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Lisbeth Salander se despertó alrededor de las seis de la mañana, antes que Mikael. Puso agua a hervir para preparar café y se metió en la ducha. Cuando Mikael se levantó, a las siete y media, ella estaba en la cocina leyendo el resumen del caso Harriet Vanger en el iBook de Mikael. Entró en la cocina con una sábana alrededor de la cintura frotándose los ojos para quitarse el sueño.

– Hay café -dijo ella.

Mikael la miró de reojo por encima del hombro.

– Ese documento estaba protegido con una contraseña.

Ella giró la cabeza y levantó la mirada.

– Se tarda treinta segundos en bajar de la red un programa que rompe la protección criptográfica de Word -le respondió.

– Tenemos que hablar acerca de lo que es tuyo y lo que es mío -dijo Mikael para, acto seguido, meterse en la ducha.

Al volver, Lisbeth ya había cerrado el ordenador y lo había puesto en su sitio, en el cuarto de trabajo. Tenía encendido su propio PowerBook. Mikael estaba convencido de que Lisbeth ya habría copiado el contenido en su portátil.

Lisbeth Salander era una adicta a la información con ideas sumamente laxas sobre la moral y la ética.

Mikael acababa de sentarse a desayunar cuando llamaron a la puerta. Se levantó y fue a abrir. Martin Vanger tenía un gesto tan contenido que, por un segundo, Mikael creyó que venía a comunicarle la muerte de Henrik Vanger.

– No, Henrik está igual que ayer. Vengo por otro asunto completamente distinto. ¿Puedo pasar un momento?

Mikael lo dejó entrar y le presentó a la «colaboradora de la investigación», Lisbeth Salander, quien le echó un rápido vistazo acompañado de un breve movimiento de cabeza antes de volver a su ordenador. Martin Vanger saludó por puro reflejo, pero dio la impresión de estar tan ausente que apenas pareció reparar en su presencia. Mikael le sirvió una taza de café y le invitó a sentarse.

– ¿De qué se trata?

– ¿No eres suscriptor del Hedestads-Kuriren?

– No. Lo leo a veces en el Café de Susanne.

– ¿Así que no lo has leído esta mañana?

– Me da la sensación de que debería haberlo hecho.

Martin Vanger depositó el Hedestads-Kuriren encima de la mesa. Le habían dedicado dos columnas en la portada y una continuación en la página cuatro. Examinó el titular:

aquí se esconde el periodista

condenado por difamación

El texto estaba ilustrado con una fotografía hecha con teleobjetivo desde la iglesia; en ella se veía a Mikael justo cuando salía por la puerta de su casa.

El reportero Conny Torsson había efectuado, con gran habilidad, un malintencionado retrato de Mikael. Retomaba el caso Wennerström y subrayaba que Mikael había abandonado Millennium por vergüenza y que acababa de cumplir su condena penitenciaria. El reportaje finalizaba con la habitual afirmación de que Mikael había rechazado hacer declaraciones para el Hedestads-Kuriren. El tono era tal que difícilmente se le podría pasar por alto a ningún habitante de Hedestad que un chulo de Estocolmo tremendamente sospechoso rondaba por esos lares. Ninguna de las afirmaciones del texto se podría llevar a los tribunales, pero todo estaba enfocado de un modo que dejaba a Mikael muy mal parado; la composición de las fotografías y la tipografía seguían el mismo patrón que se utilizaba al presentar a terroristas políticos. Millennium era descrita como una «revista agitadora» de poca credibilidad, y el libro de Mikael sobre el periodismo económico se despachaba como una colección de «controvertidas afirmaciones» sobre respetados periodistas.

– Mikael…, me faltan palabras para expresar lo que siento leyendo este artículo. Es asqueroso.

– Es un encargo -contestó Mikael con tranquilidad.

Miró inquisitivamente a Martín Vanger.

– Espero que entiendas que no tengo nada que ver con esto. Se me atragantó el café del desayuno al verlo.

– ¿Quién?

