– No hemos hablado de tu remuneración -replicó Henrik Vanger.
– No es necesario.
– Si dices que no, no te puedo obligar. Pero escucha lo que te ofrezco. Dirch Frode ya ha redactado un contrato. Podemos negociar los detalles, pero las cláusulas son sencillas y lo único que falta es tu firma.
– Henrik, nada de esto tiene sentido. No puedo resolver el enigma de la desaparición de Harriet.
– Según el contrato, no hará falta. Lo único que te pido es que hagas todo lo que esté en tus manos. Si fracasas, será la voluntad de Dios o, si no eres creyente, del destino.
Mikael suspiró. Había empezado a sentirse cada vez más incómodo y quería terminar la visita a Hedeby, pero aun así claudicó.
– Vale. Te escucho.
– Quiero que te quedes en Hedeby un año; que vivas y trabajes aquí. Quiero que repases toda la documentación que hay sobre la desaparición de Harriet, folio por folio. Quiero que unos nuevos ojos lo examinen todo. Quiero que pongas en duda todas las viejas conclusiones, al igual que haría un periodista de investigación. Quiero que busques cosas que quizá a la policía, a mí y a otros detectives se nos hayan pasado por alto.
– Me pides que abandone toda mi vida y mi carrera para dedicarme un año entero a algo que es una total pérdida de tiempo.
De repente Henrik Vanger sonrió.
– Por lo que respecta a tu carrera profesional, tienes que admitir que está en un momento bastante flojo.
Mikael no supo qué replicar.
– Quiero comprar un año de tu vida. Un trabajo. El sueldo es la mejor oferta que te harán jamás. Te pago doscientas mil coronas al mes, o sea, dos mil cuatrocientas coronas si aceptas y te quedas todo el año.
Mikael se quedó de piedra.
– No me hago ilusiones. Sé que la probabilidad de que tengas éxito es mínima, pero si, contra todo pronóstico, resolvieras el enigma, te ofrezco una bonificación: el doble, o sea, cuatro mil ochocientas coronas. Seamos generosos y redondeemos; lo dejamos en cinco millones. -Henrik Vanger se acomodó en la silla y ladeó la cabeza-. Puedo ingresarte el dinero en la cuenta que quieras de cualquier parte del mundo. También te lo puedo dar en un maletín, así que será cosa tuya si quieres declarar los ingresos a Hacienda.
– Esto es… absurdo -tartamudeó Mikael.
– ¿Por qué? -preguntó Henrik Vanger con una gran tranquilidad-. Tengo más de ochenta años y sigo en plena posesión de mis facultades. Tengo una fortuna personal muy grande de la que dispongo como quiero. No tengo hijos ni ganas de dar el dinero a unos familiares a los que odio. Ya he redactado mi testamento; la mayoría del dinero lo donaré a WWF. Unas pocas personas cercanas a mí recibirán una buena suma, por ejemplo Anna, mi ama de llaves.
Mikael negaba con la cabeza.
– Procura entenderme. Soy viejo y dentro de poco estaré muerto. No hay nada que desee más en el mundo que responder a la pregunta que me lleva torturando durante casi cuarenta años. No creo que lo logre nunca, pero tengo los suficientes medios como para intentarlo por última vez. ¿Por qué iba a ser absurdo que empleara una parte de mi fortuna para tal fin? Se lo debo a Harriet. Y me lo debo a mí mismo.
– Me vas a pagar millones de coronas para nada. Todo lo que tengo que hacer es firmar el contrato y luego estar un año tocándome las narices.
– No lo harás. Todo lo contrario: trabajarás más de lo que has trabajado en toda tu vida.
– ¿Cómo estás tan seguro?
– Porque te voy a ofrecer algo que el dinero no es capaz de comprar, pero que tú deseas más que nada en el mundo.
– ¿Y qué es?
Los ojos de Henrik Vanger se entornaron.
– Te puedo dar a Hans-Erik Wennerström. Demostraré que se trata de un estafador. Da la casualidad de que empezó su carrera profesional conmigo hace treinta y cinco años, y puedo servirte su cabeza en bandeja de plata. Resuelve el caso y convertirás tu derrota en los juzgados en el reportaje del año.
