– No más mentiras. Supongo que ya ha terminado todo. En cierto sentido llevo esperando este día desde 1966. Durante muchos años mi gran terror ha sido que alguien como tú se acercara y me llamara por mi verdadero nombre. Y, ¿sabes?, de repente me trae sin cuidado. Mi crimen ha prescrito. Y me importa una mierda lo que la gente piense de mí.
– ¿Crimen? -preguntó Mikael.
Ella lo miró fijamente a los ojos, pero, aun así, él no pareció entender de qué estaba hablando.
– Tenía dieciséis años. Tenía miedo. Estaba avergonzada. Desesperada. Estaba sola. Los únicos que conocían la verdad eran Anita y Martin. A Anita le había contado lo de los abusos sexuales, pero no fui capaz de decirle que, además, mi padre era un loco asesino de mujeres. Eso Anita no lo sabe. En cambio, le confesé el crimen que yo misma cometí; un crimen tan terrible que, a la hora de la verdad, no me atreví a contárselo a Henrik. Recé a Dios para que me perdonara. Y me refugié en aquel monasterio durante años.
– Harriet, tu padre era un violador y un asesino. Tú no tenías ninguna culpa.
– Ya lo sé. Mi padre abusó de mí durante un año. Hice todo lo que estuvo en mis manos para evitar que… pero era mi padre y no podía negarme de repente a tener nada que ver con él sin explicar por qué. Así que mostré mi mejor sonrisa, interpreté mi papel e intenté dar la sensación de que todo estaba bien; pero me aseguraba de que siempre hubiera más gente cerca cada vez que lo veía. Mi madre sabía lo que él hacía, claro, pero a ella no le importaba.
– ¿Isabella lo sabía? -exclamó Mikael con estupefacción.
La voz de Harriet Vanger adquirió un tono severo.
– Claro que lo sabía. Nada de lo que pasaba en nuestra familia era ignorado por Isabella. Pero no se daba por enterada si se trataba de alguna cosa desagradable o que ofreciera una mala imagen de su persona. Mi padre podría haberme violado en medio del salón ante sus propios ojos sin que ella lo reconociera. Era incapaz de admitir que algo no iba bien en mi vida o en la suya.
– La he conocido. Es una bruja.
– Y lo ha sido toda su vida. A menudo he reflexionado sobre la relación entre ella y mi padre. He llegado a la conclusión de que, después de mi nacimiento, nunca, o muy raramente, mantuvieron relaciones sexuales. Mi padre tenía otras mujeres, pero, por alguna extraña razón, Isabella le daba miedo. Se distanció de ella, pero fue incapaz de divorciarse.
– En la familia Vanger nadie se divorcia.
Ella se rió por primera vez.
– Sí, es verdad. Pero el tema es que yo era incapaz de contar todo aquello. Todo el mundo se enteraría. Mis compañeros de clase, toda la familia…
Mikael puso una mano sobre la de ella.
– Harriet, lo siento de verdad.
– Yo tenía catorce años cuando me violó por primera vez. Y durante el año siguiente me llevó a su cabaña. En varias ocasiones Martin estuvo presente. Mi padre nos forzaba a mí y a Martin a hacer cosas con él. Y me sujetaba los brazos para que Martin pudiera… satisfacerse encima de mí. Cuando mi padre murió, Martin ya estaba preparado para tomar el relevo. Esperaba que yo me convirtiera en su amante, y consideraba natural que yo me sometiera a él. Y a esas alturas yo ya no tenía elección. Estaba obligada a obedecerle. Me había deshecho de un verdugo sólo para acabar en las garras de otro, y todo lo que podía hacer era asegurarme de que nunca surgiese una ocasión en la que me encontrara a solas con él.
– Henrik habría…
– Sigues sin entenderlo.
Ella elevó la voz. Mikael vio que algunos de los hombres de las tiendas contiguas lo miraron de reojo. Volvió a bajar la voz y se inclinó hacia él.
– Todas las cartas están sobre la mesa. Tienes que deducir el resto.
Se levantó y fue a por otras dos cervezas. Al volver, Mikael le dijo una sola palabra.
– ¿Gottfried?
Ella asintió con la cabeza.
