SEGUNDA PARTE. Análisis de consecuencias
En Suecia el cuarenta y seis por ciento de las mujeres
han sufrido violencia por parte de algún hombre.
Capítulo 8 Viernes, 3 de enero – Domingo, 5 de enero
Cuando Mikael Blomkvist se apeó del tren en Hedestad por segunda vez, el cielo tenía un tono azul pastel y el aire era gélido. El termómetro de la fachada principal de la estación marcaba 18 grados bajo cero. Al igual que en la última ocasión, calzaba unos zapatos de suela fina, muy poco apropiados. Sin embargo, a diferencia de lo que había ocurrido entonces, no había ningún abogado Frode esperándolo con un coche de cálido interior. Mikael había anunciado su llegada, pero no dijo en qué tren exactamente. Suponía que habría algún autobús para Hedeby, pero no tenía ganas de cargar con dos pesadas maletas y una bandolera mientras lo buscaba. En su lugar, cruzó la plaza hasta la parada de taxis.
Entre Navidad y Año Nuevo había estado nevando copiosamente a lo largo de toda la costa de Norrland y, a juzgar por los bordes de las calles y los montones de nieve acumulada, las máquinas quitanieves ya llevaban algún tiempo trabajando sin cesar. El taxista que, según la licencia del parabrisas, se llamaba Hussein, movió la cabeza de un lado a otro cuando Mikael le preguntó si el tiempo había sido muy malo. Con un acento de Norrland muy pronunciado, le contó que habían sufrido la peor tormenta de nieve de las últimas décadas, y que se, arrepentía amargamente de no haber cogido vacaciones para pasar la Navidad en Grecia.
Mikael le indicó al taxista el camino hasta el patio de la casa de Henrik Vanger, del que acababan de quitar la nieve. Dejó sus maletas junto al porche y vio cómo el coche desaparecía de regreso a Hedestad. De repente se sintió solo y confuso. Quizá Erika tuviera razón al insistir en que toda esa historia era una locura.
Oyó la puerta abrirse a sus espaldas y se dio media vuelta. Henrik Vanger iba bien abrigado con un grueso abrigo de cuero, unas buenas botas y una gorra con orejeras. Mikael llevaba vaqueros y una fina cazadora de piel.
– Si vas a vivir aquí, tendrás que aprender a vestirte mejor durante esta época del año.
Se estrecharon las manos.
– ¿Seguro que no quieres alojarte en la casa principal? ¿No? Bueno, entonces empezaremos por instalarte en tu nueva vivienda.
Mikael asintió. Una de sus exigencias había sido disponer de una vivienda donde él mismo pudiera encargarse de las tareas domésticas y entrar y salir cuando quisiera. Henrik Vanger llevó a Mikael camino abajo en dirección al puente. Luego cruzaron una verja y entraron en el patio delantero de una pequeña casa de madera situada casi al pie del puente. Acababan de quitar la nieve. La casa no estaba cerrada con llave y el viejo le abrió la puerta a Mikael. Entraron en un pequeño recibidor donde Mikael, suspirando de alivio, dejó las maletas.
– Esto es lo que nosotros llamamos la casita de invitados; aquí solemos alojar a la gente que se queda más tiempo. Fue aquí donde vivisteis tú y tus padres en 1963. De hecho, se trata de una de las casas más antiguas del pueblo, aunque está modernizada. Esta misma mañana le pedí a Gunnar Nilsson, que me ayuda con los trabajos de la finca, que pusiera la calefacción.
La casa se componía de una gran cocina y dos pequeñas habitaciones; en total, unos cincuenta metros cuadrados. La cocina ocupaba la mitad de la superficie y tenía una encimera eléctrica, una pequeña nevera y agua corriente. Junto a la pared del recibidor también había una vieja cocina de hierro con un buen fuego que llevaba ardiendo todo el día.
