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Luego «la de TV4» cometió el error de formular exactamente la pregunta que Mikael quería oír.

– ¿Quieres decir, entonces, que los medios de comunicación no tienen ninguna responsabilidad?

– Todo lo contrario, tienen una responsabilidad muy grande. Durante más de veinte años un gran número de reporteros de economía han renunciado a controlar a Hans-Erik Wennerström. Más bien al contrario: han contribuido a consolidar su prestigio mediante absurdos retratos en los que lo idolatraban. Si hubiesen hecho su trabajo durante todos aquellos años, hoy en día no nos hallaríamos en esta situación.

Su aparición televisiva marcó un antes y un después. A posteriori, Erika Berger estaba convencida de que hasta aquel momento -cuando Mikael defendió tranquilamente sus afirmaciones en la televisión- la Suecia de los medios de comunicación, a pesar de que Millennium llevaba una semana acaparando los titulares, no se había dado cuenta de que la historia realmente se sostenía y de que todas las fantasiosas alegaciones de la revista eran, de hecho, verdaderas. La actitud de Mikael dio un cambio de rumbo a la historia.

Tras la entrevista, el caso Wennerström, de la noche a la mañana, saltó de las manos de los periodistas de economía a la sección de sucesos. Marcó una nueva manera de pensar en las redacciones. Antes, los reporteros de sucesos raramente, o nunca, habían escrito sobre actividades económicas delictivas, a no ser que se tratara de la mafia rusa o de contrabandistas de tabaco yugoslavos. No se esperaba de este tipo de reporteros que investigaran los intrincados líos de la bolsa. Un periódico vespertino siguió al pie de la letra lo que había dicho por Mikael y llenó cuatro páginas con retratos de algunos de los corredores de bolsa de las principales casas financieras, inmersas en plena actividad de compra de valores alemanes. El titular rezaba: «Venden su país». A todos los corredores se les invitaba a realizar las pertinentes aclaraciones. Todos declinaron la oferta. Pero aquel día el comercio de acciones disminuyó considerablemente y algunos corredores, deseosos de ofrecer una imagen de patriotas progresistas, empezaron a ir contra corriente. Mikael Blomkvist se tronchaba de risa.

La presión resultó ser tan grande que algunos de esos hombres serios vestidos con trajes oscuros fruncieron el ceño preocupados y rompieron la regla más importante de aquella exclusiva sociedad constituida por el círculo más selecto de la Suecia de las finanzas: no pronunciarse sobre un colega. De pronto, jefes retirados de Volvo, líderes industriales y directores de banco aparecieron en la tele contestando a una serie de preguntas para paliar los daños. Todos se dieron cuenta de lo grave de la situación; se trataba de distanciarse rápidamente de Wennerstroem Group y de deshacerse cuanto antes de posibles acciones. Al fin y al cabo, Wennerström, constataron casi al unísono, nunca fue un industrial y nunca había sido aceptado de verdad en «el club». Alguien recordó que, en el fondo, no era más que un simple chaval de una familia obrera de Norrland, cuyos éxitos tal vez se le hubiesen subido a la cabeza. Otro describió su actividad como «una tragedia personal». Y unos cuantos descubrieron que llevaban años dudando de Wennerström; era demasiado fanfarrón y pecaba de otros muchos vicios.

Durante las semanas siguientes, a medida que se examinaba con lupa la documentación de Millennium y las piezas del rompecabezas iban encajando, el imperio de Wennerström, con sus oscuras empresas, fue vinculado al corazón de la mafia internacional, que lo abarcaba todo, desde el tráfico ilegal de armas y el lavado de dinero procedente del narcotráfico latinoamericano hasta la prostitución de Nueva York e, incluso, aunque indirectamente, hasta el mercado sexual de niños en México. Una empresa de Wennerström, registrada en Chipre, provocó un gran escándalo al descubrirse que había intentado comprar uranio enriquecido en el mercado negro de Ucrania. Por todas partes, una u otra de las innumerables empresas buzón de Wennerström aparecían metidas en los asuntos más turbios.

