Se lo debía; y ella siempre pagaba sus deudas.
Fue Palmgren el que puso en alquiler el apartamento de la madre de Lisbeth en Lundagatan, hasta que la joven necesitó una vivienda. El piso, de cuarenta y nueve metros cuadrados, estaba sin reformar y era algo cutre; pero al menos Lisbeth tenía un techo bajo el que dormir.
Ahora Palmgren era historia y otro vínculo más con la sociedad «normal» se había roto. Nils Bjurman pertenecía a otra clase de personas. Lisbeth tenía claro que no pasaría la Nochebuena en su casa. La primera medida que él tomó fue introducir nuevas reglas referentes a cómo administrar el dinero de la cuenta corriente de Handelsbanken. Palmgren, despreocupadamente, había interpretado la ley a su manera y dejó que ella misma se hiciera cargo de su propia economía. Ella pagaba sus facturas y disponía del dinero a su antojo.
Lisbeth había preparado el encuentro con Bjurman una semana antes de Navidad, y cuando lo tuvo delante intentó explicarle que su predecesor confiaba en ella y nunca tuvo razón para no hacerlo; que Palmgren la dejaba llevar su propia vida sin meterse en sus asuntos privados.
– Ése es uno de los problemas -contestó Bjurman, golpeando el expediente con el dedo.
Le soltó un largo discurso sobre las reglas y los decretos estatales vigentes referentes a la tutela y luego le comunicó que las cosas tenían que cambiar.
– Te dejó a tu aire, ¿a que sí? Me pregunto cómo se lo permitieron.
«Porque era un loco socialdemócrata que llevaba casi cuarenta años ocupándose de niños conflictivos.»
– Ya no soy una niña -dijo Lisbeth Salander como si eso fuese suficiente explicación.
– No, no eres una niña. Pero a mí me han nombrado tu administrador y, mientras lo sea, tendré responsabilidad jurídica y económica sobre ti.
Empezó por abrir una nueva cuenta corriente, a nombre de Lisbeth, pero controlada por él. A partir de ahora, y una vez comunicado el número al departamento de personal de Milton Security, ésa sería la cuenta que ella debía usar. Salander comprendió que la buena vida se había acabado; en lo sucesivo, el abogado Bjurman pagaría sus facturas y le daría cada mes una paga fija para sus gastos. Ella tendría que presentar facturas de todo. Decidió asignarle mil cuatrocientas coronas por semana «para comida, ropa, cine y esas cosas».
Dependiendo de cuánto trabajara, Lisbeth Salander ganaba alrededor de ciento sesenta mil coronas al año. Podría doblar fácilmente esa suma trabajando a jornada completa y aceptando todos los trabajos que Dragan Armanskij le ofreciera. Pero tenía pocos gastos y no necesitaba mucho dinero. El coste del piso rondaba las dos mil coronas al mes y, a pesar de sus modestos ingresos, tenía noventa mil en su cuenta de ahorro, una cantidad de la que ya no podía disponer.
– Es que ahora soy yo el responsable de tu dinero -le explicó Bjurman-. Tienes que ahorrar para el futuro. Pero no te preocupes; yo me encargaré de todo.
«¡Me las he arreglado sola desde que tenía diez años, maldito hijo de puta!»
– Socialmente funcionas lo bastante bien como para que no sea necesario internarte, pero la sociedad tiene una responsabilidad para contigo.
Le hizo un meticuloso interrogatorio sobre su trabajo en Milton Security. Ella mintió instintivamente y le dio una descripción de sus primeras semanas en la empresa. El abogado Bjurman, por tanto, tuvo la impresión de que preparaba el café y distribuía el correo, unas actividades apropiadas para alguien con tan pocas luces. Pareció satisfecho con las respuestas.
Lisbeth no sabía por qué había mentido, pero estaba convencida de que se trataba de una decisión inteligente. Si el abogado Bjurman hubiera figurado en una lista de insectos en peligro de extinción, ella, sin dudarlo ni un momento, lo habría pisado con el tacón de su zapato.
Mikael Blomkvist pasó cinco horas en compañía de Henrik Vanger y luego dedicó gran parte de la noche, y todo el martes, a pasar a limpio sus apuntes y completar el rompecabezas genealógico de la familia Vanger. La historia familiar que salía a flote en las conversaciones con Henrik Vanger era una versión dramáticamente diferente a la oficial. Mikael era consciente de que todas las familias tenían trapos sucios que lavar, pero la familia Vanger necesitaba una lavandería entera para ella sola.
Ante esta situación, Mikael se vio obligado a recordarse a sí mismo que su verdadera misión no consistía en redactar una autobiografía de la familia Vanger, sino en averiguar qué le pasó a Harriet Vanger. Había aceptado el encargo consciente de que, en la práctica, iba a perder un año de su vida con el culo pegado a una silla, y de que el trabajo encomendado, en realidad, sólo sería de cara a la galería. Al cabo de un año, cobraría su disparatado sueldo; el contrato redactado por Dirch Frode ya estaba firmado. La verdadera recompensa, esperaba, sería la información sobre Hans-Erik Wennerström que Henrik Vanger afirmaba poseer.
Sin embargo, después de escuchar a Henrik Vanger se dio cuenta de que aquel año no tenía por qué ser un año perdido. Un libro sobre la familia Vanger tendría valor por sí mismo; en el fondo, se trataba de una buena historia.
Ni por un segundo se le pasó por la cabeza poder dar con el asesino de Harriet Vanger, si es que realmente la habían asesinado y no había fallecido en algún absurdo accidente o desaparecido Dios sabe cómo. Mikael estaba de acuerdo con Henrik en que la probabilidad de que una chica de dieciséis años se hubiera ido voluntariamente y hubiera conseguido burlar todos los sistemas de control burocrático durante treinta y seis años era inexistente. En cambio, Mikael no quería descartar que Harriet Vanger hubiera huido; tal vez llegara a Estocolmo o quizá le ocurriera algo en el camino: drogas, prostitución, un atraco o, simplemente, un accidente.
Por su parte, Henrik Vanger estaba convencido de que Harriet había sido asesinada y de que algún miembro de la familia, tal vez en colaboración con otra persona, era el responsable. Su razonamiento se basaba en el hecho de que ella desapareciera durante aquellas dramáticas horas en las que la isla estuvo cortada y todas las miradas se centraron en el accidente.
Erika tenía razón en que, si se trataba de resolver el misterio de un crimen, la misión era un auténtico disparate. En cambio, Mikael Blomkvist empezaba a comprender que el destino de Harriet Vanger había ejercido una influencia determinante en la familia, sobre todo en Henrik Vanger. Llevara razón o no, la acusación de Henrik Vanger tenía una gran importancia en la historia de esa familia: a lo largo de más de treinta años, desde que la formulara abiertamente, había marcado las reuniones del clan y creado profundos conflictos que contribuyeron a desestabilizar a todo el Grupo Vanger. Un estudio sobre la desaparición de Harriet Vanger, por lo tanto, cumpliría su función como capítulo propio, incluso como hilo conductor de la historia de la familia; y material había de sobra… Un razonable punto de partida, tanto si Harriet Vanger era su principal misión como si simplemente se contentaba con escribir una crónica familiar, lo constituía el estudio de la galería de personajes. Sobre eso versó la conversación que mantuvo con Henrik Vanger aquel día.
La familia Vanger estaba compuesta -incluyendo a los hijos de los primos y a los primos segundos- por un centenar de personas. La familia era tan amplia que Mikael tuvo que crear una base de datos en su iBook. Usó el programa NotePad (www.ibrium.se), uno de esos geniales productos diseñado por dos chavales de la universidad KTH de Estocolmo que lo distribuían por dos duros en Internet como shareware. Al parecer de Mikael, pocos programas resultaban tan imprescindibles para un periodista de investigación. Así, cada miembro de la familia pudo contar con su propio archivo en la base de datos.