El Detective señalaba los detalles de una de las imágenes mientras hablaba. Willie no tenía ordenador. Creía que a sus años ya era demasiado tarde para interesarse por esas cosas, y además apenas le quedaba tiempo libre. Tenía una vaga idea de lo que podía ser Google, pero no habría sido capaz de explicárselo a nadie de manera comprensible, ni siquiera a sí mismo. Así y todo, le impresionaba lo que el Detective estaba enseñándole. Se habían librado guerras con información menos detallada que aquélla. Él mismo había combatido en una.
– ¿Te encuentras cómodo con la pistola que llevas? -preguntó el Detective.
– Me la dio Louis.
– Entonces seguro que es buena. ¿Has disparado un arma en fecha reciente?
– No desde Vietnam.
– Bueno, no han cambiado mucho. Enséñamela.
Willie entregó la Browning al Detective. Cargada, pesaba menos de un kilo, y tenía un tono azulado. Era un modelo anterior a 1995, ya que llevaba un cargador con capacidad para trece balas en lugar de diez. Según el indicador del expulsor, la recámara estaba vacía.
– Un arma bonita y ligera -dijo Parker-. No es nueva pero está limpia. ¿Tienes un cargador de reserva?
Willie negó con la cabeza.
– Con suerte, no te hará falta. Si hay que vaciar cargadores, casi con toda seguridad será porque estamos en inferioridad numérica, así que dará igual.
Willie no encontró sus palabras muy tranquilizadoras.
– ¿Puedo preguntarte una cosa? -dijo.
– Claro.
– ¿Estamos solos tú y yo? O sea, no te lo tomes a mal, pero no somos precisamente la Delta Force.
– No, no estamos solos. Hay más.
– ¿Dónde están?
– Han llegado antes que nosotros. De hecho… -Parker consultó el reloj-. Deberíamos reunimos con ellos ahora.
– Tengo otra pregunta -dijo Willie cuando el Detective puso el motor en marcha.
– Adelante.
– ¿Hay un plan?
El Detective lo miró.
– Que no nos peguen un tiro -contestó.
– Me parece un buen plan -dijo Willie con toda sinceridad.
El Detective conducía con los faros encendidos. Willie pensó que los llevaba un poco altos, pero no dijo nada. Ya se ocuparía de eso más adelante. Su mayor preocupación en ese momento era la posibilidad de que le pegaran un tiro. En Vietnam le habían disparado, pero ni una sola bala había dado cerca de él. Conservaba la esperanza de que las cosas siguieran así. No obstante, convenía saber qué cabía esperar. Había visto a hombres heridos de bala, y la diversidad de las reacciones lo había sorprendido. Unos gritaban y lloraban, otros sencillamente se quedaban callados, guardándose dentro todo el dolor, y también había quienes actuaban como si fuese algo sin la menor trascendencia, como si a causa de una esquirla de metal caliente enterrada en lo más hondo de la carne sólo se les hubiera cortado la respiración por un instante. Al final sucumbió a la tentación de plantear la pregunta.
– A ti te han herido de bala alguna vez, ¿verdad?
– Sí, alguna vez -contestó el Detective.
– ¿Y cómo fue? -No lo recomiendo.
– Ya, bueno, eso ya me lo imagino.
– No creo que el mío fuera el caso más corriente. Había caído en agua helada y en el momento de herirme es probable que ya me encontrara en estado de shock. Era una bala de punta sólida, de modo que no se expandía en el momento del impacto, sino que traspasaba. Me dio aquí. -Se señaló el costado izquierdo-. Era básicamente tejido graso. Ni siquiera recuerdo demasiado dolor al principio. Salí del agua y me eché a caminar. Entonces empezó a dolerme de verdad. Mucho, muchísimo. Una mujer… -El Detective se interrumpió. Willie se limitó a esperar en silencio a que continuase-. Una mujer que yo conocía… tenía cierta experiencia como enfermera. Me cosió la herida. Después de eso aguanté un par de horas. No sé cómo. Creo que seguía en estado de shock, todavía, y estábamos en una situación complicada, Louis, Ángel y yo. A veces pasan esas cosas. Personas heridas encuentran la manera de mantenerse en pie porque no les queda más remedio. A mí me sostenía la adrenalina, y había desaparecido una chica, la hija de Walter Cole.
Willie había oído contar a Ángel parte de esa historia.
– Un par de días después me vine abajo. Según los médicos, fue una reacción retardada a lo sucedido. Había perdido unos cuantos dientes, y creo que lo que me hizo el dentista para arreglarme la boca me dolió casi tanto como el balazo. En cualquier caso, pareció precipitar lo que vino después, como si mi cuerpo hubiese decidido que ya tenía bastante. Pretendían ingresarme, pero yo preferí descansar en casa. La herida tardó un tiempo en dejar de dolerme. Ahora, según cómo me doblo, aún siento una punzada. Como te he dicho, no lo recomiendo.
– Vale -contestó Willie-, lo tendré en cuenta.
Abandonaron la carretera principal y enfilaron hacia el sur. Al cabo de un rato, el detective aminoró la velocidad y buscó algo a su derecha. Apareció una carretera con el rótulo PROPIEDAD PRIVADA. El Detective se desvió por allí y siguió un breve trecho hasta llegar a un puente, donde detuvo el coche. Los dos permanecieron en sus asientos, sin moverse. Se veía una luz entre los árboles, y a Willie le pareció oír un pitido intermitente. Miró a la izquierda y vio que el Detective tenía una pistola en la mano derecha. Willie sacó la Browning del bolsillo de la cazadora y quitó el seguro. El Detective se volvió hacia él y asintió con la cabeza.
Salieron del coche simultáneamente y avanzaron en dirección a la luz. Al acercarse, Willie vio el vehículo con. mayor claridad. Era un Chevy Tahoe. La ventanilla lateral se había desintegrado, y el cuerpo de un hombre, con una herida irregular en el pecho, yacía desplomado en uno de los asientos. El Detective circundó el Chevy con la pistola en alto hasta llegar a un segundo cadáver entre los árboles. Willie se reunió con él y contempló los restos. El hombre, tendida boca abajo, tenía un agujero en la nuca.
– ¿Quiénes son? -preguntó.
– No lo sé. -Se arrodilló y tocó la piel del cadáver con el dorso de la mano-. Llevan ya un rato muertos. -Miró sus botas. Muy limpias, con un lustre casi militar, o esa impresión dio a Willie. Sólo un poco manchadas de barro-. No son de por aquí -observó el Detective.
– No -corroboró Willie. Apartó la mirada-. ¿Crees que estos hombres han venido con Ángel y Louis?
El Detective se detuvo a pensar.
– No habrían intentado liquidar a Leehagen ellos solos, no con tanto territorio por cubrir. Tendría sentido mantener los puentes vigilados. Así que supongo que sí, que formaban parte del plan de Louis, lo que significa que los hombres de Leehagen los han encontrado y matado.
Se acercó al puente y miró hacia el bosque oscuro al otro lado.
– ¿Y dónde está el resto de la caballería? -preguntó Willie.
El Detective suspiró y señaló más allá del puente.
– Ahí. En algún sitio.
– Deduzco que no es donde deberían estar, ¿me equivoco?
El Detective cabeceó.
– Ésos nunca están donde deberían estar.
20
Aquellos dos hombres se llamaban Willis y Harding. Casualmente, compartían el mismo nombre de pila: Leonard. Ésa era la razón por la que de niños se peleaban como perro y gato en su pueblo, un pueblo pequeño en un estado grande, la clase de sitio donde tenía su importancia quién era Leonard Primero y quién Leonard Segundo.