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– No lo entiendo.

– No hace falta que entiendas nada.

– Entonces, ¿qué quieres que haga?

– Eso lo decides tú, con tal de que nos dejes a mí y a Mikael fuera.

Dirch Frode estaba lívido.

– Míralo así: lo único que sabes es que Martin Vanger ha fallecido en un accidente de tráfico. Ignoras que se trataba de un loco asesino y no sabes nada de la cámara de tortura que hay en su sótano.

Ella puso la llave encima de la mesa.

– Tienes tiempo antes de que alguien limpie el sótano de Martin y la descubra. Puede tardar lo suyo.

– Debemos ir a la policía.

– Nosotros no. Tú puedes ir si quieres. Es decisión tuya.

– Esta historia no se puede silenciar.

– No estoy diciendo que se silencie, sino que nos dejes fuera a mí y a Mikael. Cuando descubras la habitación, podrás sacar tus propias conclusiones y decidir a quién contárselo.

– Si lo que dices es verdad, significa que Martin ha secuestrado y asesinado…; debe de haber familias enteras desesperadas por saber dónde se encuentran sus hijas. No podemos…

– Correcto. Pero hay un problema. Los cuerpos ya no están. Tal vez encuentres pasaportes o carnés en algún cajón. Posiblemente se pueda identificar a algunas de las víctimas por las películas de vídeo. Pero no hace falta que tomes ninguna decisión hoy. Piénsatelo bien.

Dirch Frode parecía presa del pánico.

– Oh, Dios mío. Esto va ser el golpe de gracia definitivo para el Grupo Vanger. Cuántas familias se van a quedar en el paro si sale a la luz que Martin…

Frode se mecía adelante y atrás, acorralado por ese dilema moral.

– Es un modo de verlo. Supongo que Isabella Vanger heredará de su hijo. No me parece muy apropiado que ella sea la primera a la que se le informe del pasatiempo de Martin.

– Tengo que ir a ver…

– Creo que hoy debes mantenerte alejado de esa habitación -dijo Lisbeth severamente-. Antes te quedan muchas cosas por hacer. Has de ir a informar a Henrik, convocar a la junta directiva para una reunión extraordinaria y hacer lo mismo que habrías hecho si el director ejecutivo hubiera fallecido en circunstancias normales.

Dirch Frode meditó esas palabras. Su corazón palpitaba. De él, el viejo abogado que siempre resolvía los problemas, siempre se esperaba que tuviera un plan preparado para todas las eventualidades, pero ahora se sentía paralizado. Se dio cuenta de que estaba recibiendo instrucciones de una niña. De alguna manera ella había asumido el control de la situación y proponía unas líneas de actuación que él no era capaz de formular.

– ¿Y Harriet…?

– Mikael y yo no hemos terminado todavía. Pero puedes decirle a Henrik Vanger que vamos a resolver el misterio.

El inesperado fallecimiento de Martin Vanger abrió las noticias radiofónicas de las nueve, justo mientras Mikael se despertaba. Lo único que se mencionaba sobre los acontecimientos de la noche anterior era que el industrial conducía a una gran velocidad y que, por razones desconocidas, invadió el carril contrario.

Iba solo en el coche. La radio local realizó una crónica más amplia, marcada por la inquietud ante el futuro del Grupo Vanger y por las posibles consecuencias económicas que el suceso tendría para la empresa.

Un teletipo de mediodía de la agencia TT, apresuradamente redactado, llevaba el titular «Una región en estado de shock» y resumía los agudos problemas del Grupo Vanger. A nadie se le escapaba que, tan sólo en Hedestad, más de tres mil de los veintiún mil habitantes de la ciudad trabajaban en el Grupo o dependían indirectamente de la prosperidad de la empresa. El director ejecutivo del Grupo acababa de fallecer y el anterior estaba ingresado tras sufrir un grave infarto. Hacía falta un heredero natural. Todo esto en una época considerada como la más crítica en la historia de la empresa.

