– Todo lo que te pido es que lo intentes. Pero debemos tener cuidado con lo que decimos cuando no estemos solos.
– Vale.
– Gunnar cuenta ahora con cincuenta y seis años y, por lo tanto, tenía diecinueve cuando desapareció Harriet. Hay una cosa que nunca me ha quedado clara. Harriet y Gunnar eran buenos amigos y creo que hubo una especie de romance juvenil entre los dos, él, por lo menos, se interesaba mucho por ella. Sin embargo, el día en el que Harriet desapareció estaba en Hedestad y fue uno de los que se quedaron aislados en la parte continental cuando se bloqueó el puente. Debido a su relación, naturalmente, Gunnar fue investigado con especial meticulosidad. Le resultó bastante desagradable, pero la policía investigó su coartada y ésta pudo comprobarse. Pasó todo el día con unos amigos y no volvió aquí hasta muy tarde
– Supongo que tienes una lista detallada de los que se encontraban en la isla aquel día y de sus actividades.
– Por supuesto. ¿Seguimos?
Se detuvieron en el cruce de caminos de la colina, delante de la Casa Vanger; Henrik señaló con el dedo el viejo puerto pesquero.
– Toda la isla pertenece a la familia Vanger; bueno, para ser más exactos, a mí. La excepción la componen la granja de Östergården y unas pocas casas que hay aquí en el pueblo. Las viejas casetas de los pescadores del antiguo puerto pesquero ya se han vendido, pero se usan como residencias veraniegas y, por lo general, están deshabitadas en invierno; excepto la del final. ¿Ves aquella casa de la que sale humo por la chimenea?
Mikael asintió. El frío ya le había calado hasta los huesos.
– Una casucha con unas terribles corrientes de aire; allí vive Eugen Norman todo el año. Tiene setenta y siete años y dice que es pintor. A mí me parece más bien arte de mercadillo, aunque se le conoce bastante como paisajista. Viene a ser el típico bohemio que hay en cualquier pueblo.
Henrik Vanger condujo a Mikael por el camino que iba hasta la punta de la isla, señalándole casa tras casa. El pueblo lo conformaban seis casas en el lado oeste del camino y cuatro en el este. La primera, la más cercana a la casa de Mikael y a la Casa Vanger, pertenecía a Harald, el hermano de Henrik. Se trataba de una construcción cuadrada de piedra, de dos plantas. A primera vista parecía abandonada; las cortinas estaban corridas y el camino hasta la puerta se encontraba cubierto por medio metro de nieve. Al echar una segunda ojeada, unas huellas revelaron que alguien se había abierto camino entre la nieve.
– Harald es un solitario. Nunca nos hemos llevado bien. Aparte de las peleas sobre la empresa, de la que él también es socio, apenas hemos hablado en más de sesenta años. Es mayor que yo; tiene noventa y dos años y es el único de mis cinco hermanos que sigue vivo. Estudió medicina y trabajó principalmente en Uppsala; luego te contaré los detalles… Regresó cuando cumplió setenta años.
– Sí, ya sé que no os caéis bien. Y, aun así, sois vecinos.
– Me resulta repugnante y habría preferido que se quedara en Uppsala, pero es el propietario de la casa. Te pareceré malvado, ¿verdad?
– Me pareces alguien a quien no le gusta su hermano.
– Dediqué los primeros veinticinco o treinta años de mi vida a disculpar y perdonar a gente como Harald porque éramos familia. Luego descubrí que el parentesco no es una garantía de amor y que me faltaban razones para defender a Harald.
La siguiente casa pertenecía a Isabella, la madre de Harriet Vanger.
– Cumplirá setenta y cinco este año y sigue igual de elegante y vanidosa que siempre. Además, es la única del pueblo que habla con Harald y que, de vez en cuando, le hace una visita. Pero no tienen mucho en común.
– ¿Cómo era la relación con su hija?
– Bien pensado. Incluso las mujeres deben formar parte del círculo de sospechosos. Ya te he contado que muchas veces abandonaba a sus hijos a su suerte. No lo sé; creo que tenía buenas intenciones pero que, simplemente, no era capaz de asumir responsabilidades. No estaban muy unidas, aunque tampoco eran enemigas. Isabella puede resultar algo dura, pero a veces parece no hallarse del todo en sus cabales. Ya entenderás lo que te quiero decir cuando la conozcas.
