A las nueve de la mañana del miércoles unos golpes en la puerta despertaron a Mikaeclass="underline" Telia venía a instalarle el teléfono y un modem ADSL. A las once ya tenía conexión; ahora no se sentía tan discapacitado profesionalmente. Sin embargo, su móvil seguía en silencio. Erika llevaba una semana sin contestar a sus llamadas. Debía estar muy cabreada. Él también empezó a portarse como un cabezota y se negó a telefonear a la oficina; si la llamaba al móvil, ella podía ver que se trataba de una llamada suya y, por tanto, decidir si cogerlo o no. Y, a la vista de los resultados, era obvio que no quería.
De todos modos, abrió su correo electrónico y repasó los más de trescientos cincuenta correos que había recibido durante la última semana. Guardó una docena de ellos; el resto eran spam o envíos de listas de mailing en las que estaba apuntado. El primer correo que abrió fue de ‹demokrat88@yahoo.com› y contenía el texto «ESPERO QUE CHUPES MUCHAS POLLAS EN EL TRULLO, COMUNISTA DE MIERDA». Mikael guardó el correo en el archivo «Crítica inteligente».
Escribió un breve texto a ‹erika.berger@millennium.se›:
Hola, Ricky. Imagino que, dado que no me devuelves las llamadas, estás tan enfadada conmigo que querrías matarme. Sólo quería avisarte de que tengo conexión a la red y de que me encontrarás en mi dirección de correo cuando quieras perdonarme. Por cierto, Hedeby es un sitio bastante pintoresco que merece la pena visitar. M.
A la hora de comer, metió su iBook en la bolsa y subió al Café de Susanne, donde se instaló en su mesa habitual del rincón. Cuando Susanne le sirvió el café y los sándwiches, miró el ordenador llena de curiosidad y le preguntó en qué estaba trabajando. Mikael usó por primera vez su cover story y le explicó que había sido contratado por Henrik Vanger para redactar su biografía. Se intercambiaron cumplidos. Susanne lo instó a recurrir a ella para las historias verdaderamente suculentas.
– Llevo treinta y cinco años atendiendo a la familia Vanger y conozco la mayoría de los cotilleos que hay sobre ellos -dijo, y se volvió contoneándose.
El árbol que había dibujado Mikael mostraba que la familia Vanger no paraba de engendrar proles de niños. Contando a los hijos, los nietos y los bisnietos -le dio pereza incluirlos en la genealogía-, los hermanos Fredrik y Johan Vanger tenían unos cincuenta descendientes. Mikael también reparó en que los miembros de la familia presentaban una tendencia general a la longevidad. Fredrik Vanger llegó a cumplir setenta y ocho años, y su hermano Johan ochenta. Ulrika Vanger murió a la edad de ochenta y cuatro. De los dos hermanos con vida, Harald Vanger tenía noventa y dos, y Henrik Vanger ochenta y dos.
La única excepción era el hermano de Henrik Vanger, Gustav, que falleció como consecuencia de una enfermedad pulmonar a la edad de treinta y siete años. Henrik Vanger le explicó a Mikael que Gustav siempre había sido enfermizo y un poco suyo, y que prefirió mantenerse al margen del resto de la familia. No se casó y tampoco tuvo hijos.
Los que murieron jóvenes lo hicieron por causas distintas a la enfermedad. Richard Vanger falleció en el campo de batalla cuando participaba como voluntario en la guerra de Invierno de Finlandia, con sólo treinta y cuatro años. Gottfried Vanger, el padre de Harriet, murió ahogado un año antes de que ella desapareciera. Harriet sólo tenía dieciséis años. Mikael reparó en la extraña simetría existente en esa rama de la familia: abuelo, padre e hija habían sido víctimas de una curiosa serie de desgracias. Por la parte de Richard sólo quedaba Martin Vanger, quien, a la edad de cincuenta y cinco años, seguía sin casarse y sin tener descendencia. No obstante, Henrik Vanger informó a Mikael de que su sobrino mantenía una relación estable con una mujer que vivía en Hedestad.
