– ¿Louis? -volvió a llamar, pero la única respuesta fue de nuevo el silencio. Tenía una sensación de escozor en el fondo de los ojos y le ardía la garganta. Había empezado a llorar la pérdida, lo sabía, pero si permitía que el dolor se apoderara de él, estaba acabado. Debía mantener la calma. Tal vez Louis sólo estaba herido. Aún quedaba esperanza.
Analizó la situación. Había dos posibilidades. La primera era que Ventura hubiese decidido permanecer en la misma posición, esperando una oportunidad clara para disparar a Ángel o Louis. Pero Louis no estaba a la vista, y Louis, como bien sabía Ángel, era el objetivo prioritario de Ventura. Ángel sólo le importaba en la medida en que pudiese ser un obstáculo en sus intentos de eliminarlo. Desde su posición inicial, Ventura no debía de ver a Louis abatido, o de lo contrario habría vuelto a disparar. No podía tener la certeza de que la bala que lo había alcanzado hubiera sido letal.
Lo que daba pie a la segunda, y más probable, posibilidad: que Ventura estuviese acercándose, estrechando el cerco en torno a los dos hombres para asegurarse de que el trabajo quedaba concluido a su entera satisfacción. Si era así, quizás Ángel podía abandonar su escondite sin peligro. Así y todo, era una apuesta, y si bien Ángel se había esforzado en cultivar diversos vicios, las apuestas no se contaban entre ellos. El mero hecho de dilapidar cincuenta pavos una vez en Sarasota Springs lo había sumido en una depresión que le duró una semana. Por otro lado, si en ese momento perdía la vida, tendría poco tiempo para lamentar su decisión, y si se quedaba donde estaba, sin duda moriría, y también Louis, si es que no había muerto ya, y ésa era una perspectiva que Ángel, por ahora, se negaba a contemplar.
Necesitaba la pistola de Louis. Si llegaba hasta ella, tendría una oportunidad ante Ventura.
– Mierda -dijo Ángel-. Joder, joder, joder. -Lo asaltó una creciente ira por el egoísmo de Louis-. Justo hoy has tenido que recibir un balazo. Precisamente aquí, en el culo del mundo, dejándome solo y sin arma, y sin ti. -Sintió que se le tensaba el cuerpo y le corría la adrenalina-. Te he dicho que quería la pistola, pero no, tenías que quedártela tú. El gran rey del mambo necesitaba ir armado, y ahora ¿en qué situación estamos? Jodidos, así estamos. Jodidos.
Y en el punto máximo de su ira autoinducida, Ángel se lanzó a correr.
Ventura había avanzado con más facilidad gracias a las irregularidades del terreno, motivo por el que al compañero de Louis le costaría más seguirle el rastro que si hubiese recorrido una zona llana. El inconveniente era que, mientras atravesaba las pequeñas hondonadas, no podía ver la parte más baja del bosque donde se escondía Ángel. También era consciente de que Louis podía haberse recuperado de su herida hasta el punto de buscar un lugar a cubierto, pero en las zonas de buena visibilidad Ventura no había advertido la menor señal de movimiento en el pequeño claro entre el lugar donde Louis había caído y el bosque donde su amante se hallaba encogido de miedo. Ventura supuso que el temor a recibir un disparo obligaría a Ángel a permanecer en el bosque; pero, por si acaso vencía ese miedo, Ventura había recorrido rápidamente la distancia entre su posición original y sus objetivos, pese a avanzar agachado y a rastras casi todo el tiempo. Ahora se encontraba ya a un paso de la elevación que dominaba el bosque. Calculaba que Louis yacía detrás de ella, quizás a unos tres metros a su derecha.
Ventura dejó en el suelo el Surgeon. Lo recuperaría una vez concluido el trabajo. Extrajo la pequeña Beretta Tomcat de la funda bajo la axila. Era el arma perfecta para un tiro de gracia, una calibre 32 relativamente barata pero fiable de la que podía desprenderse en el acto y sin lamentarlo. Despacio y con sigilo, Ventura avanzó en paralelo al borde de la pendiente. Tres metros. Dos. Uno.
