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Lisbeth no había contado nada sobre su madre, pero, al parecer, la reverenda había hablado con alguien de la residencia donde falleció; Mikael comprendió que la causa de la muerte había sido un derrame cerebral. Lisbeth no pronunció palabra durante todo el acto. La reverenda perdió el hilo dos veces al dirigirse a Lisbeth, quien la miró fijamente a los ojos sin contestar. Al terminar el funeral, Lisbeth se dio la vuelta y se marchó sin dar las gracias ni despedirse de nadie. Mikael y Dragan tomaron aire profundamente y se miraron de reojo. No tenían ni idea de lo que estaba pasando por la cabeza de Lisbeth.

– Se encuentra muy mal -dijo Dragan.

– Ya me he dado cuenta -contestó Mikael-. Qué bien que hayas venido.

– No estoy tan seguro. -Armanskij clavó la mirada en Mikael-. ¿Os vais otra vez para el norte? Échale un ojo.

Mikael se lo prometió. Se despidieron delante de la puerta de la iglesia. Lisbeth ya esperaba en el coche.

Ella tenía que ir a Hedestad para buscar su moto y el equipo que tomó prestado de Milton Security. No rompió el silencio hasta que pasaron Uppsala, cuando le preguntó por el viaje a Australia. Mikael había aterrizado en Arlanda la noche anterior, muy tarde, y sólo había dormido un par de horas. Durante el trayecto le relató la historia de Harriet Vanger. Lisbeth Salander permaneció callada durante media hora antes de abrir la boca.

– Bitch -soltó.

– ¿Quién?

– La Harriet Vanger de los cojones. Si hubiese hecho algo en 1966, Martin Vanger no habría seguido asesinando y violando a mujeres durante treinta y siete años.

– Harriet conocía los asesinatos de su padre, pero no tenía ni idea de que Martin estuviera involucrado. Huyó de un hermano que la violaba, y que amenazaba con revelar que ella había ahogado a su padre si no hacía lo que él le decía.

– Bullshit.

No hablaron más hasta que entraron en Hedestad. Lisbeth estaba de un humor particularmente sombrío. Mikael llegaba tarde a la reunión acordada, así que la dejó en el cruce del camino que llevaba a la isla de Hedeby y le preguntó si todavía se hallaría en casa cuando él volviera.

– ¿Piensas pasar la noche aquí? -preguntó ella.

– Supongo que sí.

– ¿Quieres que yo esté cuando regreses?

Él se bajó, bordeó el coche y la abrazó. Lisbeth le apartó de un empujón, casi violentamente. Mikael se echó hacia atrás.

– Lisbeth, somos amigos, ¿no?

Ella lo contempló con inexpresivos ojos.

– ¿Quieres que me quede para tener con quien follar esta noche?

Mikael le devolvió una larga mirada. Luego se dio la vuelta, subió al coche y arrancó el motor. Bajó la ventanilla. La hostilidad de Lisbeth era palpable.

– Quiero ser tu amigo -dijo él-. Si no me crees, no hace falta que estés cuando vuelva esta noche.

Henrik Vanger estaba levantado y vestido cuando Dirch Frode hizo pasar a Mikael a la habitación del hospital. Nada más entrar le preguntó al viejo por su salud.

– Mañana van a dejarme salir para el entierro de Martin.

– ¿Qué es lo que te ha contado Dirch?

Henrik Vanger bajó la mirada.

– Me ha contado lo que hicieron Martin y Gottfried. Ahora sé que esto es mucho peor de lo que me había imaginado.

– Sé lo que ocurrió con Harriet.

– ¿Cómo murió?

– Harriet no está muerta. Sigue viva. Tiene muchas ganas de verte, si tú quieres.

Tanto Henrik Vanger como Dirch Frode miraron perplejos a Mikael, como sí el mundo se hubiera puesto patas arriba.

– Me llevó un rato convencerla para que hiciera el viaje, pero vive, se encuentra bien y ha venido a Hedestad. Llegó esta mañana y estará aquí en menos de una hora. Si es que quieres verla, claro.

