Firmó como Wasp y envió el correo a la dirección ‹Plague_xyz_666@hotmail.com›. Por si acaso, pasó la sencilla frase por el programa de criptografía PGP.
Luego se puso unos vaqueros negros, unos buenos zapatos de invierno, un jersey grueso de cuello vuelto, una cazadora oscura y unos guantes amarillos de lana, que hacían juego con el gorro y la bufanda. Se quitó los piercings de las cejas y de la nariz y se puso un carmín ligeramente rosado. Luego se examinó ante el espejo del cuarto de baño; parecía una viandante cualquiera en un domingo cualquiera. Consideró su indumentaria un camuflaje de combate lo suficientemente decente como para realizar una incursión más allá de las líneas enemigas. Cogió el metro desde Zinkensdamm hasta Östermalmstorg y echó a andar hacia Strandvägen. Paseaba por la parte central de la alameda mientras iba leyendo los números de los edificios. Casi a la altura del puente de Djurgården se detuvo y contempló el portal que estaba buscando. Cruzó la calle y esperó a unos metros de la puerta.
Constató que la mayoría de la gente que había salido a pasear, desafiando el frío del 26 de diciembre, andaba por el muelle; sólo unos pocos iban por la acera.
Tuvo que aguardar pacientemente casi media hora antes de que una vieja con bastón, que venía desde el puente, se acercara. La mujer paró y le lanzó una desconfiada mirada a Salander, quien sonrió con amabilidad y saludó con un cortés movimiento de cabeza. La señora del bastón devolvió el saludo y pareció hacer un esfuerzo mental para identificar a la joven muchacha. Salander dio media vuelta y se alejó unos pasos de la puerta, andando de un lado para otro, como si estuviera esperando con impaciencia a alguien. Cuando Lisbeth se volvió, la vieja ya había alcanzado el portal y estaba marcando meticulosamente el código de la cerradura electrónica. A Salander no le costó nada hacerse con éclass="underline" 1260. Aguardó cinco minutos antes de acercarse al portal. Marcó el número y la cerradura se abrió con un clic. Empujó la puerta y echó un vistazo a la escalera. A unos metros de la entrada había una cámara de vigilancia que ella miró e ignoró; se trataba de un modelo comercializado por Milton Security que no se activaba hasta que saltara la alarma del inmueble, en caso de robo o atraco. Más adentro, a la izquierda de un ascensor muy antiguo, había otra puerta con cerradura de código; probó con el 1260 y constató que la combinación válida para el portal también servía para la puerta que llevaba al sótano y al cuarto de la basura. «¡Qué torpes!» Dedicó tres minutos exactos a estudiar la planta del sótano, donde localizó la lavandería común, con la llave sin echar, y el cuarto para los cubos de la basura. Luego sacó un juego de ganzúas, que había «tomado prestado» del experto en cerraduras de Milton Security, para abrir una puerta cerrada con llave que conducía a lo que parecía ser la sala de reuniones de la comunidad de vecinos. Más hacia el fondo del sótano había una sala de usos múltiples. Al final encontró lo que buscaba: un cuartito que hacía las veces de central eléctrica en el inmueble. Examinó los contadores, los fusibles y las cajas de derivación; acto seguido, sacó una cámara digital Canon, del tamaño de un paquete de tabaco. Hizo tres fotos de lo que le interesaba.
Al salir echó un rápido vistazo al panel situado junto al ascensor, donde figuraba el nombre del dueño del piso de la planta superior: Wennerström.
Abandonó el edificio y se fue andando apresuradamente al Museo Nacional, en cuya cafetería entró para calentarse y tomar un café. Al cabo de media hora volvió al barrio de Söder y subió a su casa.
Había recibido un correo de ‹Plague_xyz_666@hotmail.com›. Tras descifrar el mensaje con el programa PGP descubrió que la respuesta consistía en un sólo número, el 20.