Contuvo la respiración. Tenía saliva en la boca, pero no la tragó. Sólo oía los trinos de los pájaros y el suave murmullo de las ramas.
Con un movimiento ágil, Ventura levantó el arma y se preparó para disparar.
Ángel estaba a medio camino entre el bosque y el cuerpo de Louis cuando Ventura se asomó. Se vio sorprendido en campo abierto y desarmado. Se detuvo y al cabo de un segundo siguió corriendo, a pesar de que Ventura cambiaba ya el ángulo de tiro para encañonar al hombre que se acercaba.
De pronto, Ángel oyó dos voces. Las dos las conocía y las dos pronunciaron la misma palabra.
– ¡Eh!
La primera procedía de detrás de Ventura, que volvió la cara hacia la nueva amenaza y descubrió a un hombre arrodillado en la hierba apuntándolo con un arma. A cierta distancia, y realizando un obvio esfuerzo para avanzar por el terreno, lo seguía un sesentón con exceso de peso, también armado.
La segunda voz procedía de debajo de Ventura. Ángel bajó la vista y vio a Louis tendido de espaldas, que apuntaba a Ventura al pecho con su pistola.
En los labios de Ventura casi se dibujó una sonrisa de admiración. «Qué paciencia», pensó, «qué astucia. Un chico listo, muy listo.»
Y acto seguido, al penetrar las balas en su cuerpo, Ventura experimentó una sensación de fuerza y calor y, tras un movimiento de rotación, rodó por la pendiente. Había dejado de llover, y cuando murió, el cielo por encima de él era una esquirla de color azul claro.
28
Ángel necesitó un momento para asimilar lo sucedido. A continuación, su cólera, ya no autoinducida, encontró un blanco idóneo en Louis.
– ¡Gilipollas! -exclamó en cuanto quedó claro que su compañero, amante y ahora objeto de su ira no estaba muerto-. Pedazo de cabrón. -Le dio una patada en las costillas con todas sus fuerzas.
– ¡Estoy herido! -protestó Louis. Se señaló una mancha húmeda en el brazo derecho donde le había rozado la bala, así como el orificio en el abrigo.
– No lo suficiente. Eso es un rasguño.
Ángel tenía la bota en alto para descargar otra patada, pero Louis se levantaba ya con dificultad.
– ¿Por qué no has dicho algo cuando te he llamado?
– Porque no sabía dónde estaba Ventura. Si me oía hablar, o te veía reaccionar a algo que yo decía, habría intentado disparar de lejos. Y yo necesitaba que se acercara.
– ¡Podías haber contestado en voz baja! ¿A ti qué carajo te pasa en la cabeza? Pensaba que estabas muerto.
– Pues no.
– Pues deberías estarlo.
– Bien podrías alegrarte de que siga vivo. Te he dicho que estoy herido.
– Vete a la mierda.
Ángel miró por encima del hombro de Louis y vio al Detective y Willie Brew en lo alto del pequeño promontorio, mirándolos. Arrugó la frente. Louis se volvió. También arrugó la frente.
– ¿Estáis de vacaciones? -preguntó Ángel.
– Hemos venido a buscaros -contestó el Detective.
– ¿Y eso por qué?
– Willie pensaba que podíais estar en apuros.
– ¿Y de dónde habéis sacado semejante idea?
– Bueno, de un granero que ha volado por los aires, y cosas así.
– Estoy herido -dijo Louis.
– Ya lo he oído.
– Pues a nadie parece preocuparle mucho.
– Excepto a ti.
– Y con razón, tío -replicó Louis-. ¿Habéis venido solos?
El Detective, incómodo, desplazó el peso del cuerpo de un pie a otro al contestar.
– No exactamente.
– Oh, no -exclamó Ángel al caer en la cuenta-. ¿No habrás traído a ésos?
– No tenía a nadie más. No había dónde elegir.
– Dios mío. ¿Dónde están?
El Detective señaló en una dirección indeterminada.
– Por ahí. Venían por la carretera, y nosotros a pie.
– Quizá se han perdido -comentó Ángel-. Para siempre.