Mikael tuvo que contar otra vez la historia de principio a fin. Henrik Vanger lo escuchó con suma atención, como si se tratara del sermón de la colina de Jesucristo en versión moderna. En momentos muy concretos, le hacía una pregunta a Mikael o le pedía que repitiera algo. Dirch Frode no pronunció ni una sola palabra.

Cuando Mikael concluyó su relato, el viejo se quedó en silencio. Por mucho que los médicos le hubiesen asegurado que Henrik Vanger estaba recuperado de su infarto, Mikael había temido ese momento; tenía miedo de que la historia fuese demasiado para el anciano. Pero, al margen de que su voz tal vez sonara algo pastosa, Henrik no dio muestra alguna de emoción cuando rompió su silencio.

– Pobre Harriet. Ojalá hubiera acudido a mí.

Mikael miró el reloj. Eran las cuatro menos cinco.

– ¿Quieres verla? Ahora que sabes lo que ha hecho, ella teme que la rechaces.

– ¿Y las flores? -inquirió Henrik.

– Se lo pregunté en el avión. Había una sola persona en la familia a la que ella quería: tú. Naturalmente, quien enviaba las flores era ella. Esperaba que entendieras que seguía viva y que se encontraba bien sin que fuera preciso aparecer. Pero como su único canal de información era Anita, que salió del país en cuanto terminó sus estudios y jamás visitaba Hedestad, sus conocimientos sobre lo que aquí ocurría han sido muy limitados. Nunca supo de tu terrible sufrimiento, ni que creías que su asesino se burlaba de ti enviando las flores.

– Supongo que era Anita quien echaba los sobres al correo.

– Trabajaba en una compañía aérea y volaba por todo el mundo. Los enviaba desde donde se encontrara en ese momento.

– Pero ¿cómo supiste que fue precisamente Anita la que la ayudó?

– Por la fotografía; era ella la que se veía en la ventana del cuarto de Harriet.

– Pero podría haber estado implicada, ella podría haber cometido el crimen. ¿Cómo te diste cuenta de que Harriet estaba viva?

Mikael miró a Henrik durante un largo rato. Luego sonrió por primera vez desde que volvió a Hedestad.

– Anita estaba involucrada en la desaparición de Harriet, pero no podía haberla matado.

– ¿Cómo podías estar tan seguro?

– Porque esto no es ninguna de esas malditas novelas de detectives donde todas las piezas tienen que encajar. Si Anita hubiese asesinado a Harriet, hace ya mucho tiempo que habrías encontrado el cuerpo. Por lo tanto, lo único lógico era que ella la ayudara a huir y a mantenerse escondida. ¿Quieres verla?

– Claro que quiero ver a Harriet.

Mikael fue a buscar a Harriet hasta los ascensores de la entrada. Al principio, no la reconoció; desde que se despidieron en Arlanda el día anterior, había recuperado su original y oscuro color de pelo. Llevaba pantalones negros, una blusa blanca y una elegante chaqueta gris. Estaba deslumbrante. Mikael se inclinó hacia delante y le dio un beso de ánimo en la mejilla.

Cuando Mikael le abrió la puerta a Harriet, Henrik se levantó de su silla. Ella inspiró profundamente.

– Hola, Henrik -dijo.

El viejo la examinó de pies a cabeza. Luego Harriet se le acercó y le dio un beso en la mejilla. Mikael le hizo un movimiento de cabeza a Dirch Frode y cerró la puerta para dejarlos solos.

Lisbeth Salander no estaba en la casita cuando Mikael volvió a la isla de Hedeby. Tampoco el equipo de videovigilancia, la moto ni la bolsa con su ropa. Sus artículos de aseo personal habían desaparecido del cuarto de baño. Sintió un gran vacío.

Mikael recorrió la casa con cierta tristeza. De repente, le resultó extraña e irreal. Echó una mirada a los montones de papeles del estudio, que iba a meter en cajas para devolvérselos a Henrik Vanger, pero fue incapaz de ponerse a recogerlos. Subió a Konsum y compró pan, leche, queso y algo para cenar. Al volver preparó café y se sentó en el jardín a leer los periódicos vespertinos, sin pensar absolutamente en nada.