Capítulo 6 Jueves, 26 de diciembre
Hacía ya un buen rato que los treinta minutos fijados por Mikael Blomkvist se habían acabado. Eran las cuatro y media; ya se podía olvidar del tren de la tarde. No obstante, todavía le quedaba tiempo para coger el de las nueve y media. Estaba de pie delante de la ventana masajeándose el cuello mientras contemplaba la fachada iluminada de la iglesia al otro lado del puente. Henrik Vanger le había enseñado un álbum con recortes de periódicos, artículos sobre el suceso tanto de la prensa local como de la nacional. Aquello suscitó un considerable interés mediático durante algún tiempo: chica de conocida familia industrial desaparece sin dejar rastro. Pero el interés se fue desvaneciendo poco a poco ya que no encontraron el cuerpo ni se produjeron avances en las pesquisas. Al cabo de más de treinta y seis años, a pesar de tratarse de una destacada familia industrial, el caso Harriet Vanger estaba ya más que olvidado. La teoría más aceptada en los artículos de finales de los años sesenta era la que sostenía que se ahogó y fue arrastrada mar adentro por la corriente; una tragedia, pero, al fin y al cabo, algo que podía pasarle a cualquier familia.
Muy a su pesar, Mikael se había quedado fascinado con la historia del viejo, pero cuando Henrik Vanger se disculpó para ir al baño el escepticismo volvió a apoderarse de él. El viejo, sin embargo, aún no había llegado hasta el final, y Mikael había prometido escuchar la historia entera.
– Y tú ¿qué crees que le ocurrió? -preguntó a Henrik Vanger cuando éste regresó a la habitación.
– Normalmente, unas veinticinco personas tenían aquí su residencia fija, pero con motivo de la reunión familiar aquel día se encontraban en la isla alrededor de sesenta. De éstas se pueden eliminar, más o menos, entre veinte y veinticinco. Creo que alguno de los restantes, y muy probablemente miembro de la familia, mató a Harriet y escondió el cuerpo.
– Tengo unas cuantas objeciones.
– A ver.
– Bueno, una es, por supuesto, que incluso en el caso de que el cuerpo fuera escondido, y si la búsqueda se llevó a cabo tan minuciosamente como dices, alguien debería haber hallado el cadáver.
– A decir verdad, la investigación fue aún más amplia de lo que te he contado. Hasta que no contemplé la posibilidad del asesinato no se me ocurrió pensar que el cuerpo de Harriet podría haber desaparecido de diferente manera. Lo que te voy a decir ahora no lo puedo demostrar, pero se encuentra, en todo caso, dentro de los límites de lo probable.
– Bueno, cuéntamelo.
– Harriet desapareció sobre las 15.00 horas. A las 14.45 fue vista Por Otto Falk, el párroco, que se dirigía corriendo al lugar del accidente. Más o menos al mismo tiempo se presentó aquí un fotógrafo del periódico local, quien a lo largo de la siguiente hora hizo un gran número de fotos del drama. Nosotros -la policía, quiero decir- estudiamos los carretes y comprobamos que Harriet no aparecía en ninguna de esas fotografías; en cambio, se veía a todas las demás personas que se encontraban en la isla, a excepción de los niños muy pequeños, en una foto como mínimo.
Henrik Vanger buscó otro álbum de fotos y lo depositó en la mesa, delante de Mikael.
– Éstas son las fotografías de aquel día. La primera se hizo en Hedestad durante el desfile del Día del Niño. La sacó el mismo fotógrafo aproximadamente a las 13.15, y en ésa sí que se ve a Harriet.
La foto estaba hecha desde la segunda planta del interior de una casa y mostraba una calle por donde el desfile -carrozas con payasos y chicas en bañador- acababa de pasar. En la acera se apretujaban los espectadores. Henrik Vanger señaló a una persona de entre la multitud.
– Ésa es Harriet. Faltan aproximadamente dos horas para que desaparezca y está en la ciudad con unas compañeras de clase. Es la última imagen que tenemos de ella. Pero también hay otra foto interesante.
Henrik Vanger siguió pasando páginas. El resto del álbum contenía más de ciento ochenta fotos -seis carretes- del accidente del puente. Después de haber oído la historia, resultaba raro, casi incómodo, verlo todo en forma de nítidas fotografías en blanco y negro. El fotógrafo era un buen profesional que había conseguido captar el caos del suceso. Un gran número de fotos se centraba en las actividades realizadas en torno al camión volcado. Mikael identificó sin problema a un Henrik Vanger de cuarenta y seis años de edad, empapado de fuel-oil, gesticulando.