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El árbol genealógico podía ser reconstruido, con toda fiabilidad, hasta comienzos del siglo XVI, cuando el apellido familiar era Vangeersad. Es posible que el nombre, según Henrik Vanger, procediera del holandés Van Geerstat; en tal caso, el origen de la familia podría remontarse incluso hasta el siglo XII.

En lo que concernía a la época moderna, la familia llegó a Suecia desde el norte de Francia a principios del siglo XIX con Jean-Baptiste Bernadotte. Alexandre Vangeersad era militar; no conocía personalmente al rey pero había destacado como jefe de guarnición. En 1818 se le regaló la finca de Hedeby en señal de agradecimiento por la fidelidad y los servicios prestados. Alexandre Vangeersad poseía, además, una fortuna propia que usó para comprar unos extensos terrenos en los bosques de la provincia de Norrland. El hijo, Adrian, nació en Francia, pero, a petición de su padre, se mudó a Hedeby, ese perdido rincón del norte lejos de los salones de París, para encargarse de la administración de la finca. Se dedicó a la agricultura y la silvicultura con nuevos métodos importados del continente, y fundó la fábrica de papel en torno a la cual se fue creando Hedestad.

El mayor de los nietos de Alexandre se llamaba Henrik, y fue él quien acortó el apellido hasta dejarlo en Vanger. Desarrolló las relaciones mercantiles con Rusia y, a mediados del siglo XIX, creó una pequeña flota comercial de goletas que hacían la ruta de los países bálticos, Alemania y la Inglaterra de la industria del acero. Diversificó la actividad empresarial de la familia: comenzó con una modesta explotación minera y fundó algunas de las primeras industrias metalúrgicas de Norrland. Dejó dos hijos, Birger y Gottfried, y fueron ellos los que asentaron las bases de las actividades financieras de la familia Vanger.

– ¿Conoces las viejas normas hereditarias? -le había preguntado Henrik Vanger a Mikael.

– No, no es precisamente un tema en el que me haya especializado.

– Te entiendo. Yo tampoco lo tengo muy claro. Según la leyenda familiar, Birger y Gottfried siempre andaban como el perro y el gato, peleándose por el poder y la influencia en la empresa familiar. En muchos sentidos, esa lucha se convirtió en un lastre que amenazaba potencialmente la supervivencia de la empresa. Por esa razón, poco antes de morir, su padre decidió crear un sistema mediante el cual todos los miembros de la familia heredarán una parte de la empresa. Bien pensado, sin duda, en su momento, pero condujo a una situación en la que, en vez de buscar a gente competente y posibles socios de fuera, acabamos con un consejo de administración compuesto por miembros de la familia cuyo voto correspondía tan sólo al uno o al dos por ciento.

– ¿Esa norma sigue vigente en la actualidad?

– Así es. Si algún miembro de la familia quiere vender su parte, ha de hacerlo dentro del ámbito familiar. La junta general de accionistas anual reúne hoy en día a unos cincuenta miembros de la familia. Martin posee poco más de un diez por ciento de las acciones; yo tengo el cinco por ciento, ya que las he ido vendiendo, entre otros, al propio Martin. Mi hermano Harald tiene el siete por ciento, pero la mayoría de los que se presentan a la junta general sólo poseen un uno por ciento o un cero coma cinco por ciento.

– No tenía ni idea de eso. Suena un poco medieval.

– Es un auténtico disparate. Implica que para que Martin pueda llevar a cabo una determinada estrategia empresarial, tiene que dedicarse a ganar adeptos para asegurarse así el apoyo de, al menos, un veinte o un veinticinco por ciento de los socios. Es todo un mosaico de alianzas, escisiones e intrigas. -Henrik Vanger prosiguió-: Gottfried Vanger murió en 1901, sin hijos. Bueno, perdona, era padre de cuatro hijas, pero en aquella época las mujeres no contaban. Tenían su parte, pero los verdaderos dueños eran los varones de la familia. Hasta que se introdujo el derecho a voto, bien entrado el siglo XX, las mujeres ni siquiera podían asistir a la junta general.

– Muy liberal.

