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Mateo miró a Pilar con inmensa ternura.

– Pilar… Procura comprenderme…

– No comprenderé nunca. Nunca…! Y tampoco lo comprenderá César cuando sea mayor -Pilar se había levantado-. A nuestro hijo tuve que parirlo sin tenerte al lado… Y horas enteras pegada a la radio. Mientras tanto, tú y tus camaradas con la nieve hasta el cuello y cantando Cara al sol…

Mateo se había guardado la bala y la llevaba en el bolsillo de la camisa. Por todos los santos, que Pilar no la viera! La rebotaría contra la pared, o iría a tirarla al río o al cementerio. Qué ocurría? El mundo estaba loco, desquiciado, partido en pedazos, por culpa de las ideas. Lo que para él era un deber, para otros era un pecado mortal. Da, da…, decían los rusos en sus isbas. Los divisionarios llamaban "mama" a todas las viejas. A Cacerola las viejas le querían porque era cariñoso y les daba un buen potaje. Qué ocurría? Él amaba a Pilar con todas sus fuerzas! Al fin y al cabo, había regresado y dentro de poco, aunque cojo, podría hacer vida normal. Él había visto muñones coagulados por el frío. Brazos y piernas amputados. Y hombres muertos porque se les había helado el ano…

– Lo que me ha ocurrido no es irreparable, comprendes, Pilar? -Sí, ya lo sé! Me fui, al puesto que tengo allí…

Y cómo era posible que, en su ausencia, hubieran ocupado el cargo de jefe provincial? Ah, claro, la unificación! Desde el punto de vista operacional, era lógico y posiblemente eficaz. Las leyes no las dictaban los sentimientos. Él mismo, detrás de una mesa, posiblemente había causado daño a mucha gente. Hubiérase dicho que nadie se acordaba del comunismo! Había que oír, en el lago limen, a los españoles "del otro lado", de "las trincheras de enfrente", con sus altavoces. No hacían más que cantar las glorias de Stalin, invitarles a que se pasaran y amenazándoles con llegar a España. "Curioso… Ya no soy el jefe provincial… Hubieran podido esperar mi regreso". Cómo sería el camarada Montaraz? Sólo le vio un instante: gafas negras y algunos dientes de oro. Y le oyó unas palabras: voz rotunda, acostumbrada a mandar. En Rusia había vejetes que buscaban dientes de oro entre los muertos. Por más que esto también había ocurrido en la guerra de España…

Pilar se tumbó en la cama. Por lo visto, no tenía nada que añadir. A lo mejor le dejaría cenar solo, con la sirvienta sin saber qué hacer. Estuvo a punto de irritarse a su vez. Pero la respiración pausada de César le apaciguó. Acercó su silla a la cuna.

"César, pequeño… Tampoco tú me comprenderás?". No se atrevió a tocarle, por miedo a que despertase. "Mejor que duermas. El mundo está loco". Se calló y sintió ganas de sollozar… Se lo impidió el pitido de un tren que pasaba veloz provinente de quién sabe dónde. Entonces tuvo ganas de orinar. Arrastrando el pie se fue al lavabo. Y al salir, oyó que se movía la cerradura. Era su padre, don Emilio Santos. Cuánto había envejecido! Debía estar enfermo de verdad. "Por culpa mía? Quizá…"

– Padre, no sé qué hacer -hubo un silencio-. Pilar ni siquiera quiere hablarme. Se ha tumbado en la cama. Menos mal que César duerme…

Don Emilio Santos se secó la frente con el pañuelo. Se había encorvado.

– Mateo, te costará mucho rehacer tu vida. Eso no se cura con medallas de hierro ni con los titulares que en honor tuyo saldrán mañana en Amanecer…

En efecto, al día siguiente Amanecer dedicaba la portada a Mateo Santos. Una fotografía de su llegada a la estación abrazando a Pilar ocupaba media página, y en la otra media un texto de bienvenida redactado por el camarada Montaraz -BIEN VENIDO EL HÉROE FALANGISTA-, a la par que una sintética semblanza, redactada por la Voz de Alerta, desde la llegada de Mateo a Gerona, el año 1933, hasta su regreso, herido, mutilado, de la División Azul.

