Poco importaba que Mikael Blomkvist jamás hubiera usado su primer nombre, Carl -mucho menos su apodo Kalle-, ni firmado ningún artículo como Carl Blomkvist. Desde ese momento, para su propia desesperación, fue conocido entre sus compañeros de profesión como Kalle Blomkvist; un epíteto pronunciado con provocadora mofa, no con verdadera maldad, pero tampoco de manera muy agradable. Con todo el respeto para Astrid Lindgren, por mucho que le encantaran sus libros odiaba el apodo. Fueron necesarios varios años y méritos periodísticos de bastante más relevancia para que dejaran de llamarlo así. Y todavía se sentía incómodo cada vez que lo oía.
Así que sonrió serenamente y miró al reportero del vespertino a los ojos.
– Bah, invéntate tú algo. Siempre les pones mucha imaginación a tus textos.
El tono no resultaba, en absoluto, desagradable. Los peores críticos de Mikael no habían acudido y todos los allí presentes se conocían más o menos bien. Una vez colaboró con uno de ellos y en otra ocasión, en una fiesta, hacía ya algunos años, casi consiguió ligarse a «la de TV4».
– Te machacaron bien allí dentro -le soltó Dagens Industri, que, al parecer, había enviado a un joven suplente.
– Bueno, sí -reconoció Mikael. Difícilmente podría afirmar otra cosa.
– ¿Y cómo te sientes?
A pesar de lo tenso de la situación, ni Mikael ni los periodistas más veteranos pudieron evitar sonreír por la pregunta. Mikael intercambió una mirada con «la de TV4». Los periodistas serios siempre habían sostenido que esa pregunta -«¿cómo te sientes?»- era la única que los periodistas deportivos bobos eran capaces de hacer al deportista jadeante al otro lado de la meta. Pero acto seguido recobró la seriedad.
– No puedo más que lamentar que el tribunal no haya llegado a otra conclusión -contestó de manera algo formal.
– Tres meses de prisión y ciento cincuenta mil coronas de indemnización por daños y perjuicios. Una sentencia que debe de resultar dura -dijo «la de TV4».
– Sobreviviré.
– ¿Vas a pedirle disculpas a Wennerström? ¿A darle la mano?
– No, no creo. Mi idea sobre la ética empresarial del señor Wennerström no ha cambiado.
– ¿Así que sigues pensando que es un sinvergüenza? -se apresuró a preguntar Dagens Industri.
Tras aquella pregunta se escondía una cita acompañada de un devastador titular, y Mikael podría haber mordido el anzuelo si el reportero no le hubiese advertido del peligro al acercar su micrófono con un entusiasmo algo excesivo. Meditó la respuesta un instante.
El juez acababa de dictaminar que Mikael Blomkvist había calumniado al financiero Hans-Erik Wennerström, así que la condena impuesta fue por difamación. El juicio había concluido y Mikael no tenía intención de recurrir la sentencia. Pero ¿qué pasaría si, imprudentemente, repitiese sus declaraciones en las mismas escaleras del juzgado? Mikael decidió que no quería averiguarlo.
– Consideré que tenía buenas razones para publicar aquellos datos. El juez lo ha visto de otro modo y, naturalmente, debo aceptar que el proceso jurídico haya seguido su curso. Ahora vamos a comentar la sentencia detenidamente en la redacción antes de decidir qué hacer. No tengo nada más que añadir.
– Pero se te olvidó que un periodista debe probar sus afirmaciones -dijo «la de TV4» con un deje de dureza en la voz.
No podía negar lo que ella decía. Habían sido buenos amigos. Su cara mostraba indiferencia, pero Mikael creyó detectar en sus ojos una sombra de decepción y rechazo.
Mikael Blomkvist siguió contestando a los periodistas durante un par de interminables minutos más. La pregunta tácita que flotaba en el aire y que nadie se atrevía a hacer -quizá porque resultaba vergonzosamente incomprensible- era cómo había podido redactar un texto tan desprovisto de sustancia. Los periodistas allí presentes, a excepción del suplente de Dagens Industri, eran ya veteranos con una dilatada experiencia profesional. Para ellos la respuesta a aquella pregunta iba más allá del límite de lo concebible.