– El 7 de agosto de 1965 mi padre me obligó a ir a su cabaña. Henrik se había ido de viaje. Mi padre estaba borracho, al borde del coma etílico. Intentó forzarme, pero ni siquiera se le levantó. Siempre se mostraba… grosero y violento hacia mí cuando nos encontrábamos a solas, pero esta vez se pasó de la raya. Se me orinó encima. Luego me dijo lo que quería hacer conmigo. Durante la noche me habló de las mujeres que había asesinado. Empezó a alardear de ello. Citó la Biblia. Siguió durante horas. No entendía ni la mitad de lo que decía pero me di cuenta de que estaba completamente enfermo. -Ella tomó un trago de cerveza-. En un momento dado, a eso de la medianoche, le dio un arrebato. Se volvió completamente loco. Nos hallábamos arriba, en el loft. Me puso una camiseta alrededor del cuello y apretó todo lo que pudo. Se me nubló la vista. No me cabe la menor duda de que realmente me quería matar y aquella noche, por primera vez, consiguió consumar la violación.
Harriet Vanger miró a Mikael con ojos suplicantes.
– Pero su borrachera era tal que, no sé cómo, conseguí escapar. Salté del loft al suelo y huí presa del pánico. Estaba desnuda y, sin pensármelo dos veces, eché a correr y acabé en el embarcadero. Él venía detrás, haciendo eses, persiguiéndome.
De repente, Mikael deseó que ella no le contara nada más.
– Fui lo suficientemente fuerte como para empujar a un viejo borracho al agua. Usé un remo para mantenerlo bajo la superficie hasta que dejó de moverse. Sólo fue cuestión de unos pocos segundos. -Harriet hizo una pausa y el silencio resultó ensordecedor-. Cuando levanté la vista, allí estaba Martin. Parecía aterrorizado, pero a la vez sonreía burlonamente. No sé cuánto tiempo llevaba allí, fuera de la cabaña, espiándonos. Desde aquel momento me encontré a merced de su voluntad. Se acercó a mí, me cogió del pelo y me llevó de nuevo a la cabaña y a la cama de Gottfried. Me ató y me violó mientras nuestro padre seguía flotando en el agua, junto al embarcadero. Ni siquiera tuve fuerzas parar oponer resistencia.
Mikael cerró los ojos. De pronto sintió vergüenza y deseó haber dejado a Harriet Vanger en paz. Pero la voz de ella recobró la energía.
– Desde aquel día yo estuve bajo su poder. Obedecía a todas sus órdenes. Como paralizada. Lo que me salvó de la locura fue que a Isabella se le ocurriera que Martin necesitaba un cambio de aires después del trágico fallecimiento de su padre. Y lo mandó a Uppsala, evidentemente porque sabía lo que Martin hacía conmigo. Fue su manera de resolver el problema. Imagínate la decepción de Martin.
Mikael asintió.
– Durante el siguiente año Martin sólo vino a casa por Navidad, de modo que conseguí apartarme bastante de él. Entre Navidad y Año Nuevo acompañé unos días a Henrik en un viaje a Copenhague. Y cuando llegaron las vacaciones de verano, recurrí a Anita. Confié en ella; se quedó conmigo todo el tiempo y se aseguró de que Martin no se acercara a mí.
– Le descubriste en Järnvägsgatan.
Ella asintió con la cabeza.
– Me habían dicho que no iba a acudir a la reunión familiar, sino que se quedaría en Uppsala. Pero, al parecer, cambió de opinión y, de repente, allí estaba, al otro lado de la calle, mirándome fijamente. Con una sonrisa en los labios. Fue como una pesadilla. Yo había matado a mi padre y me di cuenta de que nunca me libraría de mi hermano. Hasta ese mismo momento había pensado en quitarme la vida. Finalmente opté por huir.
Harriet observó a Mikael con cierta felicidad en la mirada.
– La verdad es que me ha sentado bien contar la verdad. Ahora ya lo sabes todo. ¿Qué piensas hacer con esa información?
Capítulo 27 Sábado, 26 de julio – Lunes, 28 de julio
A las diez de la mañana, Mikael recogió a Lisbeth Salander en la puerta de su casa, en Lundagatan, y la llevó al crematorio del cementerio norte. La acompañó durante el funeral. Lisbeth y Mikael eran, junto con la oficiante, los únicos allí presentes hasta que, al comenzar la ceremonia, Dragan Armanskij entró repentina y sigilosamente por la puerta. Saludó a Mikael con un movimiento de cabeza y se situó detrás de Lisbeth poniéndole cuidadosamente una mano sobre el hombro. Ella inclinó la cabeza sin mirarle, como si supiera quién se hallaba a sus espaldas. Luego los ignoró a los dos.