Erika Berger constató que el libro sobre Wennerström era lo mejor que Mikael había escrito jamás. El contenido pecaba de cierta desigualdad desde un punto de vista estilístico, y en algunas partes el lenguaje resultaba pésimo -no había tenido tiempo para cuidar el estilo-, pero Mikael había disfrutado de lo lindo con su venganza; todo el libro estaba impregnado de una rabia que no le pasaba desapercibida a ningún lector.

Por casualidad, Mikael se topó con su viejo antagonista, el antiguo reportero de economía William Borg. Se cruzaron en la puerta del Kvarnen, cuando Mikael, Erika Berger y Christer Malm, en compañía del resto del personal de la revista, salieron la noche de Santa Lucía para agarrar una cogorza de muerte a costa de la empresa. Borg iba acompañado de una chica, borracha como una cuba, de la misma edad que Lisbeth Salander.

Mikael se paró en seco. William Borg siempre había conseguido sacar su lado más negativo, de modo que Mikael tuvo que controlarse para no decir o hacer nada inapropiado. Él y Borg permanecieron callados, uno frente a otro, midiéndose con las miradas.

El odio de Mikael hacia Borg resultaba físicamente palpable. Erika interrumpió aquel juego de machos cogiendo a Mikael por el brazo y llevándoselo a la barra.

Mikael decidió pedir a Lisbeth Salander, cuando se presentara la oportunidad, que hiciera una de sus investigaciones personales sobre Borg. Sólo por incordiar.

Durante la tormenta mediática, el protagonista del drama, el financiero Hans-Erik Wennerström, permaneció prácticamente invisible. El día en que se publicó el artículo de Millennium, el financiero comentó el texto en una rueda de prensa anunciada con anterioridad y relacionada con otro asunto completamente distinto. Wennerström declaró que las acusaciones carecían de fundamento y que la documentación a la que se hacía referencia era falsa. Recordó que el mismo periodista, un año antes, había sido condenado por difamación.

Luego, sólo los abogados de Wennerström contestaron a las preguntas de los medios de comunicación. Dos días después de que se distribuyera el libro de Mikael Blomkvist, un insistente rumor afirmaba que Wennerström había abandonado Suecia. Los periódicos vespertinos emplearon en sus titulares la palabra «huida». Durante la segunda semana, cuando la policía de delitos económicos intentó contactar con Wennerström de manera oficial, se constató que, en efecto, éste no se hallaba en el país. A mediados de diciembre, la policía confirmó que estaba buscando a Wennerström, y un día antes de Nochevieja una orden formal de búsqueda y captura se difundió a través de las redes policiales internacionales. Ese mismo día detuvieron en Arlanda a uno de los consejeros más cercanos de Wennerström justo cuando intentaba subir a bordo de un avión con rumbo a Londres.

Varias semanas más tarde, un turista sueco informó de que había visto a Hans-Erik Wennerström subir a un coche en las Antillas, concretamente en Bridgetown, la capital de Barbados. Como prueba, el turista adjuntó una fotografía, hecha a bastante distancia, que mostraba a un hombre blanco con gafas de sol, camisa blanca con el cuello abierto y pantalones claros. El hombre no podía ser identificado a ciencia cierta, pero los periódicos vespertinos enviaron a unos reporteros que, en vano, intentaron dar con Wennerström en las islas caribeñas. Fue el primero de una larga serie de avistamientos del fugitivo millonario.

Al cabo de seis meses la persecución policial se interrumpió. Entonces, Hans-Erik Wennerström fue hallado muerto en un piso de Marbella, España, donde residía bajo la identidad de Victor Fleming. Le habían disparado tres tiros a bocajarro en la cabeza. La policía española trabajaba con la teoría de que había pillado in fraganti a un ladrón.