TV4 colocó a Mikael ante la cámara situada delante de la entrada del juzgado para poder hacerle las preguntas algo apartados de los demás. La periodista mostró más amabilidad de la que se merecía y la entrevista contó con las suficientes declaraciones para contentar a todo el mundo. La historia -resultaba inevitable- daría lugar a numerosos titulares, pero Mikael hizo un esfuerzo para recordar que no se trataba del suceso más importante del año. Los reporteros ya tenían lo que querían y volvieron a sus respectivas redacciones.
Mikael había pensado dar un paseo, pero era un día de diciembre muy ventoso y, además, había cogido frío durante la entrevista. Al encontrarse solo en las escaleras del juzgado levantó la mirada y descubrió a William Borg bajando de su coche, donde había permanecido mientras duró la entrevista. Sus miradas se cruzaron; acto seguido William Borg sonrió.
– Ha merecido la pena venir hasta aquí sólo para verte con ese papel en la mano.
Mikael no contestó. Conocía a William Borg desde hacía quince años. Una vez trabajaron juntos como reporteros suplentes de economía en un diario matutino. Tal vez se debiera a una falta de química personal, pero lo cierto es que allí se asentó la base de su eterna enemistad. A ojos de Mikael, Borg no sólo era un pésimo periodista, sino también una persona mezquina, vengativa y pesada, que incordiaba a los que le rodeaban con chistes y bromas estúpidas, y que hablaba con desprecio de los reporteros de más edad, evidentemente mucho más experimentados. En especial le caían mal las reporteras veteranas. Tuvieron una primera discusión, a la que le sucedieron otros enfrentamientos, hasta que su antagonismo se convirtió en un asunto personal.
Luego, a lo largo de los años, Mikael y William Borg se encontraron con cierta regularidad, pero no fue hasta finales de los años noventa cuando se hicieron enemigos de verdad. Mikael publicó un libro sobre el periodismo económico, con numerosas citas de una serie de estúpidos artículos que llevaban la firma de Borg. En la versión de Mikael, Borg era caracterizado como un perfecto pedante que lo entendía todo al revés y que escribía artículos-homenaje a empresas puntocom al borde de la quiebra. A Borg no le hizo ninguna gracia el análisis de Mikael, y en un encuentro casual en un bar del barrio de Söder faltó poco para que se liaran a puñetazos. Por las mismas fechas, Borg abandonó el periodismo para trabajar de informador -cobrando un sueldo considerablemente más alto- en una empresa que, para colmo, estaba dentro de la esfera de intereses del industrial Hans-Erik Wennerström.
Estuvieron mirándose el uno al otro durante un buen rato; luego Mikael se dio la vuelta y se marchó, ir al juzgado sólo para reírse a carcajadas de él era muy típico de Borg.
Mientras iba andando, pasó el autobús 40 y subió, más que nada para alejarse del lugar cuanto antes. Bajó en Fridhemsplan y se quedó en la parada indeciso, con la sentencia aún en la mano. Finalmente, decidió cruzar la calle hasta el Kafé Anna, al lado del garaje de la jefatura de policía.
Menos de medio minuto después de haber pedido un caffè latte y un sándwich empezó el boletín informativo en la radio. Su historia se comentó en tercer lugar, después de la de un terrorista suicida en Jerusalén y la noticia de que el gobierno había constituido una comisión investigadora para estudiar la presunta formación de un cártel en el sector de la construcción.
Esta misma mañana el periodista Mikael Blomkvist de la revista Millennium ha sido condenado a tres meses de cárcel por haber difamado gravemente al industrial Hans-Erik Wennerström. En un artículo sobre el llamado «caso Minos», publicado a principios de año, Blomkvist afirmaba que Wennerström empleó fondos públicos -destinados a inversiones industriales en Polonia- para el tráfico de armas. Mikael Blomkvist también ha sido condenado a pagar ciento cincuenta mil coronas de indemnización por daños y perjuicios. En un comunicado, Bertil Camnermarker, abogado de Wennesrström, dice que su cliente está contento con la sentencia. «Se trata de un caso de difamación sumamente grave», ha manifestado.