– No te pongas irónico. Eran otros tiempos. De todos modos, el hermano de Gottfried, Birger Vanger, tuvo tres hijos: Johan, Fredrik y Gideon, todos nacidos a finales del siglo XIX. Podemos olvidarnos de Gideon Vanger; vendió su parte y emigró a América, donde todavía existe una rama de la familia. Pero Johan y Fredrik convirtieron la compañía en el moderno Grupo Vanger.

Henrik Vanger sacó un álbum y empezó a enseñarle fotos. En algunos retratos de principios del siglo pasado se veía a dos hombres con barbillas prominentes y el pelo engominado que miraban fijamente a la cámara sin el más mínimo amago de sonrisa.

– Johan Vanger era el genio de la familia; estudió para ingeniero y desarrolló la industria mecánica con varios inventos patentados. El acero y el hierro constituían la base del Grupo, pero se amplió a otros sectores como el textil. Johan Vanger murió en 1956; por aquel entonces tenía tres hijas: Sofia, Märit e Ingrid, las primeras mujeres que automáticamente tuvieron acceso a la junta general del Grupo.

»El otro hermano, Fredrik Vanger, era mi padre; un hombre de negocios y el líder industrial que transformó los inventos de Johan en ingresos. No murió hasta 1964. Participó activamente en la dirección de la empresa hasta su muerte, aunque en los años cincuenta me dejó a mí al mando del día a día. Pasaba lo mismo que en la generación anterior, aunque al revés: Johan Vanger sólo tuvo hijas.

Hennk Vanger mostró las fotografías de unas mujeres con generosos pechos que llevaban sombreros de ala ancha y parasoles.

– Y Fredrik, mi padre, sólo tuvo hijos. En total llegamos a ser cinco hermanos: Richard, Harald, Greger, Gustav y yo.

Para hacerse una idea clara de todos y cada uno de los miembros de la familia, Mikael dibujó un árbol genealógico en unos folios pegados con celo. Resaltó los nombres de los familiares presentes en la isla de Hedeby en la reunión familiar de 1966 que, al menos teóricamente, podían tener algo que ver con la desaparición de Harriet Vanger.

Mikael renunció a incluir a los niños menores de doce años; le pasara lo que le pasase a Harriet Vanger, tenía que poner un límite lógico. Tras una breve reflexión también tachó a Henrik Vanger; si el patriarca hubiera tenido algo que ver con la desaparición de la nieta de su hermano, sus actividades de los últimos treinta y seis años pertenecerían al campo de la psicopatología. La madre de Henrik Vanger, que en 1966 tenía la respetable edad de ochenta y un años, también podía ser descartada razonablemente. Quedaban veintitrés miembros de la familia que, según Henrik Vanger, debían incluirse en el grupo de «sospechosos». Siete de ellos habían fallecido y algunos ya se hallaban en una edad muy avanzada.

Sin embargo, Mikael no estaba dispuesto a aceptar sin más la certeza de Henrik Vanger de que un miembro de la familia fuera responsable de la desaparición de Harriet. Había que añadir otras personas a la lista de sospechosos.

Y dejando de lado a los miembros de la familia, ¿quién más trabajaba en Hedeby cuando Harriet Vanger desapareció? Dirch Frode empezó a trabajar como abogado de Henrik Vanger en la primavera de 1962. El actual bracero Gunnar Nilsson, con coartada o sin ella, tenía diecinueve años; su padre, Magnus Nilsson, sí estaba en la isla de Hedeby al igual que el artista Eugen Norman y el reverendo Otto Falk. ¿Estaba casado Falk? Martin Aronsson, el granjero de Östergården, así como su hijo, Jerker Aronsson, también se encontraban en la isla; además, formaron parte del entorno de Harriet Vanger durante su infancia. ¿Qué relación había entre ellos? ¿Estaba casado Martin Aronsson? ¿Había más gente en la granja?

Cuando Mikael empezó a apuntar todos los nombres, el grupo se amplió a unas cuarenta personas. Algo frustrado, tiró el rotulador sobre la mesa. Eran ya las tres y media de la mañana y el termómetro seguía marcando 21 grados bajo cero. Parecía que la ola de frío iba a durar. Echaba de menos su cama de Bellmansgatan.