Se le había ocurrido una peculiar idea que no conseguía quitarse de la cabeza; más que nada se preguntaba por qué no había pensado en ello antes.
Una mañana, a finales de octubre, Mikael imprimió una página y luego apagó el ordenador ya a las once de la mañana. Sin pronunciar palabra, subió al dormitorio y le entregó a Lisbeth un buen tocho de papeles. Acto seguido, se durmió. Ella le despertó por la tarde para darle sus opiniones sobre el texto.
Poco después de las dos de la madrugada, Mikael hizo una última copia de seguridad de su reportaje.
Al día siguiente, cerró los postigos de la casita y le echó la llave a la puerta. Las vacaciones de Lisbeth se habían acabado. Se fueron juntos a Estocolmo.
Antes de llegar a Estocolmo, Mikael tenía que tratar con Lisbeth un tema bastante delicado. Lo sacó en el ferry de Waxholm, cuando estaban tomando café en vasos de papel.
– Tenemos que ponernos de acuerdo sobre lo que le voy a contar a Erika. Si no puedo explicarle cómo he conseguido el material, se negará a publicarlo.
Erika Berger. La amante de toda la vida y la redactora jefe de Mikael. Lisbeth no la conocía y tampoco estaba segura de quererlo hacer; le parecía una interferencia poco definida, aunque molesta, en su vida.
– ¿Qué sabe ella de mí?
– Nada -suspiró Mikael-; llevo todo el verano evitándola. No soy capaz de contarle lo que pasó en Hedestad porque me da una tremenda vergüenza. Se siente enormemente frustrada por la parquedad de mis informaciones. Sabe, por supuesto, que he estado en Sandhamn escribiendo este texto, pero ignora su contenido.
– Mmm.
– Se lo daré dentro de un par de horas. Entonces, me hará un interrogatorio en tercer grado. No sé qué decirle.
– ¿Qué quieres decirle?
– Quiero contarle la verdad.
Una arruga apareció en el entrecejo de Lisbeth.
– Lisbeth, Erika y yo discutimos casi siempre. En cierto modo forma parte de nuestra manera de entendernos. Pero nos tenemos una confianza absoluta. Es totalmente fiable. Tú eres una fuente y ella moriría antes de descubrirte.
– ¿A cuántos más tendrás que contárselo?
– A nadie más. Esto me lo llevaré a la tumba; y Erika hará lo mismo. Pero si me dices que no, no le revelaré tu secreto. Lo que no pienso hacer es mentirle e inventarme una fuente que no existe.
Lisbeth reflexionó durante todo el trayecto hasta que atracaron en el muelle delante del Grand Hotel. «Análisis de consecuencias.» Al final, a regañadientes, aceptó ser presentada a Erika. Mikael encendió el móvil y llamó.
Erika Berger recibió la llamada en plena comida de negocios con Malin Eriksson, candidata al puesto de secretaria de redacción. Malin tenía veintinueve años y llevaba cinco haciendo sustituciones y suplencias. Nunca había tenido un empleo fijo y estaba empezando a dudar si lo tendría alguna vez. La oferta de trabajo no había sido publicada; un viejo conocido de Erika había recomendado a Malin. Erika la llamó el mismo día en que terminó su última suplencia para saber si estaba interesada en solicitar un puesto en Millennium.
– Se trata de una suplencia de tres meses -dijo Erika-, pero si funciona bien, puede llegar a ser algo fijo.
– Se rumorea que Millennium va a cerrar dentro de poco.
Erika Berger sonrió.
– No deberías hacer caso a los rumores.
– Ese Dahlman al que voy a sustituir… -Malin Eriksson dudó- va a una revista que es propiedad de Hans-Erik Wennerström…
Erika asintió con la cabeza.
– A nadie del gremio se le habrá escapado que estamos en conflicto con Wennerström. No les tiene mucha simpatía a los empleados de Millennium.
– Así que si acepto el puesto, yo también perteneceré a ese grupo.
– Es bastante probable, sí.
– Pero Dahlman ha conseguido un puesto en Finansmagasinet Monopol.
