– Vale, de acuerdo.
– Es muy sencillo; no hace falta dar tantos rodeos. Explícame qué es lo que quieres y déjame decidir si deseo hacerlo o no.
– ¿Me estás diciendo que si no consigo convencerte en treinta minutos, tampoco seré capaz de hacerlo en treinta días?
– Más o menos.
– Ya, pero es que mi historia es larga y complicada.
– Abrevia y simplifica. Es lo que hacemos en periodismo. Veintinueve minutos.
Henrik Vanger levantó una mano.
– Basta ya. He captado la idea, aunque exagerar nunca es una buena táctica psicológica. Necesito una persona que pueda investigar y pensar de manera crítica, pero que también tenga integridad. Creo que tú la tienes… ¡y no te estoy haciendo la pelota! Un buen periodista debe poseer esas características; leí con gran interés tu libro La orden del Temple. Es completamente cierto que te elegí porque conocía a tu padre y porque sé quién eres. Si lo he entendido bien, te han despedido de la revista después del caso Wennerström, o quizá la hayas dejado voluntariamente. En cualquier caso, eso significa que, de momento, no tienes trabajo, y no hace falta ser muy inteligente para comprender que probablemente te encuentres en una situación económica algo complicada.
– Y has pensado que podrías aprovecharte de mi precaria situación, ¿verdad?
– Tal vez sea así. Pero Mikael, ¿puedo seguir llamándote Mikael?, no pienso mentirte o inventarme excusas; ya no tengo edad para eso. Si no te gusta lo que te voy a contar, me puedes mandar a freír espárragos. En ese caso me veré obligado a buscar a otra persona.
– De acuerdo. ¿En qué consiste el trabajo?
– ¿Cuánto sabes de la familia Vanger?
Mikael hizo un gesto con los brazos sin saber muy bien qué contestar.
– Bueno, más o menos lo que he podido leer en Internet desde que me llamó Frode el lunes. En su época, el Grupo Vanger era uno de los grupos industriales de más peso de todo el país, pero hoy en día la empresa se ha visto considerablemente reducida. Martin Vanger es el director ejecutivo. De acuerdo, sé dos o tres cosas más, pero ¿adónde quieres ir a parar?
– Martin es… es una buena persona, pero, en el fondo, es un marinero de agua dulce. Como director ejecutivo de una empresa en crisis no da la talla. Apuesta por la modernización y la especialización, cosa que me parece bien, pero le cuesta llevar a buen puerto sus ideas y, lo que es peor, encontrar financiación. Hace veinticinco años el Grupo Vanger era un serio competidor de las empresas Wallenberg. Llegamos a tener cuarenta mil empleados en Suecia; generamos empleo e ingresos para todo el país. En la actualidad la mayoría de esos puestos de trabajo está en Corea o Brasil. Hoy contamos con unos diez mil empleados y dentro de uno o dos años, a no ser que Martin levante el vuelo, tal vez bajemos a cinco mil, distribuidos, fundamentalmente, en pequeñas fábricas. En otras palabras: las empresas Vanger están a punto de ser enviadas al vertedero de la historia.
Mikael asintió con la cabeza; se correspondía más o menos con las conclusiones que había sacado al leer los textos de Internet.
– Las empresas Vanger siguen siendo una de las pocas empresas estrictamente familiares del país, con una treintena de miembros de la familia como socios minoritarios en distinta medida. Algo que siempre ha sido nuestro fuerte, pero también nuestra mayor debilidad.
Henrik Vanger hizo una breve pausa retórica. Luego continuó hablando con una marcada intensidad en la voz.
– Mikael, luego podrás hacerme las preguntas que quieras, pero ahora créeme si te digo que odio a la mayoría de los miembros de la familia Vanger. Mi familia está compuesta en su mayoría por piratas, avaros, tiranos e incompetentes. Dirigí la empresa durante treinta y cinco años, y me vi constantemente envuelto en irreconciliables disputas con los demás miembros de la familia. Ellos eran mis mayores enemigos, no el Estado ni las empresas competidoras.