Capítulo 7 Viernes, 3 de enero
Erika dejó la taza de café sobre la mesa y le dio la espalda a Mikael. Se acercó a la ventana y se puso a contemplar las vistas sobre Gamla Stan. Estaban a 3 de enero y eran las nueve de la mañana. La nieve había desaparecido ya a causa de las lluvias caídas en Nochevieja y Año Nuevo.
– Siempre me han gustado estas vistas -dijo ella-. Sólo una casa como ésta podría hacerme abandonar Saltsjöbaden.
– Tienes las llaves. Abandona la reserva de ricos en la que vives y vente cuando quieras -replicó Mikael.
Cerró la maleta y la dejó en la entrada. Erika se dio la vuelta y se quedó mirándolo algo incrédula.
– Esto es increíble. Estamos en medio de una tremenda crisis y a ti no se te ocurre más que hacer las maletas y largarte a vivir al culo del mundo.
– Hedestad. A unas horas de tren. Y no es para siempre.
– Para mí es como si fuera Ulan Bator. ¿No te das cuenta de que va a parecer que huyes como un perro con el rabo entre las piernas?
– Bueno, en el fondo es lo que estoy haciendo. Además, este año también tengo que cumplir la sentencia.
Christer Malm estaba sentado en el sofá. Se sentía algo incómodo; desde que fundaron Millennium era la primera vez que veía a Erika y Mikael en tan irreconciliable desacuerdo. Siempre habían sido inseparables. Es cierto que podían enzarzarse en acaloradas discusiones, pero siempre a causa de temas muy concretos; y cuando las cosas se aclaraban, terminaban abrazándose y yéndose por ahí de juerga. O directos a la cama. Ese último otoño no había sido precisamente alegre y ahora un abismo parecía abrirse entre ellos. Christer Malm se preguntó si estaba asistiendo al principio del fin de Millennium.
– No tengo elección -dijo Mikael-. No tenemos elección.
Se sirvió café y se sentó a la mesa de la cocina. Erika, incrédula, movió la cabeza de un lado para otro y se sentó enfrente.
– ¿Tú qué piensas, Christer? -preguntó ella.
Christer hizo un gesto con las manos sin saber qué responder. Esperaba la pregunta y temía el momento en el que se viera obligado a tomar partido. Era el tercer socio, pero todo el mundo sabía que Millennium estaba constituido por Mikael y Erika. Sólo le pedían su opinión cuando no se ponían de acuerdo.
– Sinceramente -contestó Christer-, los dos sabéis muy bien que mi opinión no cuenta.
Se calló. A él lo que realmente le gustaba era el diseño gráfico; le encantaba trabajar con las imágenes. Nunca se había considerado artista, pero sabía que como diseñador tenía un don divino. En cambio, se le daban fatal las intrigas y las decisiones sobre la política de la empresa.
Erika y Mikael se miraron. Ella, enfadada y con bastante frialdad. Él, pensativo.
«Esto no es ninguna pelea -pensó Christer Malm-. Es un divorcio.» Mikael rompió el silencio:
– Vale, déjame repasar los argumentos por última vez -dijo, mirando fijamente a Erika-. Esto no significa que yo abandone Millennium; hemos trabajado demasiado duro y no haré semejante cosa.
– Pero a partir de ahora no estarás en la redacción; Christer y yo vamos a tener que cargar con todo. ¿No lo entiendes? El que se exilia eres tú.
– Ése es el segundo punto. Necesito un descanso, Erika. Ya no puedo más. Estoy hecho polvo. Tal vez unas vacaciones pagadas en Hedeby sean justo lo que necesito.
– Toda esa historia es absurda, Mikael. Ya puestos podrías irte a trabajar a Marte. Total…
– Ya, pero me van a pagar dos mil cuatrocientas coronas por pasarme allí un año con el culo pegado a una silla; y no voy a estar de brazos cruzados. Ese es el tercer punto. El primer asalto contra Wennerström ha finalizado y me ha dejado KO. El segundo asalto ya ha empezado; intentará hundir a Millennium para siempre porque sabe que mientras exista la revista habrá una redacción al tanto de la clase de persona que es.