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El día que los Estados Unidos entraron en la guerra se bebieron una botella de champán; exactamente lo que, en el hotel del Centro, de Gerona, hizo mister Edward Collins. Sin embargo, ellos no veían el final tan próximo como Julio. El fanatismo era el fanatismo y el enemigo había estado preparándose durante años. Claro que, a decir verdad, tampoco tenían tanta prisa. Cuanto más durara la contienda, más completa sería la destrucción del imperio nazi y del imperio del Duce.

Méjico, 30 de enero de 1942.

Queridos Alvear: Aquí estamos otra vez, para que Ignacio y la familia sepa de nosotros. Contentos, porque esta tierra es acogedora y tenemos campo abierto para nuestros programas pedagógicos. Olga canta Guadalajara… que es un primor. Quién pudo predecirlo! Ignacio, por quién te has decidido al fin? Por Marta o por Ana María? Piénsalo tres veces, pues esto es para toda la vida, sobre todo si la pareja pone un cura de por medio. Qué tal la abogacía? Aquí, esta palabra es la repanocha. Se dejan sobornar. En realidad, se deja sobornar casi todo el mundo, razón por la cual los españoles, que hemos llegado con una carga de sufrimientos y más serios en nuestro quehacer, nos abrimos paso como Pedro por su casa. Nos gustaría deciros hasta pronto, pero de momento la pelota está en el tejado. Sin embargo, lo seguro es que, algún día, cuando al calendario le dé la real gana, volveremos a vernos y a daros un abrazo. Y entonces podremos contaros todo lo que por carta es imposible. Ignacio, te deseamos toda la suerte del mundo, mientras recordamos tu estancia en San Feliu de Guixols aquel verano en que nos bañamos juntos. Saludos a los campanarios de Gerona. Vive mosén Alberto? Aquí, con el Museo Nacional de Méjico, se volvería tarumba. No dejéis de escribirnos. Y mandadnos algo de prensa, que no sea Arriba, que a veces llega al Círculo Catalán y que nos pone de malhumor. Abrazos, David y Olga.

José Alvear formaba parte de las guerrillas de la Résistance francesa. Admiraba a De Gaulle, al que llamaba "la torre Eiffel". Su compañera en París era ahora Nati -no quería llamarla Natividad- y tenía veinte años. Nati consideraba a José un dios. José Alvear se dedicaba a volar trenes, junto con una patrulla de doce expertos, que estaban a sus órdenes. No quería saber nada con los comunistas, ni franceses ni españoles, pues con tanta burocracia lo retrasaban todo. Actuaba por su cuenta, como siempre lo había hecho. José era tan feliz que había levantado el ánimo del socialista Antonio Casal, eternamente pesimista y tocándose el algodón de la oreja, con una mujer triste que no hacía más que hablar de Gerona. José Alvear era feliz porque creía haber descubierto algo original, nunca dicho, de lo que, según él, no había hablado ningún periódico: que Pétain le había dado a Hitler sopas con onda. "El listo francés ha ganado al tonto alemán", decía. Era la tesis sostenida por mucha gente, pero que José se atribuía en exclusiva: si Pétain hubiera apretado las clavijas, Hitler hubiera ocupado toda Francia desde el primer momento, el Marruecos francés y se hubiera quedado con la flota francesa, anciada en Tolón. Simulando estar de su parte, se instaló en Vichy. Los franceses, demasiado untados con foie gras, no se daban cuenta de la astucia del mariscal, de su cuquería. No sabían valorarle. "Le llamaban colaboracionista! Se necesitan cojones para estar, tan ciego! Si Pétain me pide que le ceda a Nati, se la cedo sin pestañear". José Alvear utilizaba el mismo argumento que todos los pétainistas, aunque éstos solían emplear palabras un poco más amables.

