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Tardaron quince años en dar con él. Cuando lo hallaron, Louis recibió la orden de ejecutarlo.

Vivía en Amsterdam como súbdito holandés, bajo el nombre de Van Mierlo. Se había sometido a alguna que otra intervención de cirugía plástica, no gran cosa, pero suficiente en la nariz, los ojos y el mentón para asegurarse de que si un antiguo conocido se cruzaba con él, no lo reconocería de inmediato. Todo consistía en ganar tiempo: horas, minutos, incluso segundos. Louis sabía con certeza que, desde lo ocurrido en casa de los Lowein, Ventura vivía preparándose para la posibilidad de que un día lo encontrasen. Estaría listo para huir en cualquier momento. Conocería su entorno a la perfección, de modo que el menor cambio en la rutina lo pondría sobre aviso. Iría siempre armado. Tendría un coche guardado en un garaje privado seguro no lejos de donde vivía, pero apenas lo usaría. Lo reservaría para las emergencias: en caso de cerrársele el paso al aeropuerto o los trenes por la razón que fuera, o de no tener acceso a otras formas de viajar.

Iba en taxi a todas partes, los paraba en la calle en lugar de llamarlos por teléfono antes de salir, y nunca se subía al primero que pasaba, sino que esperaba siempre al segundo, al tercero e incluso al cuarto. Una vez al mes visitaba a su abogado en Rotterdam, tomaba el tren en Centraal, Tenía alquilado un edificio de cuatro plantas en Van Woustraat, pero por lo visto no empleaba la planta baja, sólo ocupaba la primera y la segunda. Louis supuso que tanto en la planta baja como en la tercera habría bombas trampa, y que existía alguna vía de escape en la zona de vivienda de Ventura que le proporcionaría acceso a uno de los edificios contiguos.

Louis se preguntó si Ventura sabría que él aún estaba vivo. Probablemente sí, pensó. En caso de que lo encontraran, Ventura prevería que se presentase el propio Louis. Se esperaría un cuchillo, una pistola en la cabeza, como Deber tantos años atrás. Quizás incluso temía que intentasen capturarlo y devolverlo a Estados Unidos para que Gabriel se ocupase de él como considerase oportuno. Pero Louis estaría presente; de eso a Ventura no le cabía la menor duda, porque Ventura no conocía a Louis, no como lo conocía Gabriel y no como lo había conocido Deber en sus últimos días de agonía.

Louis se marchó de los Países Bajos sin que Ventura lo viera en ningún momento, y otro hombre ocupó su lugar durante los últimos días, pero mientras Louis estuvo allí le siguió el rastro a Ventura, para lo que empleó la ayuda de Gabriel así como su propia iniciativa. Localizaron cuentas bancarias. Registraron el bufete de su abogado. Identificaron intereses comerciales y propiedades. Incluso encontraron su coche.

Al final, los últimos días que pasó Louis en Amsterdam, se deterioraron las relaciones entre el gobierno holandés y los sindicatos del transporte. Se preveía una serie de huelgas. Una semana después Ventura fue al garaje a recoger el coche para viajar a Rotterdam. Tenía un casete en el salpicadero. Encendió el aparato mientras maniobraba para salir de su plaza y el morro del coche se inclinaba hacia arriba por la pendiente, pero en lugar de oír como preveía a los Rolling Stones, sonó una voz de mujer. « Connie Francis», pensó. «Es Connie Francis cantando ¿Y ahora quién va a lamentarlo?