La casita tenía una ventana grande que daba al mar, justo al lado de la puerta. La mesa de la cocina de Mikael hacía las veces de lugar de trabajo. En la pared junto a la mesa había una estantería con un reproductor de cedes, una gran colección de discos de Elvis Presley y unos cuantos de rock duro que no se encontraban precisamente entre las preferencias musicales de Lisbeth.
En un rincón se levantaba una chimenea de esteatita con puerta de cristal. Por lo demás, el mobiliario consistía en un gran armario empotrado para la ropa personal y la de cama, y un fregadero situado tras una cortina de ducha, que también servía como pila de lavar. Junto al fregadero había una pequeña ventana y, debajo de la escalera de caracol, un espacio donde Mikael había construido un retrete. Aquello parecía el camarote de un barco, con prácticos compartimentos por todas partes.
En su investigación personal sobre Mikael Blomkvist, Lisbeth llegó a la conclusión de que él mismo había renovado la caseta de pescadores y había decidido toda la decoración; una conclusión extraída a partir de comentarios de un conocido que, tras haberlo visitado, le envió un correo electrónico, impresionado de que Mikael fuera tan manitas. Todo estaba limpio y resultaba modesto y sencillo, casi espartano. Lisbeth entendió perfectamente por qué a Mikael le encantaba esa casita.
Al cabo de dos horas consiguió distraer tanto la atención de Mikael que él, frustrado, apagó el ordenador, se afeitó y se la llevó de visita guiada por Sandhamn. Llovía y hacía mucho viento, de modo que pronto acabaron en la fonda. Mikael le contó lo que había escrito y Lisbeth le dio un cede con las últimas novedades del ordenador de Wennerström.
Luego ella lo arrastró de vuelta a la casita, consiguió quitarle la ropa y lo distrajo aún más. Lisbeth se despertó por la noche, ya tarde, sola en la cama; desde allí miró hacia abajo y descubrió a Mikael inclinado sobre el teclado. Se quedó contemplándole mucho tiempo, con la cabeza entre las manos. Parecía feliz, y ella misma, de repente, se sintió extrañamente en paz con la vida.
Lisbeth permaneció sólo cinco días en Sandhamn antes de volver a Estocolmo. Tenía que ocuparse de un trabajo para el que Dragan Armanskij la había buscado desesperadamente por teléfono. Le dedicó once días a aquel encargo, entregó el informe y volvió a Sandhamn. La pila de páginas impresas junto al iBook de Mikael había crecido.
Esta vez se quedó cuatro semanas. Establecieron una rutina. Se levantaban a las ocho, desayunaban y estaban juntos más o menos una hora. Luego Mikael trabajaba intensamente hasta la tarde, momento en el que daban un paseo y hablaban. Lisbeth se pasaba la mayor parte del día en la cama, donde o leía novelas o navegaba por Internet con el modem ADSL de Mikael. Evitaba molestarle a lo largo de la jornada. Cenaban bastante tarde y luego Lisbeth tomaba la iniciativa y le obligaba a subir al dormitorio, donde se aseguraba de que él le dedicara toda la atención imaginable.
Lisbeth estaba viviendo aquello como si fueran las primeras vacaciones de su vida.
Correo electrónico encriptado de la redactora jefe ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:
Hola, M. Ya es oficiaclass="underline" Janne Dahlman ha dimitido y empieza en Finansmagasinet Monopol dentro de tres semanas. He hecho lo que querías; no he dicho nada y todo el mundo está haciendo el payaso. E.
P.S. Sea como fuere, parecen pasárselo bien. Hace un par de días Henry y Lotta se enfrascaron en una discusión y terminaron por tirarse los trastos a la cabeza. Se están riendo tanto de Dahlman que no entiendo cómo no se da cuenta de que todo es una farsa.
De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:
Deséale buena suerte y deja que se vaya. Pero mete la cubertería de plata en un armario y échale la llave. Besos. M.
De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:
Me encuentro sin secretario de redacción a dos semanas de imprimir. Mi periodista de investigación está en Sandhamn y se niega a hablar conmigo. Micke, no puedo más. ¿Vienes a ayudarme? Erika.
De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:
Aguanta un par de semanas más. Para entonces habremos llegado a buen puerto y podremos empezar a pensar en el número de diciembre, que va a ser diferente de todo lo que hemos hecho hasta ahora. Mi texto ocupará unas cuarenta páginas de la revista. M.
De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:
¡40 PÁGINAS! Pero ¿tú estás mal de la cabeza?
De ‹mikael.blomkvist@millennium.se › a ‹erika.berger@millennium.se›:
Va a ser un número temático. Necesito tres semanas más. Me podrías hacer lo siguiente: 1: registra una empresa con el nombre de Millennium; 2: consigue un ISBN; 3: pídele a Christer que diseñe un logo bonito para nuestra nueva editorial; y 4: busca una buena imprenta capaz de hacer libros de bolsillo de un modo rápido y barato. Y, por cierto, vamos a necesitar dinero para imprimir nuestro primer libro. Besos. Mikael.
De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:
Número temático. Editorial. Dinero. Yes, master. ¿Quieres que haga algo más? ¿Bailar desnuda en la plaza de Slussen? E.
P.S. Supongo que sabes dónde te metes. Pero ¿qué hago con Dahlman?
De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:
No hagas nada con Dahlman. Deja que se vaya. A Finansmagasinet Monopol no le queda mucho tiempo. Introduce más material freelance en este número. Y búscate otro secretario de redacción, por Dios. M.
P.S. Me gustaría mucho verte desnuda en la plaza de Slussen.
De ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›:
¿La plaza de Slussen? In your dreams. Pero Mikael, siempre hemos contratado juntos a la gente nueva. Ricky.
De ‹mikael.blomkvist@millennium.se› a ‹erika.berger@millennium.se›:
Y siempre hemos estado de acuerdo en a quién contratar. Así será también esta vez, elijas a quien elijas. Vamos a darle un buen golpe a Wennerström. Y ya está, eso es todo. Déjame que termine mi trabajo tranquilamente. M.
A principios de octubre, Lisbeth Salander leyó una noticia publicada en la edición electrónica del Hedestads-Kuriren. Se la comentó a Mikael. Isabella Vanger había fallecido después de una breve enfermedad. Harriet Vanger, su recién resucitada hija, lamentaba lo sucedido.
Correo electrónico encriptado
de ‹erika.berger@millennium.se› a ‹mikael.blomkvist@millennium.se›: