– No, gracias. Ya tengo un cuarto para trabajar en mi casita.
– Como quieras.
– Cuando necesite hablar contigo, nos veremos en tu estudio, pero no voy a empezar esta misma noche a avasallarte con preguntas.
– De acuerdo.
El viejo le resultó sospechosamente discreto.
– Me llevará un par de semanas estudiar todo el material. Trabajaremos en dos frentes. Nos veremos un par de horas al día para conversar y reunir material sobre tu biografía. Cuando tenga que hacerte preguntas sobre Harriet, te avisaré.
– Me parece muy sensato.
– Voy a trabajar muy libremente, sin horario fijo.
– Organízate como más te convenga.
– No te olvides de que tengo que ir a la cárcel un par de meses. No sé cuándo, pero no voy a recurrir la sentencia. Lo más seguro es que sea este año.
Henrik Vanger arqueó las cejas.
– Eso es una contrariedad. Pero ya lo resolveremos cuando llegue el momento. Puedes pedir una prórroga.
– Si las cosas van bien y tengo suficiente material, podré trabajar en el libro sobre tu familia desde la cárcel; ya hablaremos de ello si se diera el caso. Una cosa más: sigo siendo copropietario de Millennium, una revista en crisis, de momento. Si ocurre algo que requiera mi presencia en Estocolmo, no tendré más remedio que dejar todo esto e ir hasta allí.
– No te he contratado para que seas mi esclavo. Quiero que seas consecuente y constante con el trabajo que te he dado, pero, por supuesto, ponte tú mismo los horarios y organízate como más te convenga. Si necesitas coger unos días libres, hazlo; pero si descubro que pasas del trabajo, daré por hecho que has incumplido el contrato.
Mikael asintió. Henrik Vanger miró hacia el puente. El viejo estaba flaco y de repente a Mikael le pareció un pobre espantapájaros.
– En cuanto a Millennium, deberíamos reunimos para tratar la naturaleza de esa crisis; si yo pudiera ayudar de alguna manera…
– La mejor ayuda sería servirme hoy mismo la cabeza de Wennerström en una bandeja.
– No, no. Eso no lo voy a hacer. -El viejo le lanzó una incisiva mirada a Mikael-. La única razón por la que has aceptado este trabajo es porque yo te he prometido desenmascarar a Wennerström. Si lo hiciera ahora, podrías abandonar tu trabajo en cuanto te diera la gana. Esa información te la proporcionaré dentro de un año.
– Henrik, perdóname por lo que te voy a decir, pero ni siquiera puedo estar seguro de que sigas vivo dentro de un año.
Henrik Vanger suspiró mirando pensativo hacia el puerto pesquero.
– Tienes razón. Se lo comentaré a Dirch Frode, a ver si se nos ocurre algo. Pero en cuanto a Millennium, quizá yo pueda ayudar de otra manera. Si lo he entendido bien, son los anunciantes los que se retiran.
Mikael asintió lentamente con la cabeza.
– Los anunciantes constituyen el problema más inmediato, pero la crisis es más profunda. Una cuestión de credibilidad. No importa cuántos anunciantes haya si nadie quiere comprar la revista.
– Lo entiendo. Pero, aunque no participe activamente, sigo siendo miembro de la junta directiva de un grupo empresarial bastante importante. Nosotros también tenemos que anunciarnos en algún sitio. Ya hablaremos del asunto. ¿Quieres quedarte a cenar…?
– No. Quiero organizarme un poco, ir al supermercado y dar una vuelta por ahí. Mañana iré a Hedestad a comprar ropa de invierno.
– Buena idea.
– Me gustaría que trasladaras el archivo de Harriet a mi casa.
– Debe ser manejado…
– Con gran cuidado; ya lo sé.
Mikael regresó a su casa y, nada más entrar en ésta, comenzaron a castañetearle los dientes. Miró el termómetro exterior de la ventana. Marcaba 15 grados bajo cero; no recordaba haber tenido nunca tanto frío metido en el cuerpo como después del paseo que acababa de dar, de apenas veinte minutos.
Dedicó la siguiente hora a instalarse en la que iba a ser su nueva casa durante ese año. Sacó la ropa de la maleta y la puso en el ropero del dormitorio. Colocó los útiles de aseo en el armario del cuarto de baño. La otra maleta era muy grande y tenía ruedas. De ella sacó libros, cedes, un reproductor de discos compactos, cuadernos, un pequeña grabadora Sanyo, un escáner Microtek, una impresora portátil de inyección de tinta, una cámara digital Minolta y otros objetos que consideraba imprescindibles para su año de exilio.