* * *

En esta semblanza se recordaba a la población que Mateo llegó para fundar la célula falangista en la ciudad, coronando su labor con éxito y ofreciendo a la patria la vida de varios de sus afiliados al inicio de la guerra civil. Junto con él sólo sobrevivían Miguel Rosselló, secretario del gobernador, Jorge de Batlle, propietario y presidente de Acción Católica y los hermanos José Luis y Marta Martínez de Soria. José Luis, teniente jurídico militar, Marta, jefe provincial de la Sección Femenina. Los demás habían muerto en manos de las "hordas rojas" o en el frente. Mateo Santos era el resumen y el símbolo de la vocación de Imperio.

En las páginas centrales una entrevista realizada al caer la noche por Miguel Rosselló, en la que Mateo Santos daba cuenta de su aventura en el Este y procuraba quitarle importancia a su peripecia personal. La División Azul era un todo, cuya actuación había merecido los máximos elogios del mando alemán, de los propios rusos y, por descontado, del Caudillo. Según el último número de El Alcázar, la hoja que se publicaba a diario en el frente, en aquellos meses transcurridos la División había perdido mil cuatrocientos hombres, entre muertos y prisioneros. "Borbotones de sangre española han teñido las estepas y los lagos de Rusia, y muchas cruces de palo se han quedado allí para siempre. Tal vez algún día, cuando se produzca la victoria, los muertos puedan ser trasladados al Valle de los Caídos actualmente en construcción". Félix, el hijo de Alfonso Reyes, al leer esto último trazó en el papel, sin saber por qué, un gran interrogante, dedicado quizá a su padre, del que había recibido una carta comunicándole que acababa de decidir fumar en pipa.

Todo el mundo se enteró de la llegada de Mateo. Al día siguiente, por la mañana, el teléfono no dejaba de sonar. Pilar no tenía más remedio que hacer la criba, con voz dolorida. Pasó la llamada del general Sánchez Bravo, del notario Noguer, del profesor Civil, y algunas más. Mateo contestaba escuetamente. Tenía un objetivo prioritario: ser visitado aquella misma tarde por el doctor Chaos. Éste accedió. En la clínica del doctor se sacaron radiografías y se examinó la herida. El doctor Chaos le dijo: "Quiero tenerte aquí varios días. Creo que esto se puede mejorar. Andarás menos cojo de lo que te dejaron en Riga".

Albricias! Mateo Santos respiró hondo. Aquello era una gran noticia. Pero Pilar y el resto de la familia no se contentaron con eso. Andaría "cojo" y eso era todo. Al dar el paso la pierna derecha se doblaría con dificultad provocando un balanceo. Con el tiempo, cuando la herida estuviera cicatrizada, Mateo se acostumbraría al hecho y los demás también. En el fondo, había tenido suerte. Si la bala hubiera penetrado un centímetro más, la cojera hubiera sido mucho mayor.

Mientras Mateo permaneció en la clínica un par de semanas, la reacción de la familia apenas si se alteró. Pilar iba a verle dos veces al día, mañana y tarde, pero al quedarse solos apenas si le dirigía la palabra. Don Emilio Santos fue más sensible y de vez en cuando se incorporaba hacia Mateo y le apretaba la mano. Mateo tenía la cabeza prodigiosamente clara y hablaba con todo el mundo con enorme precisión. Matías sacó la impresión, o bien de que la familia le importaba un bledo -excepto el pequeño César-, o bien que estaba seguro de que el rencor desaparecería un día u otro. Era tan difícil no perdonar! El rencor era una carga insoportable. Él empezaba a notarlo. Y asimismo Carmen Elgazu. Por lo demás, todo el mundo les felicitaba: "Mateo había salvado la vida!". Las noticias que llegaban del frente de Rusia eran escalofriantes. Luchas cuerpo a cuerpo. Y Radio España Independiente, desde Ufa -la gente se creía que desde Moscú-, daba cuenta del desgaste de las tropas de Hitler, especialmente en el sector de Stalingrado.

– Pilar…, un día u otro eso tiene que acabar -le decía Matías a su hija-. Es tu marido! Y Mateo tiene razón; cuando te casaste con él ya lo conocías. De hecho, le conocíamos todos. Debemos reconocer que no hubo trampa ni engaño. Fue fiel a esa Falange que ha emborrachado a la mitad de la juventud…