Mikael reconoció que eso constituía un punto débil en su razonamiento. Harriet apuntó los nombres de las víctimas de Gottfried y los relacionó con citas bíblicas, pero su interés por la Biblia no surgió hasta el último año, cuando Gottfried ya estaba muerto. Reflexionó un instante intentando hallar una explicación lógica.
– En algún momento, Harriet descubrió que Gottfried no sólo cometía incesto, sino que también era un loco asesino en serie -dijo.
– No sabemos cuándo descubrió los asesinatos. Quizá fuera justo antes de morir Gottfried. Incluso puede que fuera después, si es que él llevaba un diario o guardaba recortes de prensa sobre los crímenes. Algo la debió poner sobre la pista.
– Pero no fue eso lo que amenazó con contar a Henrik -puntualizó Mikael.
– Fue por Martin -dijo Lisbeth-. Su padre estaba muerto, pero Martin seguía acosándola.
– Exacto -asintió Mikael.
– Pero tardó un año en decidirse.
– ¿Qué harías tú si de repente descubrieras que tu padre es un asesino en serie que se folla a tu hermano?
– Matar a ese hijo de puta -dijo Lisbeth con una voz tan serena que dejó bien claro que no estaba bromeando.
Automáticamente, Mikael vio ante sí la cara de Lisbeth atacando a Martin Vanger. Una triste sonrisa se dibujó en su rostro.
– De acuerdo, pero Harriet no era como tú. Gottfried murió en 1965, antes de que a ella le diera tiempo a hacer algo. También resulta lógico. Al morir Gottfried, Isabella envió a Martin a Uppsala. Puede que volviese a casa por Navidad y otras vacaciones, pero durante el año siguiente no vio a Harriet con mucha frecuencia. Ella pudo distanciarse un poco de él.
– Y empezó a estudiar la Biblia.
– Y a la luz de lo que sabemos ahora, no tiene por qué haber sido por razones religiosas. Tal vez quisiera, simplemente, comprender lo que había hecho su padre. Le estuvo dando vueltas hasta el Día del Niño de 1966. Es entonces cuando, de repente, ve a su hermano en Järnvägsgatan y sabe que ha vuelto. Ignoramos si hablaron, o si él le dijo algo. Pasara lo que pasase, Harriet tuvo el impulso de ir directamente a casa para hablar con Henrik.
– Y luego desapareció.
Tras repasar la cadena de acontecimientos no resultaba muy difícil comprender cómo iban a encajar el resto de las piezas del rompecabezas. Mikael y Lisbeth hicieron las maletas. Antes de marcharse, Mikael llamó a Dirch Frode y le explicó que tenían que ausentarse durante un tiempo, pero que le gustaría ver a Henrik antes de irse.
Mikael quería saber qué era lo que Frode le había contado a Henrik. La voz del abogado sonó tan tensa que Mikael empezó a preocuparse. Al cabo de un rato Frode reconoció que sólo le había dicho que Martin había muerto en un accidente de coche.
Cuando Mikael aparcó delante del hospital de Hedestad, el cielo estaba de nuevo cubierto por oscuras y pesadas nubes y se volvió a escuchar un trueno. Cruzó apresuradamente el aparcamiento en el mismo instante en que se ponía a lloviznar.
Henrik Vanger iba vestido con una bata y estaba sentado junto a la mesa que había delante de la ventana de su habitación. No cabía duda de que la enfermedad le había dejado huella, pero el viejo había recuperado el color de la cara y, por lo menos, parecía estar recuperándose. Se dieron la mano. Mikael le pidió a la enfermera que los dejara solos un par de minutos.
– Hace mucho que no vienes a verme -dijo Henrik Vanger.
Mikael asintió con la cabeza.
– Intencionadamente. Tu familia no quiere que aparezca por aquí, pero hoy están todos en casa de Isabella.
– Pobre Martin -dijo Henrik.
– Henrik, me encargaste la misión de averiguar la verdad de lo ocurrido con Harriet. ¿Esperabas que esa verdad estuviera exenta de dolor?
El viejo lo observó. Luego se le pusieron los ojos como platos.
– ¿Martin?
– Es parte de la historia.
Henrik Vanger cerró los ojos.
– Ahora tengo una pregunta que hacerte.
– ¿Cuál?