Colocó los libros y los cedes en la librería del estudio, al lado de dos carpetas que contenían documentos de su investigación sobre Hans-Erik Wennerström. El material carecía de valor, pero no podía deshacerse de él. Aquellas dos carpetas tenían que convertirse de alguna manera en la base sobre la que edificar su nueva carrera profesional.
Por último, abrió la bandolera y colocó su iBook en la mesa del cuarto de trabajo. Luego se detuvo y miró a su alrededor con cara de tonto. The benefits of living in the countryside. De repente, se dio cuenta de que no tenía dónde conectar el cable de banda ancha. Ni siquiera había una toma telefónica para un viejo módem.
Mikael volvió a la cocina y, desde su móvil, llamó a Telia, la compañía telefónica. Tras no pocos inconvenientes consiguió que alguien buscara la solicitud que había hecho Henrik Vanger. Preguntó si la línea tenía capacidad para ADSL y le contestaron que sería posible a través de un relé instalado en Hedeby, pero que les llevaría unos días.
Eran más de las cuatro de la tarde cuando Mikael terminó de ordenarlo todo. Volvió a ponerse los calcetines de lana y las botas, y se abrigó con un jersey más. Ya en la puerta se detuvo; no le habían dado las llaves de la casa, y sus instintos urbanos se rebelaban contra el principio de dejar la puerta sin cerrar. Volvió a la cocina y abrió los cajones. Al final encontró la llave colgando de un clavo de la despensa.
El termómetro había bajado a 17 grados bajo cero. Mikael cruzó el puente apresuradamente y subió la cuesta, pasando por delante de la iglesia. Tenía el supermercado Konsum muy a mano, apenas a unos trescientos metros. Llenó dos bolsas hasta arriba de productos básicos, que cargó hasta la casa antes de cruzar el puente de nuevo. Esta vez entró en el Café de Susanne. Tras el mostrador había una mujer de unos cincuenta años. Le preguntó si era Susanne y se presentó diciendo que seguramente se convertiría en un cliente habitual. En ese momento no había nadie más, y Susanne lo invitó a café cuando pidió un sándwich y compró pan y unos bollos para llevar. Cogió del revistero el periódico local -Hedestads-Kuriren- y se sentó a una mesa con vistas al puente y a la iglesia, cuya fachada estaba iluminada. En medio de esa oscuridad parecía una postal de Navidad. Tardó alrededor de cuatro minutos en leer el periódico. La única noticia de interés era un breve texto sobre un político municipal llamado Birger Vanger (de los liberales) que quería apostar por el IT TechCent, un centro de alta tecnología de Hedestad. Se quedó media hora en el café hasta que Susanne cerró, a las seis.
A las siete y media de la tarde, Mikael llamó a Erika, pero el abonado no estaba disponible. Se sentó en el arquibanco de la cocina e intentó leer una novela que, según el texto de la contracubierta, constituía el sensacional debut de una feminista adolescente. La novela trataba de los intentos de la autora por poner orden en su vida sexual durante un viaje a París, y Mikael se preguntaba si a él lo llamarían feminista en el caso de que escribiera una novela sobre su vida sexual en estilo estudiantil. Probablemente no. Había comprado el libro sobre todo porque la editorial alababa a la escritora y la bautizaba como «la nueva Carina Rydberg». Tardó poco en constatar que no era cierto, ni estilísticamente ni en cuanto al contenido. Al cabo de un rato dejó la novela y, en su lugar, se puso a leer un relato del vaquero Hopalong Cassidy publicado en la revista Rekordmagasinet de los años cincuenta.
Cada media hora se oía el tañido breve y apagado del campanario de la iglesia. Las ventanas de la casa de Gunnar Nilsson, al otro lado del camino, estaban iluminadas pero no se veía a nadie. En la casa de Harald Vanger reinaba la oscuridad. Sobre las nueve, un coche cruzó el puente y desapareció con dirección a la punta de la isla. A medianoche la iluminación de la fachada de la iglesia se apagó. Ésa era, al parecer, toda la vida nocturna existente en Hedeby un viernes por la noche del mes de enero. Un silencio sepulcral.