Hizo otra pausa.
– Te he dicho que me gustaría encargarte dos cosas. Quiero que escribas una historia o una biografía de la familia Vanger. Para simplificar la llamaremos «mi autobiografía». No será una lectura muy edificante, sino una historia de odio, de peleas familiares y una avaricia desmesurada. Pondré a tu disposición todos mis diarios y archivos. Tendrás acceso libre a mis pensamientos más íntimos y podrás publicar absolutamente toda la mierda que encuentres, sin restricciones. Creo que esta historia hará que Shakespeare parezca un simple cuento para niños.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué quiero publicar una escandalosa historia sobre la familia Vanger, o por qué quiero pedirte a ti que la escribas?
– Las dos cosas, supongo.
– Sinceramente, no me importa si el libro se publica o no. Pero la verdad es que sí considero que la historia debe escribirse, aunque sólo entregaras un único ejemplar a la Biblioteca Real. Quiero que las futuras generaciones tengan acceso a mi historia cuando yo muera. Mi motivo es el más simple de todos: la venganza.
– ¿De quién quieres vengarte?
– No hace falta que me creas, pero he intentado ser honrado, aun siendo capitalista y líder industrial. Estoy orgulloso del hecho de que mi nombre sea sinónimo de un hombre que ha mantenido su palabra y cumplido sus promesas. Nunca me he metido en juegos políticos. Nunca he tenido problemas en negociar con los sindicatos. Hasta el mismísimo primer ministro Tage Erlander me respetaba en su época. Para mí se trataba de ética; yo era el responsable del sustento de miles de personas y me preocupaban mis empleados. Por raro que parezca, Martin tiene la misma actitud, aunque su personalidad es completamente distinta. También ha intentado hacer lo correcto. Quizá no lo hayamos conseguido siempre, pero en general hay pocas cosas de las que me avergüence.
»Desgraciadamente, me temo que Martin y yo constituimos raras excepciones en nuestra familia -prosiguió Henrik Vanger-. Las empresas Vanger se hallan actualmente en declive por muchas razones, pero una de las más importantes es la avaricia y el deseo de ganar dinero a muy corto plazo de muchos de mis parientes. Si asumes el encargo, te explicaré exactamente cómo ha actuado mi familia para hundir al Grupo Vanger.
Mikael reflexionó un instante.
– Vale. Yo tampoco te voy a mentir. Escribir un libro así me llevaría meses. No tengo ni ganas ni energía para hacerlo.
– Creo que podré convencerte.
– Lo dudo. Pero has dicho que se trataba de dos cosas. Éste era el pretexto. ¿Cuál es el verdadero motivo?
Henrik Vanger se levantó, también esta vez con mucho esfuerzo, y cogió la fotografía de Harriet Vanger de la mesa de trabajo. La colocó ante Mikael.
– La razón de ser de la biografía sobre la familia Vanger es que elabores, con ojos de periodista, un minucioso retrato de cada uno de sus miembros. Así tendrás la excusa perfecta para hurgar en la historia de la familia. Lo que realmente deseo que hagas es resolver un enigma. Ésa es tu misión.
– ¿Un enigma?
– Harriet era la meta de mi hermano Richard. Éramos cinco hermanos. Richard, el mayor, nació en 1907. Yo, el más joven, nací en 1920. No entiendo cómo pudo Dios crear a unos hermanos que…
Durante algunos segundos Henrik Vanger perdió el hilo y pareció ensimismarse en sus propios pensamientos. Luego se dirigió a Mikael con una nueva determinación en la voz.
– Déjame que te hable de mi hermano Richard Vanger. Será una muestra de la crónica familiar que quiero que redactes.
Se sirvió café y le ofreció más a Mikael.
– En 1924, a la edad de diecisiete años, Richard era un fanático nacionalista que odiaba a los judíos y que se unió a la Asociación Nacionalsocialista Sueca para la Libertad, uno de los primeros grupos nazis del país. ¿No resulta fascinante que los nazis siempre consigan introducir la palabra «libertad» en su propaganda?