– Mateo?
– La lesión de la cadera, nada más… -Matías añadió-: Se empeñó en ir a Rusia y se trajo como recuerdo un icono y una bala.
Hablaron de Rusia y de los Estados Unidos. Posiblemente fueran las dos potencias que habían ganado de verdad la guerra. "Aunque los Estados Unidos llevan la delantera. Su dios es el dólar y parece ser que es un dios que protege a quienes creen en él y le son fieles".
La velada terminó con el partido de futbolín de Eloy y Julio. Eloy le demostró que era algo más que una promesa. "Quiero llegar a ser internacional, como Pachín".
Al llegar por la noche al hotel Julio García se encontró con el anónimo: "Distinguido señor cabrón. Si no desapareces antes de una semana te levantaremos la tapa de los sesos. Recuerdos a tus hermanos de la logia Ovidio".
Subió a su habitación. Intentó sonreír, pero no pudo. Encendió únicamente la lámpara de la cabecera de la cama, se sentó en la butaca y nuevamente se puso a meditar. Procedió por eliminación. Mister John Stern le había dicho: "Desde el punto de vista oficial no tiene usted nada que temer. Ni le llamarán para declarar, ni le encerrarán en la cárcel, ni tomarán decisión alguna contra usted". Pero, claro, mister John Stern no conocía lo bastante el temperamento español y conocía mucho menos la actuación que él, Julio García, tuvo a lo largo de la preguerra y al comienzo de la guerra. Tampoco, como buen americano, le daba importancia al hecho de ser masón. A decir verdad, a Julio le hubiera extrañado que sus "adversarios", los fanáticos del Régimen, no dieran fe de vida. El propio Matías le había contado la paliza que recibió el librero Jaime y mil detalles de la represión. Seguro que el anónimo procedía de la Falange. Pero los máximos responsables de la Falange eran el gobernador, Mateo y Marta. El gobernador no querría de ningún modo enfrentarse con el cónsul y dedicarse a enviar papelitos. Y Mateo y Marta quedaban descartados, a menos que él no entendiera ni jota acerca del corazón humano.
Podrían haber sido unos bromistas? Tal vez. Al pueblo español le gustaban las bromas macabras. Se había informado sobre Jorge de Batlle, al que los milicianos habían fusilado los padres y siete hermanos: llevaba una vida tranquila, cuidando de su mujer, la maestra Asunción y de sus propiedades. Alfonso y Santiago Estrada, a quienes habían fusilado el padre, vivían apartados de la política. Quedaban los falangistas, los ex divisionarios, que podían haber obrado por su cuenta, sin el consentimiento de Mateo. Resumiendo, el anónimo tal vez fuera demasiado fuerte para responder a una realidad. "Te levantaremos la tapa de los sesos". Eso no podía hacerse en la Rambla ni a plena luz. Por lo tanto, debía abstenerse de excursiones nocturnas y de salir solo. A su lado, siempre Matías o Ignacio. O Alfonso Reyes. O la Torre de Babel…
Julio García tuvo miedo. El ataque podía producirse por sorpresa en el propio hotel Peninsular, como ocurriera aquella vez con el doctor Relken, al que los falangistas -quién sabe si Mateo tomaría parte en ello- entraron brutalmente en su habitación y le dieron a beber aceite de ricino y le pelaron al rape. Dejando dos colillas en el cenicero, llamó por teléfono a mister John Stern y pidió permiso para verle con urgencia. "Si no le importa, venga usted a mi habitación". Mister John Stern, que se hospedaba en el mismo piso, al cabo de unos minutos llamaba a la puerta y se presentaba ante Julio en pijama y con un espléndido batín que le cubría.
La conversación fue breve y no aportó ninguna novedad. Oficialmente, nada que temer. Ahora bien, él conocía a los falangistas y los sabía capaces de todo. Especialmente los ex divisionarios, acostumbrados a ver la muerte de cerca en Rusia, no le daban importancia a la vida, ni a la propia ni a la de los demás. Contra ellos, en tanto que cónsul, nada podía hacer para protegerle. "Hablé con el gobernador. Sabe que estoy a su lado. Les habrá advertido de lo que supondría que usted sufriera el menor daño. Pero yo no podré evitar que un par de locos se tomen la justicia por su mano y le descerrajen a usted un par de tiros".
