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Luego levantó la vista y, mirando a Mikael, le preguntó quién era. Mikael volvió a presentarse y el viejo se quedó meditando otro rato más. Finalmente movió negativamente la cabeza con un gesto irritado.

– Todavía está buscando la verdad. Ha de tener cuidado y tú debes advertirla.

– ¿De qué?

El pastor Falk se alteró. Sacudió la cabeza con el ceño fruncido.

– Debe leer sola scriptura y entender sufficientia scripturae. Sólo de esa manera podrá mantener la sola fide. José los excluyó definitivamente. Nunca estuvieron recogidos en el canon.

Mikael no entendió nada, pero lo apuntó todo aplicadamente. Luego el pastor Falk se inclinó hacia Mikael y le susurró en tono confidenciaclass="underline"

– Creo que es católica. Siente fascinación por la magia y sigue sin encontrar a su Dios. Hay que guiarla.

Al parecer, la palabra «católica» encerraba un matiz negativo para el reverendo.

– Yo creía que estaba interesada por el movimiento pentecostal.

– No, no; los pentecostales no. Ella busca la verdad prohibida. No es una buena cristiana.

Acto seguido, el pastor pareció olvidarse tanto de Mikael como del tema y se puso a hablar con uno de los demás pacientes.

Pasadas las dos de la tarde, Mikael ya estaba de vuelta en la isla de Hedeby. Se acercó hasta la casa de Cecilia Vanger y llamó a la puerta sin éxito alguno. Intentó localizarla mediante el móvil, pero no obtuvo respuesta.

Instaló un detector de humos en la cocina y otro en el recibidor. Colocó un extintor junto a la cocina de hierro, al lado de la puerta del dormitorio, y el otro cerca del baño.

Después se preparó el almuerzo -café y sándwiches-, se sentó en el jardín e introdujo en su iBook las notas de la conversación mantenida con el pastor Falk. Meditó un buen rato y luego levantó la vista hacia la iglesia.

La nueva casa rectoral de Hedeby era un chalé moderno normal y corriente, situado a un tiro de piedra de la iglesia. A eso de las cuatro, Mikael llamó a la puerta de la casa de la pastora Margareta Strandh y le explicó que venía a pedirle consejo sobre un asunto teológico. Margareta Strandh, una mujer morena de su misma edad, le abrió en vaqueros y camisa de franela. Iba descalza y llevaba las uñas de los pies pintadas. Había coincidido con ella en el Café de Susanne un par de veces en las que hablaron del pastor Falk. Recibió a Mikael amablemente y le invitó a sentarse en el jardín.

Mikael le contó que acababa de ver a Otto Falk y le comentó lo que éste le había dicho, cuyo significado no entendía. Margareta Strandh escuchó y luego le pidió que repitiera con exactitud las palabras pronunciadas por Falk. Ella se quedó pensativa un instante.

– Llegué a Hedeby hace sólo tres años y la verdad es que no conozco personalmente al pastor Falk. Se jubiló varios años antes, pero tengo entendido que se trataba, en el amplio sentido de la palabra, de un hombre bastante ortodoxo. Lo que te ha dicho significa, más o menos, que hay que atenerse a las Escrituras y nada más (sola scriptura) y que la Biblia es sufficientia scripturae. Esto último es una expresión que establece la suficiencia de las Escrituras entre los creyentes muy ortodoxos. Sola fide significa «la fe única» o «la fe pura».

– Entiendo.

– Son, por decirlo de alguna manera, dogmas fundamentales. Constituyen la base de la Iglesia, y lo cierto es que no tiene nada de raro. Las palabras de Falk se traducirían simplemente como «Lee la Biblia: te da suficientes conocimientos y te garantiza la fe pura».

Mikael se sintió un poco avergonzado.

– Pero ahora debes contarme en qué contexto se ha producido esa conversación.

– Le he preguntado sobre una persona que él conoció hace muchos años y sobre la que yo escribo.

– ¿Alguien que está buscando respuestas religiosas?

– Algo así.

– De acuerdo; creo que lo entiendo. Falk ha dicho dos cosas más: que «José los excluyó categóricamente» y que «nunca estuvieron recogidos en el canon». ¿Es posible que lo oyeras mal y que dijera Josefus en vez de José? En realidad, se trata del mismo nombre.