– ¿Todavía quieres saber lo que sucedió? ¿Aunque duela y aunque la verdad sea peor de lo que te podías imaginar?
Henrik Vanger observó a Mikael durante un largo instante. Luego asintió con la cabeza.
– Quiero saberlo. Ése era el objetivo de tu trabajo.
– De acuerdo. Creo que sé lo que pasó con Harriet. Pero me falta encajar una última pieza para terminar el rompecabezas.
– Cuéntame.
– No. Hoy no. Lo que quiero que hagas ahora es descansar. El doctor dice que la crisis ha pasado y que te estás recuperando.
– No me trates como a un niño.
– Todavía no he llegado a puerto. De momento no tengo más que conjeturas. Voy a salir e intentar encontrar la última pieza del rompecabezas. La próxima vez que venga a verte, te contaré toda la historia. Puede que tarde algún tiempo. Pero quiero que sepas que volveré y que vas a saber la verdad.
Lisbeth cubrió la moto con una lona, la dejó al lado de la casita de invitados, en un lugar donde daba la sombra, y subió con Mikael al coche que le habían prestado. La tormenta había vuelto con renovadas fuerzas; al sur de Gävle les sorprendió una lluvia tan torrencial que Mikael apenas pudo distinguir la carretera. Mikael no quiso arriesgarse y paró en una gasolinera. Tomaron café mientras esperaban a que escampara. No llegaron a Estocolmo hasta las siete de la tarde. Mikael le dio a Lisbeth el código del portal de su edificio y la dejó en la estación de metro T-centralen. Cuando él entró por la puerta, su propio apartamento le resultó extraño.
Pasó la aspiradora y limpió mientras Lisbeth se encontraba con Plague en Sundbyberg. Hasta la medianoche no apareció por casa de Mikael. Nada más entrar, se pasó diez minutos escudriñando meticulosamente cada rincón del apartamento. Luego permaneció un largo rato ante la ventana contemplando las vistas sobre Slussen.
Una serie de armarios y estanterías de Ikea separaban la cama del resto del apartamento. Se desnudaron y durmieron unas horas.
A eso de las doce del día siguiente aterrizaron en Gatwick, Londres. Les recibió la lluvia. Mikael había reservado una habitación en el hotel James, cerca de Hyde Park; un excelente hotel en comparación con todos esos hoteluchos en ruinas de Bayswater adonde siempre había ido a parar en todas sus anteriores visitas a la ciudad. La cuenta corría a cargo de Dirch Frode.
Eran las cinco de la tarde y se encontraban en el bar cuando un hombre de unos treinta años se les acercó. Estaba casi calvo, tenía una barba rubia y vestía unos vaqueros y una americana demasiado grande. Calzaba náuticos.
– ¿Wasp? -preguntó él.
– ¿Trinity? -replicó Lisbeth.
Se saludaron con un movimiento de cabeza. No le preguntó el nombre a Mikael.
El compañero de Trinity fue presentado como Bob the Dog. Les esperaba en una vieja furgoneta Volkswagen, a la vuelta de la esquina. Abrieron las puertas correderas, entraron y se sentaron en unas sillas plegables sujetas a la pared. Mientras Bob sorteaba el tráfico londinense, Wasp y Trinity estuvieron hablando.
– Plague dijo que se trataba de un crash -bang job.
– Escucha telefónica y control del correo electrónico de un ordenador. Puede ser muy rápido o llevarnos unos días, dependiendo de la presión que meta éste. -Lisbeth señaló con el pulgar a Mikael-. ¿Podéis hacerlo?
– ¿Tienen pulgas los perros? -contestó Trinity.
Anita Vanger vivía en un pequeño chalé adosado en el señorial barrio residencial de Saint Albans, al norte de Londres, a poco más de una hora en coche. Desde la furgoneta pudieron verla llegar a casa y entrar a eso de las siete de la tarde. Esperaron a que se duchara, se preparara algo de cenar y se sentara delante de la tele. Luego Mikael llamó al timbre.
Una réplica casi idéntica de Cecilia Vanger abrió la puerta con un educado gesto inquisitivo en el rostro.
– Hola, Anita. Me llamo Mikael Blomkvist. Henrik Vanger me ha pedido que te haga una visita. Supongo que ya sabes lo de Martin.