Выбрать главу

Los gerundenses habían asistido al despliegue de declaraciones oficiales, empezando por la del gobernador, éste pendiente de ceder el mando a su sucesor, del que únicamente se sabía que se llamaba Jesús Montaraz y que procedía del Gobierno Civil de Albacete. El resumen era francamente satisfactorio para los militantes como Marta o Miguel Rosselló, o como el propio doctor Chaos, ferviente defensor de los Estados totalitarios. Alemania e Italia -ayudados ahora por el Japón, que cubría el flanco del Pacífico-, podían con todo lo que les echaran y más aún. Cierto que les caerían encima toneladas de plomo mortífero, ya que a partir de ese momento los aliados arrastrarían consigo no sólo a la Commonwealth, con sus inmensas colonias, sino, de rebote, a muchas naciones latinoamericanas. Sin embargo, el factor sorpresa era determinante. Y aquello había sido una sorpresa: pacto tripartito. Amanecer publicó: "Los tres generales con que Inglaterra contaba para derrotar el Eje: Invierno, Tiempo y Espacio, han sido batidos". Por supuesto, el invierno no había sido batido aún, pues el calendario señalaba el mes de diciembre; pero, por las trazas, las carreteras heladas servirían para que Hitler entrara más pronto todavía en Moscú. Así las cosas, era posible que la guerra fuera corta, como lo había sido hasta el momento y quedara resuelto de golpe el rompecabezas. Ahora bien, en el caso de que se alargara, por circunstancias de imposible previsión, nadie podía dudar de que las reservas del Eje eran también ingentes y que la moral del III Reich había alcanzado su climax.

Dos personas, en Gerona, se abstuvieron de manifestar públicamente su opinión. El doctor Andújar, quien siempre había dicho que "las guerras largas las ganaba quien dominaba el mar", y el general Sánchez Bravo. De hecho, se esperaba que éste, en su calidad de jefe castrense, dejase filtrar algún comentario: nada que hacer. Encerrado en su despacho, con un mapamundi lleno de banderitas, no cesaba de pasarse la mano por la mejilla derecha, al tiempo que le pedía a su asistente, a Nebulosa, que guardara silencio. El general era germanófilo por convicción y porque Franco también lo era. "Es evidente que en mis cálculos yo puedo fallar -le decía a su único interlocutor, su hijo, el capitán Sánchez Bravo-, pero el Caudillo no falla jamás". Y ahí estaba la postura de Franco ante la revolucionaria situación que los japoneses habían creado: España confirmó su posición de "no beligerante", que no era lo mismo que "neutral", dado que se hallaba en guerra con Rusia, en virtud del envío de la División Azul.

– Franco, con su habitual prudencia, no disimula sus simpatías por el Eje, pero no creo que lo haga de un modo oficial… Los Sánchez Bravo, en Gerona, debemos hacer lo mismo.

El capitán, que le había pedido a Nebulosa una copa de coñac, respondió:

– A mí me parece que el Caudillo se ha comprometido ya. Anteayer declaró, si no me equivoco, que Inglaterra había planteado mal la guerra y que, por tanto, la había perdido… Qué más quieres?

– No se trata de querer o no querer. Simplemente, estoy seguro de que a partir de ahora se guardará siempre una baza en la mano izquierda…

– Ah, la mano izquierda del Caudillo! Según tú, es infalible.

– En efecto. Algo que alegar?

– Sólo una cosa. La opinión de quienes afirman que en la guerra de España cometió errores garrafales, como el de bifurcar hacia Toledo cuando podía entrar en Madrid… Tú le crees un genio; pues bien, a mi entender, a lo largo de un siglo los genios son muy escasos. Tal vez Mussolini lo sea. Es… humano. No hay más que ver su estampa; Hitler, con todos los respetos, me pilla un poco más lejos. Y sabrás como yo que muchos de sus generales han emprendido con desgana la campaña contra Rusia, que significa emparedarse entre dos frentes…

El general se sulfuró. Siempre le ocurría lo mismo con su hijo. Un año antes, tuvo que arrestarle porque se había metido en negocios incompatibles con la milicia; ahora ponía en duda la genialidad de Franco y de Hitler. Arremetió contra la tesis de la bifurcación hacia Toledo, considerándolo "un acto humanitario hacia los defensores del Alcázar". Franco, en la guerra civil, creó de la nada un verdadero ejército, sin olvidar que al propio tiempo debía tener guardadas las espaldas en la retaguardia. "No me saques de mis casillas obligándome a alinear argumentos. Y quién te ha dicho que Hitler es inferior a Mussolini? Hasta el momento, los combatientes italianos no han hecho más que atascarse en todas partes. Lo de Grecia ya lo sabes; y ahora, habrá que ver su definitivo comportamiento en África… Cuántas veces preferiría que no fueras mi hijo, para poder pegarte un tremendo bofetón!".

