Félix tenía quince años, aunque parecía mayor. Su vida eran el dibujo y la pintura. Ya no dibujaba bicicletas en el mar. Seguía los consejos de Cefe: "Academia, mucha academia". En casa de Padrosa, la madre de éste, viuda, cuidaba de los dos. Padrosa era bajito y vanidosillo y llevaba siempre corbata roja. Félix, un buen día, al entrar en el estudio de Cefe, se encontró con una modelo, una muy joven pupila de la Andaluza, posando desnuda. Era la primera mujer desnuda que veía al margen de los libros de arte. Su impresión fue fortísima. Se conoció a sí mismo e intuyó que el mundo era más ancho de lo que había imaginado. Cefe le dijo: "Ya es hora de que vayas acostumbrándote". La pupila comentó: "Vaya consejos! No comprendes que a esta edad no pueden pagar? La Andaluza le daría una tableta de chocolate…" Félix no era muy fuerte y tenía los pies planos. Padrosa le dijo: "Tanto mejor. Así no tendrás que hacer la mili".
Entretanto, Manuel Alvear, la espina que, aparte de Pachín, Paz llevaba clavada, decidió por fin que sí, que lo del seminario le iba. No se atrevía a decírselo a su hermana y pensaba: "A final de curso lo sabrá". Mosén Alberto le interrogó a fondo temiendo que su pretendida vocación fuera un acto de rebeldía contra el ateísmo que había vivido en su hogar.
– Cuándo notaste que te gustaba la sotana? -le preguntó el sacerdote.
El muchacho, expansivo cuando hablaba de los demás, titubeaba al hablar de sí mismo. En esta ocasión acarició la boina vasca que le regaló "tío Matías" y que posaba en sus rodillas'.
– No sabría decirle… Ha sido poco a poco. Es difícil precisar.
– No puede tratarse de una simple corazonada?
– No, no, al contrario. Al principio, así lo temía y procuraba apartarlo de mi pensamiento. Y además, me daba miedo mi hermana, que me quiere mucho y que no se merece que le dé este disgusto.
– De todos modos, cuando llegaste de Burgos no podías ni soñar con que te ocurriera esto…
– Desde luego que no… -otra caricia a la boina-. Entonces los curas para mí eran todos fariseos. Y es que en mi tierra se portaron muy mal…
– Supongo que no habré sido yo quien haya intentado influirte -y mosén Alberto esbozó una sonrisa.
– No, no… Creo que lo primero que me influyó fueron los campanarios.
– Los campanarios? Cuál de ellos?
– El de San Félix, que parece una oración.
– No lo entiendo. Si en Burgos tenías la catedral!
– La miraba con odio. La muerte de mi padre no la podía perdonar.
– El museo tal vez? -insinuó mosén Alberto, impecablemente afeitado.
– El museo, sí… Ya lo sabe usted. Los crucifijos. Ante un crucifijo todas las teorías de Paz se vienen abajo. Y las custodias…
– Las custodias?
– Sí. La hostia blanca dentro es una llamada.
– Y qué más?
– Me ha influido la muerte de mi primo César, del que llevo siempre una fotografía.
– Pretendes imitarle?
– Eso es imposible. Yo quiero vivir…
– Sabes que la vida del sacerdocio es muy dura?
– Lo sé. Soy mayor de lo que todo el mundo piensa. Me asustan varias cosas, entre ellas, la castidad y la obediencia…
Hubo un silencio.
– Qué sientes por la figura del Papa? -mosén Alberto se levantó, como si quisiera dar más énfasis a su interrogatorio.
– No sabría contestar… Respeto. Es como si san Pedro viviera ahora.
– Te das cuenta de lo que significa poder perdonar los pecados?
– Eso, ni pensarlo… Es demasiado. De momento al seminario, a estudiar. Me gusta el latín!
– Curioso! A mí me gustaría decir la misa en catalán, y no me dejan… No me deja el gobernador.
Manuel se mordió una uña.
– Yo prefiero la misa en latín…
– Comprendo -hubo otra pausa-. Cómo te gustan las iglesias? Iluminadas u oscuras?
Manuel alzó los hombros.
– No lo sé… A veces iluminadas, a veces oscuras. Y también me gustan las misas en una cabana, por esas tierras lejanas, como las de los misioneros…
– Los misioneros?
– Sí, en realidad eso es lo que yo querría ser un día: misionero.
– Me temo que no sabes en qué consiste…
– He leído revistas. Y la vida de san Francisco Javier…
– Sabes que el padre Forteza tiene un hermano misionero en el Japón?
– Sí, lo sé. El padre Forteza fue el que me prohibió llevar cilicio…
– Cómo? Creí que tu confesor era yo… -mosén Alberto no pudo ocultar una reacción de incomodidad.
– Según qué pecados, me los confieso con usted; otros, con él…
– Pues vaya sorpresa! Eso parece una tienda. Aquí venden zapatos, allí venden sellos de correos…
Manuel se turbó. Temió haber ofendido al sacerdote.
– Creí que, para eso, uno tenía libertad…
– Claro que sí, muchacho! -mosén Alberto se sacó el pañuelo y se sonó-. Claro que se tiene libertad!
Mosén Alberto cortó bruscamente el diálogo y le aconsejó que de momento no dijera nada a nadie -"excepto, si quieres, al padre Forteza"-, y que llegado el momento lo mejor sería comunicárselo a Matías, el tío de Manuel. "Él sabrá cómo hay que enfocar este asunto".
Manuel le confió que, pese a todo, tenía una esperanza. Dijo que su hermana Paz no era la misma que antes, que se había apaciguado mucho, como si hubiera descubierto que se podía vivir sin llorar. Posiblemente, el ganar dinero había sido decisivo. "A Pachín no le puede perdonar; pero que yo entre en el seminario, quién sabe!, a lo mejor lo mismo le da…"
Mosén Alberto sonrió. Era la primera vez que conseguía hacerlo abiertamente. Se acercó al muchacho y, siguiendo su costumbre, con la mano derecha le alborotó los cabellos.
– Bien… Aprobado. Enhorabuena, Manolito… Te molestaría que te llamara Manolito?
– Pues…, prefiero Manuel -confesó el muchacho, turbado otra vez-. Y se levantó y besó la mano del sacerdote.
Eloy, el "renacuajo" de los Alvear, seguía estudiando en el Grupo San Narciso, pero los libros le daban telele. "Yo sólo sirvo para meter goles". Continuaba en las mismas. Era la mascota del Gerona Club de Fútbol y, por lo tanto, de su presidente, el capitán Sánchez Bravo. El encargado del estadio de Vista Alegre, Rafa, no hubiera podido prescindir del chaval. Le aumentaron el sueldo y él gritó Eurekal Además, y puesto que Pachín jugaba en el Barcelona, era hincha de este club. El capitán Sánchez Bravo le había prometido que lo llevaría un día al estadio de Las Corts, en algún partido importante, como, por ejemplo, el Barcelona y el Atlético de Bilbao. Y cumplió su promesa. El "renacuajo" Eloy en Las Corts, en la tribuna de presidencia! Le pareció que descubría un nuevo horizonte. Le impresionó más que ver el mar. La multitud, el césped, casi perfecto, las camisetas de los jugadores, y los goles de Pachín! Pachín metió dos, uno con la cabeza, otro con la rodilla. "Oportunista, eso es". "Siempre está en su sitia" "Podré parecerme a él?". Pachín era el ídolo y casi lo sacaron en hombros.