Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; y el sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura.
Lea podría haber figurado perfectamente en la agenda de Harriet como Lea: 31208.
Lisbeth Salander se dio cuenta de que ninguna investigación de las que había llevado a cabo con anterioridad poseía ni una mínima parte de las dimensiones que presentaba esta misión.
Mildred Brännlund, casada por segunda vez y cuyo actual apellido era Berggren, abrió cuando Mikael Blomkvist llamó a la puerta de su casa hacia las diez de la mañana del domingo. La mujer era casi cuarenta años más vieja y tenía aproximadamente el mismo número de kilos de más, pero Mikael la reconoció inmediatamente por la fotografía.
– Hola, me llamo Mikael Blomkvist. Usted debe de ser Mildred Berggren.
– Sí, efectivamente.
– Le pido disculpas por presentarme así, sin avisar, pero llevo un tiempo intentando localizarla para un asunto que me resulta bastante complicado explicar -dijo Mikael, sonriendo-. ¿Podría entrar y pedirle que me dedicara un momento de su tiempo?
Tanto el marido como el hijo, este último de treinta y cinco años, estaban en casa, así que Mildred no tuvo ningún reparo en dejar pasar a Mikael y lo condujo hasta la cocina. Les dio la mano a todos. Durante los últimos días Mikael había tomado más café que en toda su vida, pero a estas alturas había aprendido que en Norrland resultaba descortés rechazar una invitación. Cuando las tazas de café estuvieron en la mesa, Mildred se sentó y preguntó con curiosidad en qué podía servirle. A Mikael le costó entender su dialecto y ella cambió al sueco estándar.
Mikael inspiró profundamente.
– Se trata de una extraña y larga historia. En el mes de septiembre de 1966, usted se encontraba en Hedestad en compañía del que era entonces su marido, Gunnar Brännlund.
Ella pareció asombrarse. Mikael esperó a que la mujer asintiera con la cabeza para ponerle la fotografía de Järnvägsgatan sobre la mesa.
– Fue entonces cuando se hizo esta foto. ¿Se acuerda usted?
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Mildred Berggren-. De eso hace ya una eternidad…
Su actual marido y su hijo se acercaron y miraron la foto.
– Era nuestra luna de miel. Habíamos ido en coche a Estocolmo y Sigtuna, y ya estábamos de regreso; recuerdo que nos paramos en algún sitio. ¿Ha dicho Hedestad?
– Sí, Hedestad. Esta fotografía se hizo aproximadamente a la una del mediodía. Llevo mucho tiempo intentando identificarla; no ha sido fácil.
– Encuentra una vieja foto mía y me busca. No entiendo cómo lo ha conseguido.
Le enseñó la foto del aparcamiento.
– He podido localizarla gracias a ésta, que se sacó un poco más tarde ese mismo día.
Mikael le explicó cómo había dado con Burman, a través de la carpintería de Norsjö, lo que, a su vez, lo llevó hasta Norsjövallen y Henning Forsman.
– Supongo que tiene una buena razón para su extraña búsqueda.
– La tengo. Esta chica que está delante de usted en esta foto se llamaba Harriet. Desapareció aquel día y la opinión general es que fue víctima de un asesinato. Déjeme que le enseñe lo que pasó.
Mikael sacó su iBook y puso a Mildred Berggren en antecedentes mientras el ordenador arrancaba. Luego mostró la serie de imágenes que revelaban cómo la cara de Harriet iba cambiando de expresión.
– Fue al repasar estas viejas fotos cuando la descubrí a usted. Con la cámara en la mano, detrás de Harriet. Parece ser que está haciendo una foto justamente de lo que ella está viendo, de lo que desencadenó su reacción. Sé que se trata de una apuesta muy arriesgada, pero la razón de mi visita es preguntarle si todavía conserva las fotos de aquel día.
Mikael estaba preparado para oír que habían desaparecido, que la película nunca llegó a revelarse o que la habían tirado. Sin embargo, Mildred Berggren miró a Mikael con unos ojos azul claro y dijo, con la mayor naturalidad del mundo, que, por supuesto, conservaba todas las viejas fotos de sus vacaciones.
