Pero el chico no era así. Desde su tierna infancia, había en él algo impalpable, un alma vieja en un cuerpo joven. Deber era astuto y cruel, pero el chico era listo y desapasionado. Deber no murió de una herida de bala, ni de una puñalada en el pecho o las tripas. No vio acercarse la muerte, porque la muerte llegó camuflada. Llegó disfrazada de silbato metálico barato, un objeto al que le tenía un desmesurado cariño. Lo utilizaba para llamar al chico a la hora de comer, para captar la atención de su mujer, para organizar las cuadrillas de hombres cuyo trabajo supervisaba. Cuando se lo llevó a la boca aquella fatídica mañana, acaso sólo tuvo tiempo para preguntarse por qué no emitía el penetrante pitido habitual antes de que la pequeña bola de explosivo de fabricación casera le volara la cara y parte del cráneo. El último recuerdo que el chico conservaba de Deber era el de un hombrecillo atildado saliendo de casa camino del trabajo, con el silbato colgado al cuello de una cadena. Para resarcirse, no necesitó ver el momento de alzarse el silbato ni el estallido rojo y negro que acompañó a la explosión, como tampoco necesitó contemplar al ser humano destrozado que agonizaba en una cama para indigentes.
Para Louis, asesinar a Deber había sido algo natural. No podía decirse, pues, que su primera acción violenta fatal lo hubiese puesto en el camino de convertirse en lo que ahora era. Esa capacidad siempre había anidado en él, y el catalizador de su erupción en el mundo fue en esencia intrascendente. Pero una vez desencadenada, corrió por sus venas con la misma naturalidad que la sangre.
También Ángel había matado, pero las razones detrás de sus actos habían sido menos complejas que las que motivaron a Louis. Ángel había matado en varias ocasiones porque se había visto obligado a ello; porque de no haberlo hecho habría muerto él, y porqué, básicamente, le había parecido que era lo que correspondía en ese momento. No se sentía perseguido ni atormentado por aquellos a quienes había matado. Se preguntaba, alguna que otra vez, si eso significaba que no era una persona normal. Sospechaba que no lo era. Pero Ángel no experimentaba el impulso de matar. No buscaba a hombres violentos para enfrentarse a ellos, o para ponerse a prueba ante ellos. Si alguien le hubiese anunciado que, a partir de ese día, nunca más tendría que empuñar un arma y que durante el resto de su vida no afrontaría mayor desafío que el de forzar cerraduras y comer fritos, se habría dado por satisfecho, siempre y cuando tuviese a Louis a su lado. Pero ahí residía el problema: una vida así excedía las posibilidades de Louis, y para Ángel acogerse a tal existencia habría implicado sacrificar a su compañero. La violencia de Ángel surgía de las circunstancias; la de Louis era consustancial.
A eso se debía, en parte, que perdurase su estrecha amistad con Charlie Parker a lo largo de tantos años. Ángel estaba en deuda con el detective privado, que hizo cuanto estuvo en sus manos, siendo policía, para proteger a Ángel de aquellos que le habrían causado graves perjuicios cuando cumplía condena. Ángel nunca entendió del todo por qué Parker decidió actuar de esa manera. Ángel lo había ayudado de vez en cuando con información, a condición de que no requiriera dar demasiados nombres, y estaba convencido, aunque nunca habían hablado de ello, de que Parker sabía algo sobre el pasado de Ángel, sobre los malos tratos que había padecido en la niñez. Pero eran muchos los delincuentes que podían aducir infancias atribuladas, algunas incluso peores que la de Ángel; la lástima, o la empatía, no bastaba para explicar por qué Parker decidió ayudarlo y, en última instancia, entablar amistad con él. Era casi, pensó Ángel, como si Parker supiera lo que vendría después. No, no que lo supiera, no era eso. Había cosas en Parker fuera de lo común, incluso a todas luces escalofriantes, pero no era un vidente. Quizá se trataba de algo tan sencillo como conocer a otro ser humano y comprender, de manera inmediata y profunda, que ese individuo formaba parte de la propia vida, por razones obvias o aún por revelarse.
