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Le contó los tatuajes. Aparte del dragón y de una avispa en el cuello, tenía tatuado un brazalete alrededor de uno de los tobillos, otro alrededor del bíceps del brazo izquierdo, un signo chino en la cadera y una rosa en la pantorrilla. Excepto el dragón, se trataba de tatuajes pequeños y discretos.

Mikael salió con cuidado de la cama y corrió las cortinas. Fue al baño y luego volvió sigilosamente a la cama, intentando meterse bajo las sábanas sin despertarla.

Un par de horas más tarde desayunaron en el jardín. Lisbeth Salander miró a Mikael.

– Tenemos un misterio que resolver. ¿Cómo lo vamos a hacer?

– Reuniendo los datos que poseemos e intentando obtener más.

– Uno de los datos es que alguien cercano a nosotros va a por ti.

– La cuestión es ¿por qué? ¿Porque estamos a punto de resolver el misterio de Harriet o porque nos hemos topado con un asesino en serie que no ha sido todavía descubierto?

– Las dos cosas tienen que estar relacionadas.

Mikael asintió con la cabeza.

– Si Harriet consiguió averiguar que existía un asesino en serie, es que éste era alguien de su entorno. Si estudiamos la galería de personajes de los años sesenta, hay, por lo menos, una veintena de candidatos posibles. En la actualidad apenas si contamos con Harald Vanger, y me cuesta mucho creer que sea él, con casi noventa y cinco años de edad, quien vaya corriendo por el bosque con un rifle. No tendría fuerzas ni para levantar una escopeta de las de cazar alces. Todas las personas son o demasiado viejas para ser consideradas peligrosas hoy en día, o demasiado jóvenes para haber participado en los años cincuenta. Así que eso nos devuelve a la casilla de salida.

– A no ser que se trate de dos personas que trabajan juntas. Una mayor y otra más joven.

– Harald y Cecilia. No creo. Estoy convencido de que me dijo la verdad cuando me aseguró que no era ella la de la foto de la ventana.

– Entonces, ¿quién era?

Abrieron el iBook de Mikael y dedicaron la siguiente hora a examinar en detalle, una vez más, a todas las personas que se veían en las imágenes del accidente del puente.

– Me imagino que todos los del pueblo bajaron a ver la catástrofe. Era septiembre. La mayoría lleva cazadoras o jerséis. Sólo hay una persona con pelo rubio largo y un vestido claro.

– Se ve a Cecilia Vanger en muchas fotos. Parece andar de un lado para otro, entre las casas y la gente que mira el accidente. Aquí está hablando con Isabella. Aquí, al lado del pastor Falk. En esta otra con Greger Vanger, el hermano mediano.

– Espera -exclamó Mikael de pronto-. ¿Qué sostiene Greger en la mano?

– Algo cuadrado. Parece algún tipo de caja.

– Pero ¡si es una cámara Hasselblad! Él también tenía cámara.

Repasaron las fotos una vez más. Se veía a Greger en varias, pero a menudo estaba oculto. En una de ellas quedaba claro que llevaba una cajita cuadrada en la mano.

– Creo que tienes razón. Es una cámara.

– Lo que quiere decir que tenemos que salir a la caza de más fotos.

– Vale, pero ignorémoslas de momento -dijo Lisbeth Salander-. Déjame formular una hipótesis.

– Adelante.

– ¿Cómo te suena la idea de que alguien de la nueva generación sabe que una persona de la vieja era un asesino en serie y no quiere que eso salga a la luz? El honor de la familia y todo ese rollo. Significaría que hay dos personas implicadas, pero que no trabajan juntas. El asesino puede llevar muchos años muerto, mientras que nuestro atormentador sólo pretende que lo dejemos todo y nos vayamos a casa.

– Ya he pensado en eso -contestó Mikael-. Pero en tal caso, ¿por qué poner una gata descuartizada en la escalera de nuestra casa? Es una referencia directa a los anteriores asesinatos.

Mikael golpeteó la Biblia de Harriet.

– Otra parodia del rito del holocausto.