– Es posible -dijo Mikael-. He grabado la entrevista; si quieres escucharla…

– No, no creo que sea necesario. Estas dos frases determinan de manera bastante clara a qué se refería. Josefus era un historiador judío y la frase «nunca estuvieron recogidas en el canon» debe referirse a que nunca estuvieron incluidas en el canon hebreo.

– ¿Y eso qué quiere decir?

Ella se rió.

– El pastor Falk te ha dicho que esta persona sentía fascinación por las fuentes esotéricas, en concreto por los apócrifos. La palabra apokryphos significa “oculto” y los apócrifos son, por lo tanto, los libros ocultos que unos tachan de muy controvertidos y que otros consideran que deben formar parte del Antiguo Testamento. Son los libros de Tobías, Judit, Ester, Baruc, la Sirácida, los Macabeos y algunos más.

– Perdona mi ignorancia. He oído hablar de los apócrifos, pero nunca los he leído. ¿Qué tienen de especial?

– En realidad, nada; tan sólo el hecho de que fueron escritos un poco más tarde que el resto del Antiguo Testamento. Por eso los apócrifos se han eliminado de la Biblia hebrea; no porque los escribas judíos desconfiaran de su contenido, sino simplemente porque se escribieron después de que las revelaciones de Dios hubieran concluido. En cambio, los apócrifos se incluyen en la vieja traducción griega de la Biblia. Para la Iglesia católica, por ejemplo, no son polémicos.

– Entiendo.

– Sin embargo, para la Iglesia protestante son sumamente controvertidos. Durante la Reforma, los teólogos volvieron a la antigua Biblia hebrea. Lutero sacó los apócrifos de la Biblia de la Reforma y más tarde Calvino declaró que los apócrifos no podían constituir, en absoluto, la base de la fe. O sea, contienen textos que contradicen o que, de alguna manera, no aceptan lo dicho en la Claritas Scripturae, la claridad de las Escrituras.

– En otras palabras: libros censurados.

– Exacto. Los apócrifos sostienen, por ejemplo, que se puede practicar la magia, que la mentira puede ser permitida en ciertos casos y afirmaciones por el estilo, cosa que, naturalmente, crispa a los exégetas dogmáticos de las Escrituras.

– Entiendo. Así que si alguien se entusiasma por la religión, no resulta del todo impensable que los apócrifos aparezcan en su lista de libros de lectura, para gran indignación de alguien como el pastor Falk.

– Exactamente. Resulta casi imposible no toparse con los apócrifos si te interesa la Biblia o la fe católica; y es igual de probable que alguien interesado en temas esotéricos los lea.

– ¿No tendrás por casualidad algún ejemplar de los apócrifos?

Se volvió a reír. Una risa clara, amable.

– Naturalmente. De hecho, los apócrifos fueron publicados como un informe oficial estatal, realizado por la Comisión Bíblica en los años ochenta.

Cuando Lisbeth Salander le pidió una entrevista en privado, Dragan Armanskij se preguntó qué estaba pasando. Cerró la puerta y la invitó a sentarse. Lisbeth le comunicó que ya había acabado el trabajo que Mikael Blomkvist le encomendó y que Dirch Frode le pagaría antes de fin de mes, pero que ella había decidido seguir con la investigación. Mikael le había ofrecido un salario considerablemente más bajo.

– Trabajo como autónoma -dijo Lisbeth Salander-. Hasta ahora, respetando nuestro acuerdo, nunca había aceptado ningún encargo que no me hubieras hecho tú. Pero lo que quiero saber ahora es qué pasaría con nuestra relación profesional si cogiera un trabajo por mi cuenta.

Dragan Armanskij hizo un gesto levantando las manos.

– Eres autónoma, puedes hacer los trabajos que quieras y cobrar por ellos lo que te plazca. Me parece estupendo que ganes más dinero. En cambio, sería desleal por tu parte que nos robaras clientes que nosotros te hemos dado.

– No tengo ninguna intención de hacerlo. He llevado a cabo el trabajo según el contrato que redactamos con Blomkvist. Está terminado. Lo que ocurre es que yo quiero seguir con el caso. Lo haría gratis.