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José Alvear, en París, a veces se encontraba con Gorki, el comunista de postín, ex alcalde de Gerona, que también había dejado Toulouse y Perpiñán. Gorki no actuaba en ningún grupo, alegando que estaba demasiado gordo y que tenía una úlcera de estómago que no lo dejaba vivir. También hacía de gigolo. Su madame se llamaba Mady y tenía una pastelería. Gorki, gourmet y goloso por más señas, estaba en el séptimo cielo. "Vete con cuidado -le decía José-, no vayas a tener un hijo que te salga mitad crema, mitad nata". Gorki había perdido por completo la pista de Cosme Vila, del que no sabía si estaba en Moscú, preparando la defensa de la ciudad, o se había ido más allá de los Urales. En cambio, José estaba en contacto con Canela, a la que por fin arrancó de Perpiñán. Canela tuvo suerte, y ya no se hacía polvo el hígado a base de Pernod. La morriña que padecía en Perpiñán se le había curado por completo, gracias a un tal monsieur Petitfrére que la mantenía, que estaba loco por ella, desconociendo su pasado. A lo mejor se creyó que era virgen! Monsieur Petitfrére era experto en antigüedades y un lascivo, al que Canela conseguía fácilmente contentar. Canela se estaba convirtiendo en una burguesita que iba descubriendo la dulce Francia. A veces, al oír Radio Pirenaica, pensaba en Ignacio con ternura. "Será ya abogado, el muy rufián…"

París, 30 de enero de 1942.

Querido tío Matías: La cosa se complica, pero todo se andará. Tengo a mi lado a una tal Nati, que es de Jaén y me toca las castañuelas. París está muy bien, pero no tiene plaza de toros ni conoce el chotis. Andan por ahí unos apaches con acordeón, y hablan de los faroles, del Sena y de los clochards. Menudos pelmas! Hitler se los merendó en un santiamén, palabrita religiosa que se las trae. Oyeron una palabra en alemán y todos hicieron mutis por el foro. Excepto Pétain! Algún día os contaré esta historia. De momento, echo de menos el frontón. En España no iba nunca; ahora lo echo de menos. Si seré carcamal! Ignacio ya me conoce. Escribidme, si es que en España queda tinta, a nombre de Nati Miranda, 74 Avenue de Villiers, París, XVII. Escribidme en francés. Lo leo mejor que el español. Felicidades a Pilar, por el crío. A mí siempre me han gustado los crios de los demás. Abrazos de vuestro sobrino y primo. José.

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Ignacio se acercaba a los veinticuatro años y se encontraba pictórico de salud. La llegada de Moncho a Gerona había sido providencial para él, porque durante una temporada, con los estudios, los amoríos y el bufete de Manolo, se había olvidado de que tenía un cuerpo que cuidar. Moncho, que continuaba haciéndose friegas por todas partes, sin recato, utilizando uno tras otro varios limones, le convenció para salir de excursión e incluso para ir a esquiar. Fueron al Pirineo, con reiterada inclinación hacia Nuria, pese a que Eva, más débil, les seguía con mucho esfuerzo. Ignacio se había bronceado otra vez -bronceado de nieve, que según Moncho era el ideal-, y presentaba un aspecto magnífico, lo que hacía felices a Matías y a Carmen Elgazu.

El muchacho iba con mucha frecuencia a visitar a su hermana Pilar y a su sobrinito César. Leyó en La Vanguardia -se había suscrito a este periódico porque traía más información general que Amanecer- que habían salido al mercado unas sillas patentadas Portabebés y le regaló una a Pilar. "Oh, Ignacio, qué preciosidad!". Y estampó un beso en la frente de su hermano.

Matías se enternecía pensando en su hijo Ignacio. Carmen Elgazu lo mismo, pero, como siempre, había algo de él que no acababa de gustarle. A raíz de la entrada de los japoneses en la guerra, al parecer Ignacio se había interesado… por las religiones orientales! Carmen Elgazu no acertaba a comprender. "Pero, hijo, no te basta con la nuestra?". Carmen no lograba siquiera retener los nombres del sintoísmo, del budismo, del hinduismo, del islam… Para ella, todos eran protestantes. Cualquier religión que no fuera la católica era protestante.