– No lo entiendo. ¿Quieres acostarte conmigo o no?
Mikael se mordió el labio. Al final suspiró.
– Uno no debe mantener relaciones sexuales con la gente con la que trabaja -murmuró-. Sólo acarrea problemas.
– Me he perdido algo. ¿Acaso no folláis Erika Berger y tú cada vez que se presenta la ocasión? Además, ella está casada.
Durante un momento Mikael permaneció en silencio.
– Erika y yo… tenemos una historia que iniciamos mucho antes de que empezáramos a trabajar juntos. Que ella esté casada no es asunto tuyo.
– Vaya; así que de repente eres tú el que no desea hablar de sí mismo… ¿No era la amistad una cuestión de confianza?
– Sí, pero lo que quiero decir es que no hablo de un amigo a sus espaldas. Porque entonces traicionaría su confianza. Tampoco hablaría de ti con Erika.
Lisbeth Salander meditó acerca de esas palabras. Se había convertido en una conversación complicada. Y a ella no le gustaban las conversaciones complicadas.
– Me gusta acostarme contigo -repitió ella.
– Y a mí contigo…, pero ya tengo una edad, la suficiente como para ser tu padre.
– A la mierda tu edad.
– No puedes mandar a la mierda nuestra diferencia de edad. No es un buen punto de partida para una relación duradera.
– ¿Y quién ha dicho que deba ser duradera? -replicó Lisbeth-. Acabamos de resolver un caso donde unos hombres con una sexualidad jodidamente retorcida han desempeñado el papel protagonista. Si yo pudiera decidir, ese tipo de hombres serían exterminados uno a uno.
– Una cosa está clara: no te gustan las medias tintas.
– Pues no -dijo ella, mostrando esa sonrisa torcida que más bien parecía otra cosa-. Pero no te preocupes: tú no eres uno de ellos.
Ella se levantó.
– Me voy a la ducha y luego pienso meterme desnuda en tu cama. Si te consideras demasiado viejo, vete a dormir a la cama plegable.
Mikael la siguió con la mirada. Fueran cuales fuesen los complejos que Lisbeth tuviera en la cabeza, estaba claro que la timidez no era uno de ellos. Mikael siempre acababa perdiendo todas las discusiones con ella. Al cabo de un rato recogió las tazas de café y se fue al dormitorio.
Se levantaron hacia las diez, se ducharon juntos y desayunaron en el jardín. A las once Dirch Frode llamó a Mikael. Le informó de que el entierro tendría lugar a las dos de la tarde y le preguntó si pensaban asistir.
– No creo -respondió.
Dirch Frode quiso saber si podría pasarse por la tarde, a las seis, para hablar con ellos. Mikael contestó que no había ningún problema.
Tardó unas cuantas horas en meter todos los papeles en las cajas y llevarlas al estudio de Henrik. Al final sólo quedaban sus propios cuadernos y las dos carpetas sobre el caso Wennerström, que llevaba seis meses sin abrir. Suspiró y lo metió todo en su bandolera.
Dirch Frode se retrasó; no llegó hasta las ocho. Todavía llevaba el traje del funeral y parecía estar destrozado cuando se sentó en el arquibanco de la cocina, aceptando con gratitud la taza de café que Lisbeth le sirvió. Ella se sentó a la otra mesa con su ordenador mientras Mikael se interesaba por cómo había recibido la familia la resurrección de Harriet.
– Se puede decir que ha eclipsado el fallecimiento de Martin. Y ahora también se han enterado los medios de comunicación.
– ¿Y cómo habéis explicado la situación?
– Harriet ha hablado con un periodista del Kuriren. Su historia es que se escapó de casa porque no se llevaba bien con su familia, pero que evidentemente le ha ido muy bien en la vida, ya que dirige una empresa con el mismo volumen de negocios que el Grupo Vanger.
Mikael silbó.
– Ya sabía que las ovejas australianas daban dinero, pero no tenía ni idea de que llegara a tanto.
– El rancho va viento en popa, pero no es la única fuente de ingresos. Las empresas Cochran se dedican a la explotación de minas, ópalos, la industria manufacturera, transportes, electrónica y un montón de cosas más.