A Louis le había costado entenderlo, al menos en un principio. Louis no quería policías ni ex policías en su vida. Pero sabía lo que Parker había hecho por Ángel, sabía que Ángel no estaría vivo a no ser por ese extraño y atormentado detective que parecía a punto de romperse bajo el peso del dolor y la pérdida y sin embargo se negaba a sucumbir. A su debido tiempo, Louis vio algo de sí mismo en el otro hombre. Empezaron a respetarse, y eso se desarrolló hasta convertirse en una especie de amistad, aunque la relación fue puesta a prueba más de una vez.
Pero lo que Louis y Parker tenían en común era más que nada, creía Ángel, una suerte de oscuridad. Una versión del fuego de Louis ardía en Parker; una forma más extraña aunque más refinada de la sed de Louis lo corroía. En cierto modo, se utilizaban mutuamente, pero cada uno lo hacía a sabiendas, y con el consentimiento, del otro.
No obstante, en los últimos meses las cosas habían cambiado. Parker ya no tenía licencia de detective privado. Intuía que quienes le habían quitado la licencia lo vigilaban, que un paso en falso podía llevarlo a la cárcel, o atraer la atención sobre sus amigos, sobre Louis y Ángel. Ángel no se explicaba cómo habían conseguido eludir esa atención hasta el momento. Habían actuado con cautela y de manera profesional, y a veces la suerte había intervenido a su favor, pero esos factores no bastaban en sí mismos, no podían bastar. Era un enigma.
Ahora, con Parker inactivo, Louis se veía privado de una de las válvulas de escape a sus impulsos. Había empezado a hablar de aceptar encargos otra vez. La acción contra los rusos no se había inspirado tanto en la amenaza inmediata para Parker como en el deseo de ejercitar los músculos. Ahora parecía que Ángel y él sufrían el ataque de fuerzas no del todo identificadas. Y lo que más inquietaba a Ángel era la sospecha de que a Louis le complacía secretamente esa circunstancia.
Por otro lado estaba Gabriel, en parte responsable de su actual situación, ya que, si lo que había dicho Hoyle era verdad, fue él quien envió a Louis a matar al hijo de Leehagen. Ángel no conocía al anciano, pero lo sabía todo sobre él. La relación que existía entre Gabriel y Louis era inefablemente compleja. Louis parecía sentirse en deuda con Gabriel, pese a que, a juicio de Ángel, Gabriel había manipulado y acaso corrompido a Louis en su propio beneficio. Ahora Gabriel había vuelto, aunque de forma periférica, a la vida de Louis, como una araña en hibernación puesta en movimiento por el calor del sol y las vibraciones de los insectos cercanos a su polvorienta telaraña. Eso inducía a Ángel a pensar que ciertos aspectos del pasado de Louis, de su antigua vida, empezaban a filtrarse en el presente y a la vez a envenenarlos a ambos.
Si Louis a veces asustaba a Ángel, éste seguía siendo incognoscible para su compañero hasta límites frustrantes. Pese a todo lo que le había sucedido a Ángel, se adivinaba en su corazón cierta delicadeza que casi habría podido interpretarse como debilidad. Ángel sentía cosas: compasión, empatía, pena. Las sentía por quienes más se parecían a él, sobre todo por los niños atribulados, ya que, como Louis sabía, todo adulto que había sido víctima de malos tratos en la infancia conserva a ese niño para siempre en el corazón. Eso no era motivo para admirar menos sus emociones, y Louis reconocía que a él mismo le había influido y había cambiado durante los años que había vivido en compañía de este hombre de cabello alborotado. Lo había humanizado, y sin embargo lo que era una virtud en Ángel se convertía en una grieta en la armadura de Louis. En efecto, tan pronto como empezó a sentir algo por Ángel, sacrificó un elemento crucial de sus defensas. En cierto sentido, sus fuerzas quedaron divididas. Mientras que en otro tiempo sólo tenía que preocuparse por sí mismo -y esa inquietud estaba vinculada al carácter de su profesión-, ahora debía lidiar con sus miedos por otro. Cuando estuvieron a punto de arrebatarle a Ángel, secuestrado por una familia que lo mutiló y exigió un rescate sin la menor intención de devolverlo con vida, Louis vio, por un instante, aquello en lo que se convertiría él sin su compañero: una criatura hecha de pura rabia que sería consumida por su propio fuego.