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– Descansar hasta el fin de los tiempos -dijo Lisbeth Salander.

Mikael la miró. Ella se encogió de hombros.

– Es que he visto esa frase en algún sitio -dijo.

De pronto Mikael se echó a reír a carcajadas. Ella se puso tensa y al principio pareció enfadarse, pero luego se dio cuenta de que no se reía de ella, sino de lo cómico de la situación, y se relajó.

Mikael intentó abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. Meditó un rato y le dijo a Lisbeth que se sentara a esperarle. Mikael se acercó a la casa de Henrik Vanger para hablar con Anna Nygren y llamó a la puerta. Le explicó que quería echar un vistazo a la capilla funeraria de la familia Vanger y le preguntó dónde guardaba Henrik la llave. Anna dudó, pero accedió cuando Mikael le recordó que él trabajaba directamente para Henrik. Ella fue a buscar la llave a la mesa de trabajo de Henrik.

En cuanto abrieron supieron que llevaban razón. El hedor a cadáver quemado y a restos carbonizados flotaba pesadamente en el aire. Pero el torturador de gatas no había encendido ningún fuego; en un rincón había un soplete de esos que los esquiadores de fondo utilizan para encerar sus esquíes. Lisbeth sacó su cámara digital de un bolsillo de la falda vaquera e hizo unas fotos. Se llevó el soplete consigo.

– Podría ser una prueba. Quizá haya dejado huellas dactilares -dijo.

– Claro, podemos pedir a todos los miembros de la familia Vanger que nos dejen tomar sus huellas -respondió Mikael con sarcasmo-. Me encantaría verte intentando conseguir las de Isabella.

– Existen modos de hacerlo -contestó Lisbeth.

En el suelo había abundante sangre y una cizalla, usada supuestamente para degollar a la gata.

Mikael recorrió la estancia con la mirada. La tumba principal, situada en la parte superior, pertenecía a Alexandre Vangeersad, mientras que las cuatro del suelo contenían los restos de los primeros miembros de la familia. Al parecer, después los Vanger se pasaron a la cremación. En una treintena de nichos de la pared se leían los nombres de diversos miembros del clan. Mikael siguió la historia familiar por orden cronológico y se preguntó dónde enterrarían a los parientes que no cabían en la capilla, los que tal vez no fueran considerados lo suficientemente importantes.

– Entonces, ya lo sabemos -dijo Mikael al cruzar el puente-. Estamos persiguiendo a una persona completamente loca.

– ¿Qué quieres decir?

Mikael detuvo sus pasos en medio del puente y se apoyó contra la barandilla.

– Si se hubiese tratado de un chalado más, que simplemente nos quería asustar, se habría llevado la gata al garaje o incluso al bosque. Pero fue a la capilla funeraria de la familia. Actúa de manera compulsiva. Imagínate el riesgo que corrió. Es verano y la gente sale a pasear por la noche. El camino por el cementerio es un atajo entre el norte y el sur de Hedeby. Aunque el tipo cerrara la puerta, la gata debió de darle mucha guerra y aquí debió de oler a quemado.

– ¿El tipo?

– No me imagino a Cecilia Vanger rondando a escondidas por ahí, en mitad de la noche, con un soplete.

Lisbeth se encogió de hombros.

– No me fío de ninguna de esta gente, incluyendo a Frode y a tu Henrik. Es una familia perfectamente dispuesta a jugártela si se presenta la oportunidad. Bueno, ¿y qué hacemos ahora?

Permanecieron callados un rato. Luego Mikael tuvo que preguntar:

– He averiguado bastantes cosas sobre ti. ¿Cuántas personas saben que eres una hacker?

– Nadie.

– Nadie excepto yo, querrás decir.

– ¿Adonde quieres ir a parar?

– Quiero saber si hay confianza. Si te fías de mí.

Ella lo contempló durante un buen rato. Al final se volvió a encoger de hombros.

– No puedo hacer nada al respecto.

– ¿Te fías de mí? -insistió Mikael.

– De momento sí -contestó Lisbeth.

– Bien. Venga, vamos a hacerle una visita a Dirch Frode.