– ¡Vaya! ¿Y qué va a pasar ahora?
– Si te soy sincero, no lo sé. Ha ido apareciendo gente a lo largo de todo el día; la familia se está reuniendo por primera vez en muchos años, tanto por la parte de Fredrik Vanger como por la de Johan Vanger. Y han venido muchos de la generación más joven: los que tienen en torno a veinte años. Ahora mismo habrá unos cuarenta miembros de la familia Vanger en Hedestad; la mitad está en el hospital fatigando a Henrik y la otra mitad en el Stora Hotellet hablando con Harriet.
– Harriet es la gran sensación. ¿Cuánta gente sabe lo de Martin?
– De momento, sólo Henrik, Harriet y yo. Hemos mantenido una larga conversación en privado. Lo de Martin y… sus perversiones es, en estos momentos, nuestra mayor preocupación. Su muerte ha ocasionado una colosal crisis en todo el Grupo.
– Lo entiendo.
– No hay un heredero natural, pero Harriet se va a quedar un tiempo en Hedestad. Entre otras cosas, hemos de resolver el tema de quién tiene derecho a qué, cómo repartir la herencia y cosas por el estilo. Porque, de hecho, a Harriet le corresponde una parte que, si hubiera vivido siempre aquí, sería bastante sustanciosa. Esto es una verdadera pesadilla.
Mikael se rió. Dirch Frode no.
– Isabella ha sufrido un colapso, está ingresada en el hospital. Harriet se niega a visitarla.
– La entiendo.
– Anita va a venir de Londres. Hemos convocado un consejo de familia para la semana que viene. Será la primera vez en veinticinco años que Anita participe.
– ¿Quién será el nuevo director ejecutivo?
– Birger anda detrás del puesto, pero no será tenido en cuenta. Lo que va a ocurrir es que Henrik, desde el hospital, tomará las riendas y entrará como director provisional hasta que contratemos a alguien ajeno a la familia, o hasta que alguno de sus miembros…
No terminó la frase. De repente, Mikael arqueó las cejas.
– ¿Harriet? No lo dices en serio…
– ¿Por qué no? Estamos hablando de una empresaria sumamente competente y respetada.
– Pero ya está al mando de una empresa en Australia.
– Cierto. Pero su hijo, Jeff Cochran, lleva el timón en su ausencia.
– Es Studs Manager de una granja de ovejas. Si no me equivoco, se encarga de que las ovejas más apropiadas se apareen.
– También tiene un título en económicas por la universidad de Oxford y otro de derecho por la de Melbourne.
Mikael pensó en el sudoroso y musculoso hombre con el torso desnudo que le había llevado barranco abajo, e intentó imaginárselo con un traje. ¿Por qué no?
– Esto no se va a resolver en un abrir y cerrar de ojos -siguió Dirch Frode-. Pero Harriet sería una directora perfecta. Con el apoyo apropiado podría darle un giro completamente nuevo al Grupo.
– Le faltan conocimientos.
– Es verdad. Está claro que Harriet no puede aparecer así como así después de varias décadas y ponerse a dirigir de inmediato hasta el más mínimo detalle. Pero el Grupo Vanger es internacional y podríamos traer un director americano que no supiera ni una palabra de sueco… El mundo de los negocios es así.
– Tarde o temprano, tendréis que ocuparos de lo que hay en el sótano de Martin.
– Ya lo sé. Pero si hablamos, habrá consecuencias para Harriet… Me alegro de no ser yo el que tome la decisión respecto a ese tema.
– Maldita sea, Dirch; no podéis ocultar que Martin era un asesino en serie.
Dirch Frode se calló y se rebulló, incómodo, en la silla. De repente, a Mikael le entró un mal sabor de boca.
– Mikael, me encuentro en una situación… muy incómoda.
– Cuenta.
– Tengo un mensaje de Henrik. Es muy simple. Te da las gracias por el trabajo que has hecho y dice que considera cumplido el contrato. Significa que te libra de las demás obligaciones, que ya no estás obligado a vivir y a trabajar en Hedestad, etcétera, etcétera. O sea, que puedes volver a Estocolmo inmediatamente y dedicarte a tus cosas.