Выбрать главу

– ¿Se quedó con algo?

– Sí, se metió en el bolsillo alrededor de medio millón de coronas, un dinero que, irónicamente, utilizó para fundar Wennerstroem Group. Tenemos documentos que dan fe de ello. Puedes usar la información como quieras; Henrik lo confirmará públicamente. Pero…

– Pero la información carece de todo valor -dijo Mikael, golpeando la mesa con la palma de la mano.

Dirch Frode asintió con la cabeza.

– Eso sucedió hace treinta años y es un capítulo cerrado -añadió Mikael.

– Tienes pruebas que atestiguan que Wennerström es un sinvergüenza.

– Si eso sale a la luz, Wennerström se molestará, pero no le hará más daño que si le dispararan un grano de arroz con un canuto. Se encogerá de hombros, lo liará todo enviando un comunicado de prensa en el que dirá que Henrik Vanger no es más que un pobre viejo que intenta quitarle algún negocio, y luego afirmará que en realidad actuó por orden de Henrik. Aunque sea incapaz de probar su inocencia, lanzará suficientes cortinas de humo para que la historia sea despachada con un simple encogimiento de hombros.

Dirch Frode parecía apesadumbrado.

– Me la habéis jugado -concluyó Mikael.

– Mikael…, no era nuestra intención.

– Es culpa mía. Me agarré a un clavo ardiendo y debería haberme dado cuenta de que se trataba de algo así. -De repente soltó una carcajada seca-. Henrik es un viejo tiburón. Me vendió el producto diciéndome justamente lo que yo quería oír.

Mikael se levantó y se acercó al fregadero. Se volvió hacia Dirch Frode y resumió sus sentimientos con una sola palabra:

– Esfúmate.

– Mikael… Lamento que…

– Dirch. Vete.

Lisbeth Salander no sabía si acercarse a Mikael o dejarlo en paz. Él solucionó el dilema cogiendo repentinamente su cazadora, sin pronunciar palabra, y cerrando la puerta tras de sí con un portazo.

Durante más de una hora, Lisbeth deambuló de un lado para otro de la cocina. Se sentía tan mal que se puso a recoger los platos y a fregar, una tarea que, por lo general, solía dejarle a él. De vez en cuando se acercaba a la ventana por si lo veía. Al final se preocupó tanto que se puso la cazadora de cuero y salió a buscarlo.

En primer lugar bajó hasta el puerto deportivo, donde las casetas todavía tenían las luces encendidas, pero no divisó a Mikael. Luego continuó por el sendero paralelo a la orilla, por donde acostumbraban a dar sus paseos nocturnos. La casa de Martin Vanger se hallaba a oscuras y ya daba la sensación de estar completamente deshabitada. Llegó hasta las rocas de la punta donde Mikael y ella se solían sentar, y luego volvió a casa. El aún no había regresado.

Lisbeth subió a la iglesia. Ni rastro de Mikael. Permaneció allí un rato, indecisa, preguntándose qué hacer. Luego se acercó hasta su moto, buscó una linterna debajo del sillín y echó a andar de nuevo en paralelo a la orilla. Le llevó un rato avanzar serpenteando por el camino, medio invadido por la vegetación, y tardó aún más tiempo en encontrar la senda que llevaba a la cabaña de Gottfried; surgió de pronto de entre la oscuridad, cuando ya casi había llegado, justo detrás de unos árboles. No se veía a Mikael en el porche y la puerta estaba cerrada con llave. Ya había dado la vuelta para regresar hacia el pueblo cuando se detuvo y regresó andando hasta el final de la punta. De repente descubrió la silueta de Mikael en la penumbra del embarcadero donde Harriet Vanger ahogó a su padre. Lisbeth suspiró aliviada.

La oyó acercarse por el embarcadero y se volvió. Ella se sentó a su lado sin decir nada. Al final él rompió el silencio:

– Perdóname. Es que necesitaba estar solo un momento.

– Ya lo sé.

Lisbeth encendió dos cigarrillos y le dio uno. Mikael la observó: era la persona menos sociable que había conocido en su vida. Solía ignorar cualquier intento que él hiciera por hablar de algo personal y jamás había aceptado ni una sola muestra de simpatía. Ella le había salvado la vida y ahora había salido en plena noche a buscarlo en medio de la nada. Él le pasó un brazo por la espalda.

– Ahora ya sé el precio que tengo. Hemos abandonado a esas mujeres -dijo Mikael-. Van a silenciar toda la historia. Todo lo que hay en el sótano de Martin desaparecerá.