El cónsul se marchó y Julio cerró la puerta por dentro. En una reacción infantil, incluso la atrancó con la mesa y la butaca. Y se acostó. Había sido un día cargado de vivencias. Fue adormeciéndose mezclando las imágenes. Le daban una semana de respiro. Buena gente. Se acordó del plaf! de Carmen Elgazu en la cocina. Del "ilustre yanqui" con que le había saludado Ignacio. Imaginó al obispo. Vio al patrón del Cocodrilo dándole con la puerta en las narices. Le invadió un sueño pesado. Apagó la luz. Y acabó soñando que Ramón, el camarero, se encontraba en Washington haciéndole la corte a su mujer.
Despertó tarde. Su estado de ánimo era distinto. Una semana de tregua. "Soy un veterano luchador", repitió varias veces, mientras hacía sus ejercicios de gimnasia ante el espejo. El miedo se volatilizó. Contribuyó a ello que los croissants del desayuno estaban muy ricos.
Le trajeron Amanecer. Había olvidado que era el 1 de abril, séptimo aniversario de la Victoria. Habría un desfile en la Rambla, en el que tomarían parte el Frente de Juventudes, la Sección Femenina y trescientos productores. Supuso que "productores" equivalía a "obreros". Luego, audición de sardanas. En los cuarteles, rancho extraordinario. Un donativo del gobernador para las familias más necesitadas.
Miró a la calle por la ventana. Muchas colgaduras en los balcones: la bandera nacional y la de Falange, azul y roja como antaño la de la FAI. Pocos transeúntes. Casi ninguno llevaba el periódico debajo del brazo. En su mayoría se habían "endomingado", pese a lo cual no podían ocultar su raquitiquez. Pocos coches.
Matías le había dicho: "No compararás esto con Nueva York".
Cerca del mediodía se bajó y salió en dirección al piso de la Rambla, con el pasaporte en el bolsillo. Con los comercios cerrados, la ciudad parecía más triste aún. Pasó una patrulla de la guardia civil. Amparo se lo había advertido: "Tiene uno la sensación de que viven en estado de libertad vigilada". En el puente de Piedra, un mutilado de guerra, Arroyo, dirigiendo el tráfico, moviendo los brazos como aspas de molino. Matías le había hablado de él. "Está allí, plantado, desde la terminación de la guerra. Y a veces se sirve de su pata de palo para esconder alguna joya y venderla de estraperlo".
Llegó al piso de la Rambla a las once y media. El desfile empezaba a las doce y vio instalado enfrente el tablado para las sardanas. Pilar y el pequeño César! Pilar hizo de tripas corazón. A Mateo le sentó como un tiro que fuera a saludarle, pero la muchacha le dijo: "Le daría a mi padre un gran disgusto".
– Pilar, hija…! Cuando me fui eras una niña…
– Pues ahora, ya ve usted -le besó en las mejillas, brevemente y le dio en brazos a César, quien le serviría de escudo.
César llevaba en la mano derecha el chirimbolo con campanillas que le trajo Amparo. Era un detalle. Estaba hecho un hombrecito. Tenía cinco años. Se podía hablar con él. Por lo visto, en el colegio era el más travieso. Se llamaba Santos Alvear. Santos! Claro, Mateo Santos, que llegó el año 1933 a fundar la célula falangista de la ciudad.
Julio se daba poca maña para tratar a los crios, por lo que devolvió el pequeño a su madre y le dedicó a ésta un par de requiebros muy merecidos. Pilar volvía a tener un espléndido aspecto, gracias a que Mateo no le daba ningún disgusto y Esther buenos consejos estéticos. Carmen Elgazu también parecía totalmente recuperada del trauma de la víspera, aunque Moncho a primera hora había pasado a "echarle un vistazo".
– Matías, el hotel Peninsular es estupendo. Silencio. He dormido toda la noche de un tirón.
– Y los ronquidos del cónsul?
– Los americanos tienen prohibido roncar fuera de casa…
Se oyó a lo lejos un toque de tambores. El desfile estaba ahí. Todos salieron al balcón y vieron a Mateo encabezando la banda de trompetas y tambores del Frente de Juventudes. Al atacar los primeros pasos de la Rambla la cojera se hizo más visible. Pilar se alborotó y le decía a César: "Mira, papá!". Julio García, viendo al muchacho, pensó mil cosas a la vez. Frases suyas le quedaron grabadas de cuando los interrogatorios: "Nosotros trabajamos para que España recobre su identidad de Imperio". "No nos asusta la violencia. Estamos acostumbrados a ella. Es nuestro pan de cada día". Pensaría ahora lo mismo Mateo? Era posible que sí. Ni siquiera movió la erguida cabeza para mirar al balcón. Matías sonrió. "Caramba, Pilar. Una miradita no le hubiera costado un céntimo". César no dijo "papá" porque se encandiló con los tambores. Quien sí miró al balcón fue Eloy, dedicándoles su mejor sonrisa.