Mikael Blomvkist había tenido la oportunidad de ir a la comisaría de Hedestad y explicar lo sucedido durante la noche anterior, pero Lisbeth Salander ya había puesto en marcha un proceso. Al no haber llamado a la policía inmediatamente, resultaba cada vez más difícil hacerlo a medida que las horas iban transcurriendo. Pasó la mañana en un triste silencio tirado en el arquibanco de la cocina, desde donde contempló la lluvia y las oscuras nubes del cielo. A eso de las diez hubo otra intensa tormenta, pero a mediodía dejó de llover y el viento cesó de soplar. Mikael salió, secó los muebles del jardín y se sentó con un tazón de café. Llevaba una camisa con el cuello levantado.

Naturalmente, la muerte de Martin ensombreció la vida diaria de Hedeby. Los coches paraban delante de la casa de Isabella Vanger según iban llegando los miembros del clan. Todo el mundo presentó sus condolencias. Lisbeth observaba la procesión fríamente. Mikael estaba sumergido en un profundo silencio.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Lisbeth finalmente.

Mikael meditó la respuesta durante un rato.

– Creo que sigo en estado de shock -contestó-. Me hallaba indefenso. Durante horas estuve convencido de que iba a morir. Sentía la angustia de la muerte y no podía hacer absolutamente nada. -Extendió una mano y se la puso a ella en la rodilla-. Gracias -dijo-. Si tú no hubieses aparecido, me habría matado.

Lisbeth le devolvió una sonrisa torcida.

– Aunque… no me entra en la cabeza cómo diablos fuiste tan idiota de enfrentarte tú sólita a él. Yo estaba tumbado en el suelo rezando para que vieras la foto, sumaras dos más dos y llamaras a la policía.

– Si hubiera esperado a la policía, no habrías sobrevivido. No podía dejar que ese cabrón te matara.

– ¿Por qué no quieres hablar con la policía? -preguntó Mikael.

– No hablo con las autoridades.

– ¿Por qué no?

– Cosas mías. Pero, en tu caso, no creo que sea muy positivo para tu carrera profesional aparecer en los titulares como el periodista que fue desnudado por Martin Vanger, el célebre asesino en serie. Si ya no te gusta superdetective Kalle Blomkvist, imagínate los nuevos apodos que te pondrían.

Mikael la observó detenidamente y dejó el tema.

– Tenemos un problema -dijo Lisbeth.

Mikael asintió.

– ¿Qué pasó con Harriet?

Lisbeth depositó las dos fotos polaroid en la mesa. Le explicó dónde las había encontrado. Mikael las estudió minuciosamente antes de levantar la vista.

– Puede ser ella -dijo finalmente-. No lo puedo jurar, pero su constitución y su pelo coinciden con todas las fotos que he visto de ella.

Mikael y Lisbeth estuvieron sentados en el jardín durante una hora intentando encajar las piezas del rompecabezas. Se percataron de que los dos, cada uno por su lado, habían identificado a Martin Vanger como la que les faltaba.

Ella nunca descubrió la foto que Mikael había dejado sobre la mesa de la cocina. Tras estudiar las imágenes de las cámaras de vigilancia, llegó a la conclusión de que Mikael había hecho alguna tontería. Así que Lisbeth tomó el camino de la orilla del estrecho hasta la casa de Martin Vanger, donde miró por todas las ventanas sin ver ni una sola alma. Comprobó cuidadosamente todas las puertas y ventanas de la planta baja. Al final subió trepando al piso superior y entró por un balcón abierto. Se movió con sumo cuidado al registrar la casa habitación por habitación, lo cual le llevó mucho tiempo. Al cabo de un rato encontró la puerta que bajaba al sótano. Martin había cometido una negligencia: había dejado entreabierta la puerta de la cámara del terror, con lo cual Lisbeth se dio perfectamente cuenta de la situación.

Mikael le preguntó qué había oído de lo que dijo Martin.

– No mucho. Llegué cuando te estaba haciendo preguntas sobre lo que le ocurrió a Harriet, justo antes de que te colgara en la soga. Os dejé durante algunos minutos mientras subí a buscar un arma. Encontré los palos de golf en un armario.

– Martin Vanger no tenía ni idea de lo que ocurrió con Harriet -dijo Mikael.