Lisbeth no contestó.

– Erika tenía razón -continuó-. Habría sido mejor irme a ligar a España un mes entero y luego volver y ocuparme de Wennerström. He perdido un montón de meses para nada.

– Si te hubieras ido a España, Martin Vanger todavía estaría en plena acción en su sótano.

Silencio. Durante un buen rato permanecieron sentados uno junto al otro hasta que él se levantó y propuso regresar a casa.

Mikael se durmió antes que Lisbeth. Ella permaneció despierta escuchando su respiración. Un instante después entró en la cocina, preparó café y, a oscuras, se sentó en el arquibanco y se puso a fumar un cigarrillo tras otro mientras meditaba seriamente. Daba por hecho que Vanger y Frode se la habían querido jugar a Mikael. Lo llevaban en la sangre. Pero eso era problema de Mikael y no de ella. ¿Verdad?

Al final tomó una decisión. Apagó el cigarrillo, entró en el dormitorio, encendió la lamparita de la mesilla y zarandeó a Mikael hasta que lo despertó. Eran las dos y media de la madrugada.

– ¿Qué pasa?

– Tengo una pregunta. Incorpórate.

Mikael se incorporó mirándola medio dormido.

– Cuando fuiste procesado, ¿por qué no te defendiste?

Mikael movió negativamente la cabeza y su mirada se cruzó con la de Lisbeth. De reojo, consultó su reloj.

– Es una larga historia, Lisbeth.

– Cuéntamela. Tengo tiempo.

Permaneció callado un buen rato sopesando lo que debería decir. Finalmente se decidió por la verdad.

– No podía defenderme. El contenido del artículo era erróneo.

– Cuando me metí en tu ordenador y leí tu correspondencia con Erika Berger había bastantes referencias al caso Wennerström, pero siempre hablabais de los detalles prácticos del juicio y nunca de lo que sucedió en realidad. Explícame qué fue lo que salió mal.

– Lisbeth, no puedo revelar la verdadera historia. Me la jugaron bien. Erika y yo estamos totalmente de acuerdo en que dañaría aún más nuestra credibilidad si intentáramos contar lo que verdaderamente pasó.

– Oye, Kalle Blomkvist, ayer por la tarde estuviste predicando sobre la amistad, la confianza y sobre no sé qué más. No pienso colgar tu historia en Internet.

Mikael protestó. Le recordó a Lisbeth que eran las tantas de la noche y le aseguró que no tenía fuerzas para pensar en eso. Ella se quedó sentada a su lado obstinadamente hasta que cedió. Mikael fue al baño, se echó agua en la cara y puso otra cafetera. Luego volvió a la cama y le contó cómo, dos años antes, su viejo compañero de colegio Robert Lindberg consiguió despertar su curiosidad en un Mälar-30 amarillo en el puerto deportivo de Arholma.

– ¿Quieres decir que tu compañero mintió?

– No, en absoluto. Me contó exactamente lo que sabía y pude verificar cada palabra suya con documentos de la auditoria del CADI. Incluso viajé a Polonia y le hice fotos al cobertizo de chapa donde estuvo instalada la gran empresa Minos. Y entrevisté a varias personas que trabajaban en la empresa. Todos decían lo mismo.

– No entiendo.

Mikael suspiró. Tardó un poco en retomar la palabra.

– Tenía una historia cojonuda. Aún no me había enfrentado a Wennerström, pero el material no tenía fisuras; si lo hubiera publicado en aquel momento, le habría asestado un buen golpe. Probablemente no habría sido procesado por estafa porque el negocio ya había sido aprobado por la auditoria, pero habría dañado su reputación.

– ¿Y qué es lo que salió mal?

– En algún momento alguien se enteró de que estaba hurgando en algo y Wennerström supo de mi existencia. De la noche a la mañana empezaron a suceder muchas cosas extrañas. Primero recibí amenazas. Llamadas anónimas desde cabinas telefónicas, imposibles de rastrear. Erika también fue amenazada. Se trataba de las gilipolleces de siempre, del tipo «abandona o clavaremos tus tetas en la puerta de un establo» y cosas similares. Ella, por supuesto, estaba muy jodida. -Le cogió un cigarrillo a Lisbeth-. Luego ocurrió una cosa muy desagradable. Una noche, ya tarde, cuando salía de la redacción, dos hombres vinieron directos hacia mí, me atacaron y me propinaron una buena paliza. Me pillaron totalmente desprevenido; me partieron el labio y me caí en medio de la calle. No pude identificarlos, pero uno de ellos tenía pinta de viejo motero.