La mujer de Dirch Frode veía a Lisbeth Salander por primera vez. La observó con grandes ojos mientras le sonreía educadamente y les indicaba el camino al jardín trasero. A Frode se le iluminó la cara al ver a Lisbeth. Enseguida se levantó y les saludó con cortesía.

– Me alegro de verte -dijo-. Tengo remordimientos de conciencia por no haberte expresado suficientemente mi gratitud por los excelentes servicios que nos has prestado. Tanto el invierno pasado como ahora.

Lisbeth lo miró airada y sospechosamente.

– Bueno, ya me habéis pagado.

– No se trata de eso. Te juzgué mal cuando te conocí. Te pido disculpas.

Mikael se sorprendió. Dirch Frode era capaz de pedir disculpas a una chica de veinticinco años llena de piercings y tatuajes cuando, en realidad, no había motivo alguno para hacerlo. De pronto, el abogado escaló un par de posiciones en la consideración de Mikael. Lisbeth Salander le ignoró.

Frode se dirigió a Mikael.

– ¿Qué te has hecho en la frente?

Se sentaron. Mikael resumió el desarrollo de los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas. Al contarle cómo alguien le había disparado tres tiros en los alrededores de La Fortificación, Frode se levantó de un salto. Su indignación parecía sincera.

– Esto es una auténtica locura -soltó, haciendo una pausa y mirando fijamente a Mikael-. Lo siento mucho, pero esto tiene que acabar. No puedo poner en riesgo vuestras vidas. Voy a hablar con Henrik para rescindir el contrato.

– Siéntate -dijo Mikael.

– No lo comprendes…

– Lo único que comprendo es que Lisbeth y yo nos hemos acercado tanto a la verdad que la persona que está detrás de todo esto actúa de manera irracional, presa del pánico. Queríamos hacerte algunas preguntas. Primero: ¿quién tiene llave de la capilla funeraria de la familia y cuántas copias hay?

Frode meditó la respuesta.

– La verdad es que no lo sé. Me imagino que varios miembros de la familia tienen acceso a la capilla. Sé que Henrik tiene una llave y que Isabella suele ir allí a veces, pero no sé si ella tiene su propia lläve o si se la presta Henrik.

– Vale. Sigues formando parte de la junta directiva del Grupo Vanger. ¿Existe algún archivo de la empresa? ¿Una biblioteca o algo parecido, donde archiven los recortes de prensa e información de la empresa a lo largo de la historia?

– Sí, lo hay. En las oficinas principales de Hedestad.

– Necesitamos acceder a él. ¿También hay viejas revistas de ámbito interno y ese tipo de publicaciones?

– Me temo que me veo obligado a repetir que no lo sé. Llevo por lo menos treinta años sin ir al archivo. Debes hablar con una mujer que se llama Bodil Lindgren, que es la responsable de la conservación de todos los papeles del Grupo.

– ¿Podrías llamarla y pedirle que reciba a Lisbeth en el archivo esta misma tarde? Quiere leer todos los viejos recortes de prensa acerca del Grupo Vanger. Es extraordinariamente importante que tenga acceso a todo lo que pueda ser de interés.

– No creo que eso suponga un problema. ¿Algo más?

– Sí. Greger Vanger llevaba una cámara Hasselblad en la mano el día que ocurrió el accidente. Significa que también él podría haber hecho fotos. ¿Dónde podrían haber acabado esas fotos después de su muerte?

– Es difícil de decir, pero supongo que estarán en manos de su viuda o de su hijo.

– ¿Podrías…?

– Llamaré a Alexander y se lo preguntaré.

– ¿Qué quieres que busque? -preguntó Lisbeth Salander mientras cruzaban el puente de regreso a la isla, tras despedirse de Frode.

– Recortes de prensa, revistas y boletines informativos para los empleados de la empresa. Quiero que repases todo lo que puedas encontrar en relación con las fechas en las que se cometieron los crímenes en los años cincuenta y sesenta. Apunta todo lo que te llame la atención o te parezca mínimamente curioso. Creo que es mejor que tú te dediques a eso; es que tu memoria…