La vecina de Isabella era una tal Cecilia Vanger, hija de Harald.
– Antes estaba casada y vivía en Hedestad, pero se separó hace más de veinte años. Soy el propietario de la casa y la invité a instalarse ahí. Cecilia es profesora y en muchos sentidos es justamente lo opuesto a su padre. Debo añadir que tampoco ellos se hablan más de lo necesario.
– ¿Y qué edad tiene?
– Nació en 1946, así que tenía veinte años cuando Harriet desapareció. Y sí, formaba parte de los invitados de la isla aquel día. -Henrik Vanger reflexionó un instante-. Cecilia puede dar la impresión de ser bastante voluble, pero, en realidad, es aguda como pocos. No la subestimes. Si hay alguien que puede darse cuenta de tu verdadera misión, es ella. Uno de los familiares que más aprecio.
– Entonces ¿no sospechas de ella?
– No he dicho eso. Quiero que lo cuestiones todo sin ningún tipo de prejuicios, independientemente de lo que yo pueda pensar o creer.
La casa aledaña a la de Cecilia pertenecía a Henrik Vanger, pero se la había alquilado a una pareja mayor que en su día trabajó en la dirección del Grupo Vanger. Se mudaron a la isla de Hedeby en los años ochenta; por lo tanto, no tenían nada que ver con la desaparición de Harriet. La siguiente casa era propiedad de Birger Vanger, hermano de Cecilia Vanger. Hacía varios años que permanecía vacía, desde que Birger Vanger se instalara en un moderno chalé de la ciudad de Hedestad.
Casi todas las construcciones situadas a lo largo del camino eran sólidas casas de piedra de principios del siglo pasado. La última casa se diferenciaba de las demás por su diseño arquitectónico: un moderno chalé de ladrillo blanco y oscuros marcos en las ventanas. Se hallaba en un sitio privilegiado; Mikael suponía que las vistas desde la planta de arriba debían de ser espectaculares: daba al mar por el este y a Hedestad por el norte.
– Aquí vive Martin Vanger, el hermano de Harriet y director ejecutivo del Grupo Vanger. En este solar se ubicaba antes la casa rectoral, pero fue parcialmente destruida por un incendio en los años setenta; Martin hizo construir el chalé en 1978, cuando asumió el cargo de director.
Al fondo, en la parte este del camino, vivían Gerda Vanger -la viuda de Greger, otro hermano de Henrik- y su hijo, Alexander Vanger.
– Gerda está enferma: sufre de reumatismo. Alexander es socio minoritario del Grupo Vanger, pero dirige sus propios negocios, entre los que se cuentan algunos restaurantes. Suele pasar varios meses al año en Barbados, en las Antillas Holandesas, donde ha invertido dinero en el sector del Turismo.
Entre la casa de Gerda y la de Henrik Vanger había un solar con dos pequeños edificios que estaban vacíos y que se usaban como casas de invitados para alojar a los distintos miembros de la familia cuando venían de visita. Al otro lado de la Casa Vanger había otra casa, vendida a un empleado retirado. Vivía allí con su mujer, pero ahora no había nadie porque la pareja pasaba todo el invierno en España.
Volvieron a salir al cruce, lo cual ponía fin al paseo. Ya estaba anocheciendo. Mikael tomó la iniciativa y dijo:
– Henrik, no puedo más que repetir que todo esto no dará resultado, pero haré el trabajo para el que me has contratado: voy a escribir tu autobiografía y accederé a tus deseos leyendo todo el material sobre Harriet Vanger tan crítica y meticulosamente como sea capaz. Sólo quiero que quede claro que no soy un detective privado, para que no albergues falsas esperanzas.
– No espero nada. Sólo quiero realizar un último intento de encontrar la verdad.
– Bien.
– Soy un ave nocturna -dijo Henrik Vanger-. Estaré a tu disposición desde la hora de comer en adelante. Voy a preparar un estudio aquí arriba que podrás utilizar cada vez que lo desees.