El capitán Sánchez Bravo no dio su brazo a torcer.

– De una vez para siempre, dime si he de estar de acuerdo contigo en todo lo que piensas, o si soy mayorcito de edad y puedo ya cavilar por mi cuenta…

– Piensa lo que quieras, pero vete cuanto antes. Apestas a coñac.

El capitán se marchó, y poco después entró en el despacho doña Cecilia.

– Apuesto a que, como siempre, andabais a la greña…

– Qué quieres! Tu hijo es un zoquete, que ni siquiera sabe dónde está el Japón.

Doña Cecilia, que se estaba comiendo un bombón, comentó:

– A ver si por fin vemos a algún japonés por aquí! Aunque, según el doctor Chaos, visto uno, vistos todos…

* * *

El nuevo gobernador… Se llamaba, en efecto, Jesús Montaraz y acababa de cumplir los cincuenta años. Nacido en Albacete y casado con María Fernanda de Bustamante, de la buena sociedad madrileña. Tenían un único hijo, arquitecto, que se llamaba Ángel. Jesús y Ángel eran nombres que en cierto modo comprometían a la familia con el Nuevo Testamento; y sin embargo, los tres se mostraban más bien indiferentes en materia religiosa, aunque cada uno por motivos distintos.

Al camarada Montaraz le fastidiaba lo que empezaba a conocerse como nacional-catolicismo. Camisa vieja, antes de la guerra había conocido a José Antonio y a García Lorca, y ninguno de los dos le pidió nunca que se vendara los ojos y creyera en la Santísima Trinidad. Tampoco su padre, que tenía una tienda de muebles en Albacete, le empujó nunca en esa dirección. "Debería adorar al carpintero José -decía el hombre-, porque me paso el día tocando madera; pero no me dio por ahí. Me interesan más las pinturas rupestres que tenemos en la provincia, en Alpera y Minateda, que no el Apocalipsis".

El caso de María Fernanda era otro cantar. El camarada Montaraz la conoció casualmente en Madrid -ella decía siempre: soy del oso y el madroño, y a mucha honra-, y al estallar la guerra civil tuvieron que separarse. Él, con sus yugos y flechas se escondió en un doble armario del almacén de su padre, hasta que pudo pasarse a la España nacional; ella, junto con toda la familia Bustamante, logró huir gracias a la embajada de Chile y se instaló en Roma, cerca del Vaticano. Esta circunstancia, además de permitirle conocer a don Juan, heredero de la Corona, por lo que le penetró el gusanillo monárquico, decidió la trayectoria de su fe, rutinaria hasta entonces. Dios existía -y no era japonés-, y existía el alma trascendente; pero, el Vaticano! Lo tuvo demasiado cerca. Detrás de sus pétreas bambalinas, de sus entresijos -solía contar siempre-, había mucha soberbia, mucha ambición y muchos trapos que lavar, empezando por los de la Guardia Suiza del Papa, muchos de cuyos miembros eran sospechosos de homosexualidad. "Pronto las púrpuras me parecieron cualquier cosa menos sagradas, y Pío XII un ser inteligente y flemático, que de vez en cuanto simulaba caer en éxtasis".

María Fernanda, alta y elegante, que pronto había de habérselas con Carlota, alcaldesa y condesa de Rubí, entendía que la religión no pasaba, por Roma sino por Padua y Asís. "Aunque todo esto hay que matizarlo y no puede resumirse en cuatro palabras". Tocante a Ángel, el amado hijo, que con sus veintisiete años a cuestas jamás les dio un disgusto, era indiferente, alérgico a lo Absoluto, porque sí. En tanto que arquitecto, la leyenda de la Torre de Babel le invitaba a sonreír; y en tanto que atleta -era fornido y llevaba patillas en forma de culata de fusil-, la idea de la eternidad le pillaba tan lejos como Hitler al capitán Sánchez Bravo. La estancia en Roma le dio también el golpe de gracia. No alcanzaba a comprender el atesoramiento de tanta riqueza y que nadie hubiese borrado de un plumazo las terribles conclusiones del Concilio de Trento. "No existía el infierno y ellos crearon uno para los timoratos". Le había impresionado mucho una frase de León Bloy: "Cuando el cura pide dinero desde el pulpito me parece oír un rumor de almas que huyen".