– He hecho unas llamadas esta mañana. Conny Torsson es un sustituto de verano. Pero lo hizo por mandato de Birger.

– ¿Birger influyendo en la redacción? Pero si es político y, además, presidente del consejo municipal…

– Formalmente no tiene influencia. Pero el editor jefe es Gunnar Karlman, hijo de Ingrid Vanger, de la rama familiar de Johan Vanger. Birger y Gunnar son íntimos amigos desde hace muchos años.

– Ahora lo entiendo.

– Torsson será despedido de inmediato.

– ¿Cuántos años tiene?

– Sinceramente, no lo sé. No lo conozco.

– No lo despidas. Cuando me llamó me dio la impresión de que se trataba de un reportero bastante joven e inexperto.

– Ya, pero esto no puede quedar así.

– Si quieres mi opinión, me parece un poco absurdo que el redactor jefe de un periódico perteneciente a la familia Vanger ataque a una revista de la que Henrik Vanger es socio y en cuya junta figuras tú. Por lo tanto, el redactor Karlman os está atacando a ti y a Henrik.

Martin Vanger sopesó las palabras de Mikael, pero negó lentamente con la cabeza.

– Entiendo lo que quieres decir. Debo pedir responsabilidades a quien corresponda. Karlman es copropietario del Grupo y siempre que ha tenido ocasión ha emprendido una guerra sucia contra mí, pero esto más bien parece ser la venganza de Birger sobre ti por haberle dejado con la palabra en la boca en el pasillo del hospital. Tú eres una persona non grata para él.

– Ya lo sé. Por eso creo que Torsson, a pesar de todo, es más trigo limpio que los otros. Es muy difícil que un joven sustituto se niegue a escribir lo que su jefe le ordena.

– Puedo exigir que mañana te pidan disculpas públicamente en un sitio destacado.

– No, no lo hagas. Sólo conseguiríamos prolongar la pelea y empeorar la situación.

– ¿Así que no quieres que haga nada?

– No merece la pena. Karlman traerá problemas y en el peor de los casos te describirá como un canalla que, al ser dueño del periódico, intenta de manera ilegítima ejercer influencia sobre la libre creación de opinión.

– Perdóname, Mikael, pero no estoy de acuerdo. La verdad es que yo también tengo derecho a crear opinión: la mía es que ese reportaje apesta, y lo pienso dejar muy claro. Al fin y al cabo, soy el sustituto de Henrik en la junta de Millennium y, como tal, no puedo dejar impunes este tipo de insinuaciones.

– Vale.

– Voy a exigir el derecho a réplica. En ella tacharé a Karlman de idiota. La culpa es suya.

– Está bien, tienes que actuar de acuerdo con tus propias convicciones.

– También es importante para mí que sepas que no tengo nada que ver con este infame ataque.

– Te creo -contestó Mikael.

– Es más: realmente no quería sacar el tema ahora, pero esto pone de actualidad el asunto sobre el que ya hemos intercambiado nuestras opiniones. Resulta fundamental que te reincorpores a la redacción de Millennium para que podamos mostrar un frente unido. Mientras te mantengas al margen seguirán las habladurías. Creo en Millennium y estoy convencido de que, juntos, ganaremos esta batalla.

– Entiendo tu postura, pero ahora me toca a mí estar en desacuerdo contigo. No puedo romper el contrato con Henrik, y la verdad es que tampoco deseo hacerlo. ¿Sabes?, le tengo mucho aprecio, la verdad. Y esto de Harriet…

– ¿Sí?

– Entiendo que te resulte difícil y sé que ha sido la obsesión de Henrik durante muchos años.

– Entre nosotros, Henrik es mi mentor y lo quiero mucho. Pero su obsesión por el caso de Harriet es tal que ha estado a punto de perder el juicio.

– Cuando empecé este trabajo, pensé que sería una pérdida de tiempo. Pero lo cierto es que, contra todo pronóstico, hemos encontrado nuevo material. Creo que hemos avanzado algo y que quizá sea posible darle una respuesta a lo sucedido.

– ¿No me quieres contar lo que habéis encontrado?