Lisbeth Salander se echó hacia atrás y, con aire pensativo, levantó la mirada hacia la iglesia mientras citaba la Biblia. Sonaba como si se hablara a sí misma:

– «Inmolará al novillo ante Yahveh; los hijos de Aarón, los sacerdotes, ofrecerán la sangre y la derramarán alrededor del altar situado a la entrada de la Tienda del Encuentro. Desollará después a la víctima y la descuartizará.»

Se calló y, de repente, advirtió que Mikael la estaba observando con un gesto tenso. Él buscó el inicio del Levítico.

– ¿Te sabes también el versículo 12?

Lisbeth permaneció callada.

– Luego, lo despedazará… -empezó diciendo Mikael mientras le hacía un gesto con la cabeza.

– «Luego, lo despedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con la cabeza y el sebo, encima de la leña colocada sobre el fuego del altar.»

La voz de Lisbeth sonó completamente gélida.

– ¿Y el versículo siguiente?

Ella se levantó.

– ¡Lisbeth, tienes memoria fotográfica! -exclamó Mikael, perplejo-. Por eso lees las páginas de los informes en diez segundos.

Su reacción fue casi explosiva. Le lanzó una mirada tan cargada de rabia que Mikael se quedó boquiabierto. Luego sus ojos se llenaron de desesperación; repentinamente, se dio la vuelta y se fue corriendo hacia la verja.

– ¡Lisbeth! -gritó Mikael, asombrado.

Ella desapareció camino arriba.

Mikael metió el ordenador de Lisbeth en la casa, conectó la alarma y cerró con llave la puerta de la calle antes de salir a buscarla. Veinte minutos más tarde, la encontró en un muelle del puerto, sentada con los pies metidos en el agua y fumando un cigarrillo. Ella lo oyó aproximarse y Mikael advirtió cómo los hombros de Lisbeth se tensaron. Se detuvo a dos metros de ella.

– No sé qué he hecho mal, pero no ha sido mi intención alterarte.

Ella no contestó.

Se acercó y se sentó a su lado, poniéndole cuidadosamente la mano sobre el hombro.

– Por favor, Lisbeth, dime algo.

Giró la cabeza y lo miró.

– No hay nada de qué hablar -dijo-. No soy más que una freak.

– Si yo tuviera la mitad de tu memoria, sería feliz.

Ella tiró la colilla al agua.

Mikael permaneció callado un largo rato. «¿Qué le puedo decir? Eres una chica completamente normal. ¿Qué más da si eres un poco diferente? ¿Qué imagen tienes de ti misma en realidad?»

– La primera vez que te vi ya me pareciste diferente -dijo él-. ¿Y sabes una cosa? Hacía mucho tiempo que nadie me caía tan bien desde el primer momento.

Unos niños salieron de una cabaña al otro lado del puerto y se tiraron al agua. Eugen Norman, el pintor al que Mikael seguía sin conocer, estaba sentado en una silla delante de su casa chupando una pipa y contemplando a Mikael y Lisbeth.

– Deseo ser tu amigo, si tú me dejas -dijo Mikael-. Pero eso lo tienes que decidir tú. Me voy a casa a preparar más café. Ven cuando te apetezca.

Se levantó y la dejó en paz. Sólo había subido la mitad de la cuesta cuando oyó los pasos de ella detrás. Regresaron juntos sin pronunciar palabra.

Al llegar a la casa, ella le detuvo.

– Estaba formulando una hipótesis… Comentábamos que todo parecía ser una parodia de la Biblia. Es cierto que se ha descuartizado a una gata, supongo que no resultaba fácil conseguir un buey, pero la esencia de la historia se sigue respetando. Me pregunto… -Levantó la vista hacia la iglesia-. «… ofrecerán la sangre y la derramarán alrededor del altar situado a la entrada de la Tienda del Encuentro…»

Cruzaron el puente y subieron a la iglesia para echar un vistazo. Mikael intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Dieron una vuelta por allí mirando las lápidas funerarias del cementerio y llegaron a la capilla situada más abajo, cerca del mar. De pronto, Mikael abrió los ojos de par en par. No se trataba de una capilla, sino de una cripta funeraria. Por encima de la puerta podía leerse el nombre Vanger inscrito en la piedra, más una cita en latín que no sabía qué significaba.