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Ángel no sabía bien cuáles eran las obligaciones de Simeon en su calidad de ayudante, pero casi con toda seguridad no incluían mecanografiar ni responder el teléfono. Tampoco era un simple guardaespaldas, a diferencia de los hombres que los habían registrado. No, Ángel ya había conocido antes a hombres como Simeon, y Louis también. Aquél era un especialista, y Ángel se preguntó por qué un hombre de negocios, incluso uno tan rico y propenso a la reclusión como Nicholas Hoyle, necesitaba a alguien con las aptitudes que Simeon sin duda poseía.

Simeon detuvo la mirada brevemente en Ángel, decidió que no había allí nada digno de atención y volvió a concentrarse en Louis.

Retrocedió hacia el interior de la habitación a la vez que extendía la mano derecha en un gesto de bienvenida. No dio la espalda a Louis, cosa que quedó como señal de respeto y al mismo tiempo de cautela.

Entraron en un salón de planta abierta, amplio, tenuemente iluminado, con estanterías desde el suelo hasta el techo que contenían una combinación de libros, esculturas y armas antiguas: cuchillos, hachas, dagas, todos montados sobre peanas de cristal transparente. Allí dentro hacía tanto frío que a Ángel se le puso la carne de gallina. Las tablas del suelo eran de madera reciclada; los sofás y sillones, oscuros y cómodos. En conjunto, daba la sensación de que aquélla era la morada de un hombre de armas y letras, un hombre arraigado en otra era. El propio salón habría podido pertenecer a otro siglo, de no ser por una mampara de cristal desde donde se veía, en un nivel inferior, una piscina cubierta, cuyas aguas formaban tenues ondas que se reflejaban en las paredes interiores. Si bien en un primer momento el contraste era desconcertante, Ángel llegó a la conclusión de que complementaba la decoración, más que socavarla. Salvo si uno se acercaba al cristal, la piscina permanecía invisible, de modo que lo único que se percibía de ella eran los espectros de las ondas en las paredes. Uno tenía la sensación de estar en el camarote de un gran barco en el mar.

– Caray, qué azul -comentó Ángel, contemplando el agua, y así era: de un azul artificial, como si le hubieran añadido tinte. Ángel pensó que él jamás se zambulliría en esa piscina, ni aun suponiendo que practicase la natación. Parecía una cuba de sustancias químicas.

– El agua de la piscina se somete semanalmente a un tratamiento a cargo de un servicio profesional -explicó Simeon-. El señor Hoyle da mucha importancia a la limpieza.

En su voz se podía apreciar un peculiar tonillo al decirlo, cierto sarcasmo. Louis lo percibió y se preguntó cuál sería el grado de compromiso con su jefe. Había conocido antes a hombres que eran para sus jefes algo más que guardaespaldas, sin llegar a ser amigos. Eran como perros guardianes que con el tiempo acababan queriendo a los hombres que les echaban las sobras de la comida, adorándolos en momentos de afecto y viendo todo gesto de ira dirigido contra ellos como prueba de un fracaso por su parte. Simeon no parecía esa clase de hombre. Aquello era un acuerdo económico, simple y llanamente, y mientras Hoyle siguiera ingresando dinero en la cuenta de Simeon, éste continuaría protegiendo la vida de Hoyle. Las dos partes conocían con toda exactitud cuál era su posición, y Louis suponía que tanto Hoyle como Simeon lo preferían así.

– Oiga, ¿Simeon es su nombre o su apellido? -preguntó Ángel.

– ¿Eso importa?

– Era por entablar conversación.

– Pues no se le da muy bien -observó Simeon.

Ángel lo miró con expresión de desánimo.

– No es la primera vez que me lo dicen.

Louis examinaba una punta de lanza en uno de los estantes. Sin tocarla, movió la peana de cristal con cuidado para verla de frente, como si apuntara hacia su cara.

– Es de una lanza hicsa -explicó Simeon-. Los hicsos invadieron Egipto mil setecientos años antes de Cristo y crearon la decimoquinta dinastía.

– ¿Lo ha leído usted en algún sitio? -preguntó Louis.

– No, lo ha leído en algún sitio el señor Hoyle. Ha tenido la amabilidad de compartir conmigo sus conocimientos, y ahora yo se los transmito a ustedes.