– No hace falta que la enciendas si no hace mucho frío. El cajón de leña está en el recibidor, pero encontrarás más en el cobertizo que hay detrás de la casa. Aquí no ha vivido nadie desde el otoño; la hemos encendido esta misma mañana para calentar la casa. Con los radiadores eléctricos tendrás bastante durante el día. Pero ten cuidado: no los cubras con ropa; podrías provocar un incendio.
Mikael asintió y miró a su alrededor. Había ventanas en tres de las paredes; desde la mesa tenía vistas al puente, situado a unos treinta metros. El mobiliario consistía en unos grandes armarios, unas sillas, un viejo arquibanco de cocina y una estantería con una pila de revistas. En lo alto del montón se veía un número de Se que databa de 1967. En un rincón había otra mesa más pequeña que podría usar para trabajar.
La puerta de entrada a la cocina estaba a un lado de la cocina de hierro. En el otro lado, había dos puertas estrechas que daban a las dos habitaciones. La de la derecha, más cercana a la pared exterior, era más bien un pequeño trastero habilitado y amueblado con una pequeña mesa de trabajo, una silla y una estantería que cubría la pared más larga. Servía como estudio. La otra estancia, entre ese cuarto de trabajo y el recibidor, era un dormitorio bastante pequeño. El mobiliario lo componían una estrecha cama de matrimonio, una mesilla y un armario. En las paredes colgaban unos cuadros con motivos paisajísticos. Los muebles y el papel de las paredes eran viejos y habían perdido su color, pero todo olía bien, a limpio. Alguien le había dado un repaso al suelo con una buena dosis de jabón. En el dormitorio también había una puerta lateral que daba al recibidor, donde otro viejo trastero había sido convertido en cuarto de baño con una pequeña ducha.
– Tal vez tengas problemas con el agua -dijo Henrik Vanger-. Esta misma mañana hemos comprobado que las tuberías van bien, pero como están casi a ras de suelo es posible que se congelen si sigue haciendo tanto frío durante mucho más tiempo. Hay un cubo en la entrada; si te hace falta, puedes subir a mi casa a por agua.
– Necesitaré un teléfono -dijo Mikael.
– Ya lo he pedido. Vendrán a instalártelo pasado mañana. Bueno, ¿qué te parece? Si cambias de opinión, puedes trasladarte a la casa grande en el momento que quieras.
– Todo es estupendo -contestó Mikael, lejos de convencerse, no obstante, de que la situación en la que se había metido fuera muy sensata.
– Me alegro. Nos queda más o menos una hora de luz antes de que anochezca. ¿Damos una vuelta para que te vayas familiarizando con el pueblo? Te recomiendo que te pongas unas botas y unos calcetines gordos. Los encontrarás en el armario del recibidor.
Mikael hizo lo que Henrik le acababa de decir y decidió que mañana mismo iría a comprarse unos calzoncillos largos y unas buenas botas de invierno.
El viejo empezó el paseo explicando que el vecino del otro lado del camino era Gunnar Nilsson, el ayudante que Henrik Vanger insistía en llamar bracero, pero Mikael no tardó en comprender que se trataba más bien de la persona que se ocupaba del mantenimiento de todas las casas de la isla de Hedeby y que, además, era el administrador de varios inmuebles de la ciudad de Hedestad.
– Es hijo de Magnus Nilsson, que fue mi bracero en los años sesenta y uno de los hombres que ayudó el día del accidente del puente. Magnus vive todavía, pero ya se ha jubilado y ahora reside en Hedestad. Gunnar vive en esta casa con su mujer, Helen. Los niños ya se han ido. -Henrik Vanger hizo una pausa y meditó un rato antes de volver a tomar la palabra-. Mikael, la versión oficial es que tú estás aquí porque me vas a ayudar a redactar mi autobiografía. Eso te dará un pretexto para husmear por todos los rincones y para hacerle preguntas a la gente. La verdadera naturaleza de tu misión es algo que queda entre tú, yo y Dirch Frode. Somos los únicos que la conocemos
– De acuerdo. Aunque, insisto, es una pérdida de tiempo. No voy a ser capaz de resolver el misterio.