– Podríamos decir que es la manera que Wennerström tiene de compensar ciertos servicios que Dahlman le ha prestado. ¿Sigues interesada?
Malin Eriksson meditó la respuesta un instante. Luego asintió con la cabeza.
– ¿Cuándo quieres que empiece?
Fue en ese preciso momento cuando Mikael Blomkvist llamó e interrumpió la entrevista.
Erika usó sus propias llaves para abrir la puerta del apartamento de Mikael. Era la primera vez que se veían cara a cara desde aquella breve visita a la redacción a finales de junio. Ella entró en el salón y encontró en el sofá a una chica de una delgadez anoréxica, vestida con una desgastada chupa de cuero y con los pies encima de la mesa. Al principio pensó que la joven tendría unos quince años, pero eso fue antes de ver sus ojos. Seguía observando aquella aparición cuando Mikael irrumpió con una cafetera y unas pastas.
Mikael y Erika se examinaron.
– Perdóname por haber pasado de ti de esta manera -dijo Mikael.
Erika inclinó la cabeza a un lado. Algo había cambiado en Mikael. Lo veía demacrado, más delgado de lo que recordaba. Sus ojos se mostraban avergonzados y por un breve instante él evitó su mirada. Erika le observó el cuello. Tenía marcada una línea roja leve, aunque claramente perceptible.
– Te he estado esquivando. Es una historia muy larga y no me siento muy orgulloso de mi papel. Pero luego lo hablamos… Ahora te quiero presentar a esta joven. Erika, Lisbeth Salander. Lisbeth, ésta es Erika Berger, la redactora jefe de Millennium y mi mejor amiga.
Lisbeth examinó la ropa elegante y el aplomo con el que Erika Berger actuaba, y decidió, cuando todavía no habían pasado ni unos diez segundos, que no resultaría probable que Erika se convirtiera en su mejor amiga.
La reunión duró cinco horas. Erika hizo dos llamadas para cancelar otras citas. Dedicó una hora a leer partes del manuscrito que Mikael puso en sus manos. Tenía mil preguntas y se dio cuenta de que le llevaría semanas dar respuesta a todas ellas. Lo importante era aquel texto que finalmente dejó de lado. Si tan sólo una pequeña parte de esas afirmaciones fuese verdadera, la situación habría cambiado por completo.
Erika miró a Mikael. Nunca había dudado de que se trataba de una persona sincera, pero durante un breve segundo sintió vértigo y se preguntó si el caso Wennerström no le habría trastornado, si el reportaje no habría sido más que un producto de su imaginación. En ese instante, Mikael se presentó con dos cajas de documentos impresos. Erika palideció. Quería saber, naturalmente, cómo había conseguido todo aquel material.
Hizo falta un buen rato para convencerla de que aquella curiosa chica que seguía sin pronunciar una sola palabra tenía acceso libre al ordenador de Hans-Erik Wennerström. Y no sólo a ése, también había entrado en varios de los ordenadores de sus abogados y colaboradores más cercanos.
La reacción espontánea de Erika fue decir que no podian usar el material por haberlo conseguido a través de una intrusión informática ilegal. Pero claro que podían. Mikael señaló que no estaban obligados a dar cuenta de cómo se habían hecho con el material. Podrían haber contado perfectamente con una fuente que hubiera accedido al ordenador de Wennerström y que hubiera copiado su disco duro a unos cuantos cedes.
Al final, Erika fue consciente del arma que tenían en las manos. Se sentía agotada y le quedaban muchas preguntas, pero no sabía por dónde empezar. Acabó por dejarse caer contra el respaldo del sofá e hizo un resignado gesto con los brazos.
– Mikael, ¿qué pasó en Hedestad?
Lisbeth Salander levantó la mirada de inmediato. Mikael permaneció callado durante mucho tiempo. Contestó con otra pregunta.
– ¿Qué tal te llevas con Harriet Vanger?
– Bien. Creo. La he visto dos veces. La semana pasada Christer y yo subimos a Hedestad para una reunión. Nos emborrachamos con vino.
– ¿Y cómo salió la reunión?