Se dirigió a otra habitación y al cabo de un par de minutos volvió con una caja donde guardaba una gran cantidad de fotos, metidas en distintos álbumes. Le llevó un rato encontrar las de aquel viaje. Había hecho tres en Hedestad. Una, borrosa, mostraba la calle principal. En otra salía su ex marido. La tercera era de los payasos del desfile del Día del Niño.
Mikael se inclinó hacia delante ansiosamente. Vio una figura al otro lado de la calle. Pero no le decía absolutamente nada.
Capítulo 20 Martes, 1 de julio – Miércoles, 2 de julio
Al volver a Hedestad, lo primero que hizo Mikael por la mañana fue pasar a ver a Dirch Frode para interesarse por la salud de Henrik Vanger. Se enteró de que el viejo había mejorado mucho a lo largo de la semana anterior. Seguía estando débil y delicado, pero al menos podía incorporarse en la cama. Su estado ya no se consideraba crítico.
– Gracias a Dios -dijo Mikael-. Me he dado cuenta de que le tengo mucho cariño.
Dirch Frode asintió con la cabeza.
– Ya lo sé. Henrik también te aprecia. ¿Qué tal el viaje por el norte?
– Exitoso e insatisfactorio. Ya te lo contaré, pero primero necesito preguntarte algo.
– Adelante.
– ¿Qué pasará con Millennium si se muere Henrik?
– Nada. Martin entrará en la junta.
– ¿Existe algún riesgo, hipotéticamente hablando, de que Martin pueda crearnos problemas en Millennium si no abandono la investigación sobre la desaparición de Harriet?
Dirch Frode le clavó la mirada.
– ¿Qué ha pasado?
– En realidad, nada.
Mikael le refirió la conversación mantenida con Martin Vanger el día de Midsommar.
– Cuando volvía de Norsjö, Erika me llamó y me contó que Martin había hablado con ella pidiéndole que insistiera en que me necesitaban en la redacción.
– Entiendo. Habrá sido cosa de Cecilia. Pero no creo que Martin te vaya a chantajear. Es demasiado honrado para hacer una cosa así. Y recuerda que yo también estoy en la junta de esa pequeña filial que creamos al entrar en Millennium.
– Y si las cosas llegaran a complicarse, ¿cuál sería, entonces, tu postura?
– Los contratos están para cumplirlos. Yo trabajo para Henrik. Nuestra amistad dura ya cuarenta y cinco años, y somos bastante parecidos cuando se trata de ese tipo de cosas. Si Henrik muriera, la verdad es que sería yo, no Martin, quien heredaría la parte que Henrik posee en la empresa. Tenemos un contrato completamente blindado donde nos comprometemos a apoyar a Millennium durante tres años. Si Martin quisiera hacernos una jugarreta, cosa que no creo, como mucho podría disuadir a unos cuantos anunciantes.
– Que son la base de la existencia de Millennium.
– Vale, pero míralo de esta manera: dedicarse a ese tipo de mezquindades requiere mucho tiempo. En la actualidad Martin está luchando por la supervivencia industrial del Grupo y trabaja catorce horas diarias. No tiene demasiado tiempo para nada más.
Mikael se quedó pensativo un rato.
– ¿Puedo preguntarte algo? Sé que no es asunto mío, pero ¿cuál es la situación general del Grupo?
El semblante de Dirch Frode se tornó serio.
– Tenemos problemas.
– Sí, bueno; hasta ahí llega incluso un periodista económico normal y corriente como yo. Pero ¿hasta qué punto son serios esos problemas?
– ¿Entre nosotros?
– Sólo entre nosotros.
– Durante las últimas semanas hemos perdido dos importantes encargos en la industria electrónica, y, además, están a punto de echarnos del mercado ruso. En septiembre nos veremos obligados a despedir a mil seiscientos empleados en Örebro y Trollhättan. ¡Menudo regalo para la gente que lleva trabajando tantos años en el Grupo! Cada vez que cerramos una fábrica, la confianza en el Grupo se reduce un poco más.