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Mateo intentaba en vano moverse un poco, cambiar de postura.

– Y esos dos hombres tirados en ese rincón, qué hacen ahí?

Núñez Maza volvió la cabeza.

– No lo sé. Lo más probable es que sean dos rusos que se han pasado a nuestra división. Se dan casos; y también se dan casos a la inversa. Fíjate en sus pies y en sus manos envueltos en trapos, sumisos como perros, miserables, esperando la muerte… En cambio, fuera hay chiquillos patinando en el hielo, ajenos a todo mal. Son la inocencia purificada por el frío.

Hablaron, como era de esperar, de los alemanes. Estuvieron de acuerdo en que no eran como se habían figurado desde Madrid o desde Gerona. La palabra azul no significaba nada para ellos, de forma que no decían "División Azul", sino "División de Voluntarios Españoles". Al parecer, el general Muñoz Grandes estaba también disgustado, porque suponía que los representantes de Franco tendrían voz y voto respecto a las operaciones. Nadie se interesó por su opinión. Asimismo el general se sorprendió de que los destinaran al sector Norte, a los países bálticos, pues siempre se había dicho que irían a Ucrania, de clima más benigno, donde había italianos y rumanos. Y ya, en el plano de los soldados rasos, muchos alemanes miraban a los "soldaditos" españoles con cierta displicencia, con su estatura, sus risas, sus discusiones, su hablar alto. Los soldados alemanes iban correctamente vestidos, excepto, claro, cuando se encontraban copados como en Wswad y los "españolitos" tenían que ir a socorrerles, quedando luego cojos para el resto de sus días.

De repente, ambos camaradas se sintieron fatigados. Solita apareció.

– Hala, ya está bien por hoy. Tiempo tendréis para cambiar impresiones. A que habéis sido severos con los alemanes…!

– Pues, un poco, sí… -admitió Núñez Maza, cuyos ojos se habían enfebrecido más aún-. Y tú no?

Solita mudó de expresión. Se tornó severa, fría, como si meditara planes de venganza.

– Yo… qué os voy a contar! A mí me hirieron para siempre, pero fue en España…

* * *

Cosme Vila seguía en su piso de Moscú, con su mujer y con el crío. Acompañábanles los camaradas Ruano -madrileño, intelectual-, y los catalanes Soldevila y Puigvert. De vez en cuando recibían la visita de la maestra Regina Suárez, que siempre les traía noticias de primera mano.

En los días en que Mateo cayó herido, Moscú era el objetivo que parecía prioritario para los alemanes, simultaneándolo con el cerco de Leningrado en el Norte y haber tomado, en el Sur, Odessa y Crimea. Aquello era sobrehumano. Se hablaba de tres millones de soldados del Reich dispuestos a acabar pronto con aquella aventura desenfrenada. Regina Suárez les dijo:

– Pese a la censura, muy rigurosa, nadie puede ocultar la verdad. Y la verdad parece ser desagradable. Dónde está el gobierno, dónde está el Cuerpo Diplomático? Han abandonado la ciudad, hacia un destino desconocido. También los ministros, los altos funcionarios y el cuerpo de baile del Bolshoi. Apenas se puede andar por Moscú, pues la policía detiene a la gente al objeto de dejar pasar los transportes de tropas. Se dice que Stalin quiere permanecer en el Kremlin hasta el último momento, si este momento llega; en cuanto a nosotros, los españoles, habrá que elegir…

Cosme Vila se tocó la calvicie, al igual que cuando Ignacio, en el Banco Arús, le traía un periódico de derechas. Al igual que Solita, había engordado. Había luchado mucho para aprender el idioma ruso, pues los profesores se empeñaban en enseñárselo a base de Puskin y lo que Cosme Vila quería era poder leer Pravda. Pese a todo, hizo un gran adelanto, dado que, en su opinión, el léxico revolucionario se parecía en todas partes.

– Qué es lo que tenemos que elegir? -preguntó al fin.

