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– Vale.

– Todas estas muestras de simpatía tuvieron como consecuencia que Erika cogiera un cabreo de mil demonios y yo me obstinara aún más. Reforzamos las medidas de seguridad en Millennium. El problema era que las fechorías no guardaban proporción con el contenido de la historia. No entendíamos por qué ocurría todo aquello.

– Pero la historia que publicaste fue totalmente distinta.

– Exacto. De repente abrimos una brecha. Conseguimos una fuente, una Garganta Profunda en el círculo de Wennerström. Ese contacto estaba literalmente aterrorizado y sólo nos permitió verle a escondidas en habitaciones anónimas de hotel. Nos contó que el dinero del caso Minos se había utilizado para traficar con armas en la guerra de Yugoslavia. Wennerström había hecho negocios con la Ustasja. Y no sólo eso; también podía darnos copias de esos documentos como prueba.

– ¿Le creísteis?

– Era muy hábil. Nos ofreció la suficiente información como para llevarnos hasta otra fuente que confirmaba la historia. Incluso nos dio una foto que mostraba a uno de los colaboradores más cercanos de Wennerström estrechando la mano del comprador. Aquello era un material explosivo y parecía que todo se podía confirmar. Y lo publicamos.

– Y todo resultó ser falso.

– De principio a fin-confirmó Mikael-. Los documentos eran hábiles falsificaciones. El abogado de Wennerström pudo demostrar que la foto del subalterno de Wennerström y del líder de la Ustasja no era más que un simple montaje: la unión de dos imágenes diferentes retocadas con Photoshop.

– Fascinante -dijo Lisbeth Salander serenamente, asintiendo para ella misma.

– ¿A que sí? A toro pasado fue muy fácil ver cómo nos habían manipulado. La historia de la que partíamos en un principio habría dañado a Wennerström, pero ahora se había ahogado en un mar de falsedades; caí en una trampa, la peor de mi vida. Publicamos una historia que Wennerström podía desmontar punto por punto para demostrar su inocencia. Con una maestría diabólica.

– No podíais batiros en retirada y contar la verdad. Ni probar que Wennerström estaba detrás de todo.

– Peor aún. Si hubiéramos intentado contar la verdad, señalando a Wennerström como el autor del montaje, nadie nos habría creído. Habría parecido un desesperado intento de echarle la culpa a un inocente empresario. Nos habrían tomado por unos chiflados, completamente obsesionados con alguna conspiración descabellada.

– Entiendo.

– Wennerström estaba doblemente protegido. Si la verdadera maniobra hubiera salido a la luz, él podría haber afirmado que todo había sido montado por algún enemigo suyo para mancillar su honor con un escándalo. Y nosotros, en Millennium, al dejarnos engañar por algo que resultó ser falso, habríamos perdido de nuevo toda credibilidad.

– Así que elegiste no defenderte y asumir una pena de cárcel.

– Me merecía la condena -dijo Mikael con amargura en la voz-. Fui culpable de difamación. Ya lo sabes. ¿Puedo dormir ahora?

Mikael apagó la luz y cerró los ojos. Lisbeth se acostó a su lado. Permaneció un rato en silencio.

– Wennerström es un gánster.

– Ya lo sé.

– No; quiero decir que sé que es un gánster. Trabaja con todos, desde la mafia rusa hasta los cárteles colombianos de la droga.

– ¿Qué quieres decir?

– Cuando le entregué mi informe a Dirch Frode, me encargó otra tarea. Me pidió que intentara averiguar lo que realmente pasó en el juicio. Acababa de empezar cuando Frode llamó a Armanskij y canceló el encargo.

– ¿Ah, sí?

– Supongo que pasaron de la investigación en cuanto tú aceptaste el trabajo de Henrik. Ya no tenía interés.

– Bueno, no me gusta dejar las cosas a medias. La pasada primavera tuve unas semanas… libres, cuando Armanskij no tenía trabajo para mí, así que empecé a indagar en la persona de Wennerström para entretenerme.

Mikael se incorporó en la cama, encendió la luz y miró a Lisbeth Salander. Su mirada se topó con los grandes ojos de ella. En efecto, tenía cara de culpable.

– ¿Sacaste algo?

– Tengo todo su disco duro en mi ordenador. Puedo darte todas las pruebas que quieras de que se trata de un verdadero gánster.

Capítulo 28 Martes, 29 de julio – Viernes, 24 de octubre

Durante tres días, Mikael estuvo inmerso en los documentos impresos del ordenador de Lisbeth: cajas repletas de papeles. El problema era que los detalles iban cambiando constantemente. Un negocio de opciones en Londres. Otro de divisas en París, hecho con la ayuda de intermediarios. Una sociedad buzón en Gibraltar. El saldo de una cuenta en el Chase Manhattan Bank de Nueva York que inesperadamente se multiplicaba por dos.

Y luego estaban los signos de interrogación más desconcertantes: una sociedad con doscientas mil coronas en una cuenta sin movimientos, abierta cinco años antes en Santiago de Chile -una más de las casi treinta sociedades similares distribuidas en doce países- y ni un solo dato sobre las actividades a las que se dedicaban. ¿Sociedades durmientes? ¿En espera de qué? ¿Empresas tapadera que ocultaban otros asuntos? El ordenador no ofrecía ninguna información sobre las cosas que Wennerström podía tener en su cabeza, las cuales, tal vez, le resultarían tan obvias que nunca habrían sido formuladas en un documento electrónico.

Salander estaba convencida de que la mayoría de esas preguntas nunca obtendría respuesta. Podían ver el mensaje, pero sin una clave no serían capaces de interpretar el significado. El imperio de Wennerström era como una cebolla compuesta de múltiples capas, un laberinto de empresas donde unas eran propietarias de otras. Sociedades, cuentas, fondos, valores. Constataron que nadie, ni siquiera el propio Wennerström, podía tener una visión global de todo. El imperio tenía vida propia.

Existía una estructura o, al menos, un indicio de ello. Un laberinto de empresas interdependientes. El imperio de Wennerström estaba valorado en una absurda horquilla de entre cien mil y cuatrocientos mil millones de coronas. Dependía de a quién se consultara y de cómo se calculara.

Pero si unas empresas eran dueñas de los bienes de las otras, ¿cuál sería, entonces, el valor conjunto de todas ellas?

Cuando Lisbeth se lo preguntó, Mikael Blomkvist la miró con una atormentada expresión en el rostro.

– Eso es pura cábala -contestó, y siguió clasificando las cuentas bancarias.

Habían salido de la isla de Hedeby por la mañana, muy temprano y a toda prisa, después de que Lisbeth Salander dejaba caer esa bomba informativa que ahora ocupaba todo el tiempo de Mikael Blomkvist. Fueron derechos a casa de Lisbeth y pasaron cuarenta y ocho horas delante del ordenador mientras ella le guiaba por el universo de Wennerström. Él tenía muchas preguntas. Una de ellas se debía a la simple curiosidad:

– Lisbeth, ¿cómo es posible que puedas controlar, prácticamente, su ordenador?

– Es un pequeño invento de mi amigo Plague. Wennerström tiene un portátil IBM en el que trabaja tanto en casa como en su oficina. Eso quiere decir que toda la información está en un único disco duro. En su casa tiene banda ancha. Plague ha inventado una especie de manguito que se sujeta alrededor del propio cable de la banda ancha y que yo estoy probando para él; todo lo que ve Wennerström es registrado por el manguito, que envía la información a un servidor instalado en algún lugar.