– Muy interesante. Debería organizar visitas turísticas. -Louis se volvió hacia Simeon-. ¿Lleva mucho tiempo trabajando para él?

– Suficiente.

– Eso admite dos interpretaciones.

– Supongo.

– ¿En qué cuerpo sirvió?

– ¿Por qué cree que he estado en el ejército?

– Tengo ojos en la cara.

Simeon se detuvo a pensar antes de responder.

– Infantería de marina.

– A ver si lo adivino: la unidad de reconocimiento.

– No. Antiterrorismo, cerca de Norfolk.

Antiterrorismo: el Equipo de Seguridad Antiterrorista de la Flota de la Infantería de Marina, formado a finales de los ochenta para proporcionar una mayor protección a corto plazo cuando la amenaza excedía las posibilidades de las fuerzas de seguridad convencionales. Simeon había sido instruido, pues, para evaluar amenazas, preparar planes de seguridad, proteger a VIPs. A su pesar, Louis estaba impresionado.

– Esto debe de ser un cambio agradable para usted -observó Ángel, uniéndose a la conversación-. Ahora lo más pesado que tiene que levantar es una varita. -Sonrió sin mala intención-. Es como ser un hada madrina.

Louis se acercó a un objeto que parecía una combinación de daga y hacha, con una malévola hoja triangular.

– Eso es una daga-hacha ko. -Un hombre había entrado en la sala desde una puerta situada a la derecha. Tenía una mata de pelo canoso, bien cortado, y llevaba un polo rojo de manga larga y pantalones de lona de color tostado. Calzaba mocasines marrones, gastados y cómodos. Estaba ligeramente bronceado. Al sonreír, revelaba unos dientes un tanto irregulares, y no demasiado blancos. Las gafas le agrandaban como lentes de aumento los ojos azules. Fuera lo que fuese, no parecía un hombre vanidoso, o cuando menos había dejado de hacer las concesiones más obvias a la vanidad. En su aspecto, sólo llamaban la atención los guantes blancos que le cubrían las manos-. Soy Nicholas Hoyle. Bienvenidos, caballeros, bienvenidos.

Se acercó a Louis, aún junto al estante, complacido a todas luces de la oportunidad de exhibir su colección.

– Siglo once o diez antes de Cristo -prosiguió y levantó el arma para que Louis la examinara de cerca-. Causaron sensación en Pa-Shu durante la dinastía zhou oriental, pero ésa es de Shansi.

Colocó el hacha en su sitio y pasó a otra arma.

– Este objeto es interesante. -Separó con cuidado una daga curva de su peana-. Es de la última etapa Shang, entre los siglos trece y doce antes de Cristo. Fíjese, tiene un cascabel en el extremo de la empuñadura. -Agitó el arma con delicadeza-. No servía para matar en silencio, imagino.

Por último, eligió un hacha de aspecto tosco que ocupaba todo un estante.

– Ésta es una de las armas más antiguas que poseo -dijo-. Hung-shan, de la región del río Liao, en la China nororiental. Neolítica. Tres mil años de antigüedad, como mínimo, quizás incluso cuatro mil o más. Tenga, cójala en las manos.

Entregó el hacha a Louis. Detrás de él, Ángel vio tensarse un poco a Simeon. Aun después de tantos años, el hacha era claramente capaz de infligir daño. Parecía mucho menos antigua de lo que era, testimonio de la destreza implícita en su manufactura. Louis observó que la parte superior de la cabeza del hacha estaba labrada en forma de águila. Recorrió el contorno con la yema del índice.

– Tiene un significado religioso -explicó Hoyle-. Por entonces se creía que el primer mensajero del Soberano Celestial fue un ave. Se creía que las águilas comunicaban los deseos humanos a los dioses; en este caso, cabe suponer, la muerte de un enemigo.

– Una colección impresionante -opinó Louis, devolviéndole el hacha.

– Empecé a coleccionar de niño -contó Hoyle-. Primero con balas Minié recogidas en el campo de batalla del monte Kennesaw. Mi padre era un entusiasta de la guerra de secesión y en vacaciones le gustaba llevarnos a los campos de batalla. A mi madre, si no recuerdo mal, aquello no le parecía nada extraordinario. Incluso llegué a crear mi propia mezcla de sebo y cera de abeja para lubricarlas, tal como hacían los soldados a fin de prevenir que se ensuciara el interior del cañón con residuos de pólvora quemada. De lo contrario…