– Pues, está claro. Son muchos los camaradas que estaban trabajando en industrias de guerra y que han sido trasladados contra su voluntad a Siberia. Ellos, lo mismo que los estudiantes de la universidad, querrían ir al frente, combatir; pero los jefes rusos les han dicho: "Vosotros ya habéis hecho vuestra guerra. Ya os llamaremos cuando llegue la hora de rescatar España". Pese a todo, se ha formado la 4.' Compañía, algunos de cuyos miembros, y tal como habíamos supuesto hace tiempo, han sido elegidos para defender, llegado el caso, el mismísimo Kremlin… Bien, bien, no os alborotéis! Una posibilidad estriba en ir al frente de Leningrado, donde combate la División Azul. Para ello es posible que os den permiso… La otra posibilidad es tomar el macuto e irse con la Pasionaria, que, si no cambia de opinión, piensa dejar su dacha y trasladarse a Ufa, la capital de la República Soviética de Bashkiria…

Los hombres se quedaron perplejos y el crío de Cosme Vila rompió a llorar. Sector de Leningrado, frente por frente de la División Azul! Cosme Vila se sobresaltó. Aquello era tentador, puesto que, a buen seguro, habría en la división algún combatiente de Gerona. Sin embargo, ya no era un chaval. Notaba pesado el cuerpo -la grasienta dieta rusa-, y correr y saltar y cortar alambradas se le antojaba fuera de su alcance.

Regina Suárez acudió en su ayuda.

– No te lo pienses, amigo Cosme… Tú ya no estás para eso. Tú y los tuyos os venís conmigo, y con la Pasionaria, a la estación de Kazan, y nos vamos a Ufa, donde algo podremos hacer. Por ejemplo, montar allí la misma emisora de radio que tenemos aquí: Radio España Independiente… Ya nos arreglaremos para obtener información -Regina se dirigió a Ruano, Soldevila y Puigvert y añadió-: Vosotros sois más jóvenes, y tenéis derecho a ir al frente y morir.

Cosme Vila se calló; los tres camaradas restantes tragaron saliva.

Ruano fue el primero en romper el silencio.

– Yo me voy con vosotros a Ufa… No me apetece saber lo que hay más allá de la muerte.

Soldevila y Puigvert se rascaron el cogote. La ironía de Ruano los galvanizó. Ambos habían ingresado en el Partido Comunista cuando experimentaron el primer amor y apenas si habían oído el nombre de Lenin. Durante la guerra de España combatieron en el frente de Madrid, en la Ciudad Universitaria. Se salvaron de milagro, en el supuesto de que los milagros existieran. Soldevila sintió una profunda alergia por los moros; Puigvert por los alemanes e italianos. Lo terrible era poder elegir. Hubieran preferido una orden de Líster, de la Pasionaria o del secretario general del Partido, camarada José Díaz, quien al parecer estaba en un hospital preso de una dolencia intestinal incurable. Miraron a Regina; ésta asentía a algo que la mujer de Cosme Vila le susurraba en voz baja.

– Dispuesto para ir al frente de Leningrado -dijo Puigvert, tomando una decisión que a él mismo le sorprendió.

Soldevila, que se había entrenado como paracaidista, con pasmosa calma declaró a su vez:

– Lo mismo digo… Pero a condición de que me permitan saltar al otro lado de las trincheras de la División Azul, para ver si me camuflo entre ellos y puedo volver trayendo información…

Regina miró a los dos "voluntarios" con una energía en la que no asomaba una pizca de gratitud. Estaba acostumbrada a las heroicidades.

– Me parece muy bien… Ésa es vuestra obligación.

A seguido, les soltó una noticia que los dejó asombrados. Les comunicó que un hijo de Stalin había caído prisionero de los alemanes, los cuales lo guardaban como rehén. Había miles de voluntarios dispuestos a infiltrarse entre las tropas enemigas y tratar de rescatarlo. Ello era válido sobre todo para el camarada Soldevila, teniendo en cuenta que Mijail Kalinin, el viejo presidente de la URSS, había dicho: "El encargado de tal tarea debe ser un español. Los españoles son especialistas en la guerrilla, que los rusos calificamos de milicia natural. Adelante con el proyecto".

Soldevila y Puigvert quedaron anonadados. No obstante, Regina había sacado ya la botella de vodka. Por qué no? Era la lotería. También era lotería el pacto que acaban de sellar. En el fondo, uno y otro amaban la vida mucho menos que las gentes que nunca habían tomado un fusil y que carecían de un ideal para el cual vivir.