Y rasga el sobre y lo tira al suelo, después de sacar el dinero, naturalmente sin temor alguno a comprometerse. Señores del jurado, esta hipótesis es tan admisible como cualquier otra. Y si la admitimos, el móvil del robo deja de existir, ya que si no hay dinero, no hay robo. Se dice que el sobre abierto encontrado en el suelo de la habitación prueba la existencia del dinero; pero a mi nada me impide afirmar que el sobre estaba vacío antes de que lo viese el presunto ladrón, por haber sacado ya los billetes su propio dueño. «¿Pero adónde fue a parar ese dinero? —se me preguntará—. Se hizo un registro y no se encontró.» En primer lugar, se encontró una parte de él en la cajita; en segundo, Fiodor Pavlovitch pudo retirarlo a la mañana siguiente de haberlo visto Smerdiakov, e incluso más tarde, para gastarlo o enviarlo a alguna parte. En una palabra, pudo cambiar de idea sin juzgar necesario dar cuenta de ello a su sirviente. Por poco verosímil que sea esta hipótesis, ¿acaso tiene más fundamento acusar a mi defendido categóricamente de asesinato seguido de robo? Esto pertenece a los dominios de la novela. Para afirmar que se ha robado una cosa, hay que señalar la cosa robada o, cuando menos, demostrar claramente que ha existido. Pero resulta que nadie ha visto los tres mil rublos. Recientemente, en Petersburgo, un vendedor ambulante de dieciocho años entró en el establecimiento de un cambista, mató a éste a hachazos con una audacia extraordinaria, y se llevó mil quinientos rublos. Cinco horas después fue detenido y se encontró en su poder toda la cantidad robada: sólo faltaban quince rublos que se había gastado. Además, el empleado de la víctima, que en el momento del crimen estaba ausente, indicó a la policía no sólo el importe de lo robado, sino el valor y el número de billetes y de monedas de oro que integraban la suma. Todo se encontró en poder del asesino, el cual, por añadidura, confesó de plano. A esto llamo yo una prueba, señores del jurado. Allí estaba el dinero; se podía tocar; nadie podía negar que existiese. ¿Ocurre lo mismo en el caso que estamos debatiendo? No. Sin embargo, de nuestro debate depende la suerte de un hombre. «De acuerdo —se me puede decir—, pero el acusado pasó la noche de jarana y tiró el dinero. Todavía se le encontraron encima mil quinientos rublos. ¿De dónde los había sacado?» La respuesta es que precisamente el hecho de que sólo tuviera en su poder mil quinientos rublos, o sea la mitad de los tres mil, puede ser una prueba de que el dinero no procedía del sobre. Al instruirse el sumario se hicieron cálculos precisos de tiempo y se determinó que el acusado, después de su visita a las dos domésticas, se fue derechamente a casa del señor Perkhotine y que luego no estuvo solo un instante. Por lo tanto, no pudo ocultar en ninguna parte de la ciudad la otra mitad de los tres mil rublos. La acusación supone que el dinero está oculto en Mokroie, pero ¿por qué no sospechar que está en el castillo de Udolphe
[87]? La suposición del señor fiscal es realmente fantástica, novelesca. Sin embargo, señores del jurado, basta prescindir de esta hipótesis para que la acusación de robo se venga abajo. ¿Qué se ha hecho de esos mil quinientos rublos? ¿Cómo se explica que hayan desaparecido si se tienen pruebas de que el acusado no fue a ninguna parte? ¿Son suficientes estas deducciones novelescas para que estemos dispuestos a destrozar la vida de un hombre? Se me replicará que Dmitri Fiodorovitch no pudo explicar la procedencia del dinero que se le encontró encima y que todo el mundo sabía que antes de aquella noche no tenía ni un solo rublo. ¿Pero podemos aceptar que lo sabía todo el mundo? El acusado explicó con toda claridad de dónde procedía el dinero que estaba en su poder, y a mi juicio, señores del jurado, la explicación es perfectamente lógica y está de acuerdo con el carácter de mi cliente. La acusación se aferra a su propia novela. Dice que un hombre tan débil de carácter que se humilla a aceptar tres mil rublos de su prometida, no es lógico que retire la mitad de este dinero y lo conserve. Por el contrario, lo natural es que abra la bolsita cada dos días para sacar cien rublos, de modo que, al cabo de un mes, no quedará nada. Como recordarán ustedes, todo esto ha sido dicho en tono determinante. Pero si las cosas hubieran ocurrido de otro modo, el personaje creado por el señor fiscal sería falso. Así ha ocurrido. No faltará quien objete: «Hay testigos de que el acusado dilapidó de una vez en Mokroie los tres mil rublos que le prestó la señorita Verkhovtsev. Por lo tanto, no puede ser cierto que se guardara la mitad.» ¿Pero qué testigos son éstos? Ya hemos visto el crédito que se les puede prestar. Además, un pastel en manos ajenas parece siempre mayor de lo que es en realidad. Ninguno de estos testigos contó los billetes: todos calcularon la cantidad a simple vista. El testigo Maximov asegura que el acusado tenía en la mano veinte mil rublos. Como ustedes ven, señores del jurado, la psicología es un arma de dos filos. Permítanme que utilice el filo contrario: ya verán ustedes lo que resulta.