Martín Vanger tenía dieciocho años cuando su hermana desapareció. Pertenecía a ese reducido grupo de familiares que podían ser descartados, con bastante seguridad, de la lista de personas potencialmente relacionadas con la desaparición. Aquel otoño lo pasó en Uppsala, donde estudiaba el último año de instituto. Iba a participar en la reunión familiar, pero llegó algo más tarde y, por lo tanto, se encontraba entre los espectadores, al otro lado del puente, durante la trágica hora en la que su hermana desapareció.
Mikael se fijó en otras dos curiosidades del árbol genealógico. La primera, que los matrimonios parecían ser para toda la vida; ningún miembro de la familia Vanger se había divorciado ni se había vuelto a casar, ni siquiera si el cónyuge había muerto joven. Mikael se preguntó con qué frecuencia estadística ocurriría eso. Cecilia Vanger se había separado de su marido hacía ya muchos años pero, por lo visto, seguía casada.
La otra curiosidad era que la familia parecía dividida geográficamente entre el lado «masculino» y el lado «femenino». Los herederos de Fredrik Vanger, a los cuales pertenecía Henrik Vanger, desempeñaban, tradicionalmente, importantes papeles en la empresa y se instalaban en Hedestad o en sus alrededores. Los miembros de la rama familiar de Johan Vanger, que sólo daba mujeres herederas, se casaron y se dispersaron por otras partes del país; vivían principalmente en Estocolmo, Malmö y Gotemburgo -o en el extranjero-, y sólo iban a Hedestad de vacaciones o para las reuniones importantes del Grupo. Había una sola excepción: Ingrid Vanger, cuyo hijo, Gunnar Karlman, vivía en Hedestad. Era el redactor jefe del periódico local, Hedestads-Kuriren.
En su faceta de investigador privado, Henrik pensaba que «el verdadero móvil del asesinato de Harriet» quizá debiera buscarse en la estructura de la empresa, en el hecho de que él, ya desde muy pronto, diera a entender que Harriet era especial; que posiblemente el motivo fuera hacer daño al propio Henrik, o que Harriet hubiera encontrado algún tipo de información delicada respecto al Grupo, convirtiéndose así en una amenaza para alguien. Todo eso no eran más que especulaciones sin fundamento; aun así, Mikael conformó un grupo «de especial interés» compuesto por trece personas.
La conversación del día anterior con Henrik Vanger también fue instructiva en otro aspecto. Desde el primer momento, el viejo habló de su familia en unos términos tan despectivos y peyorativos que a Mikael le resultaron extraños. Mikael llegó incluso a preguntarse si las sospechas contra su propia familia por la desaparición de Harriet no habrían hecho que al viejo patriarca perdiera un poco el juicio. Pero ahora empezaba a darse cuenta de que la apreciación de Henrik Vanger, en realidad, era asombrosamente sensata.
La imagen que se iba configurando revelaba una familia que era social y económicamente exitosa, pero claramente disfuncional en todos los ámbitos cotidianos.
El padre de Henrik Vanger fue una persona fría e insensible que engendraba a sus hijos para luego dejar que su esposa se encargara de su educación y bienestar. Hasta que los niños alcanzaron aproximadamente los dieciséis años, apenas vieron a su padre, con la excepción de esas celebraciones familiares especiales en las que se esperaba que estuvieran presentes, pero que también fueran invisibles. Henrik Vanger no podía recordar que su padre le hubiera expresado, ni tan siquiera una vez, alguna muestra de afecto; todo lo contrario: a menudo le dejaba claro que era un incompetente, y lo convertía en objeto de su destructiva crítica. Raramente había castigos corporales; no hacía falta. No llegó a ganarse el respeto de su padre hasta más tarde, con sus logros profesionales en el Grupo Vanger.
Su hermano mayor, Richard, se había rebelado. Tras una discusión, cuya causa nunca se comentó en la familia, Richard se marchó a Uppsala para estudiar. Allí inició la carrera nazi, ya referida por Henrik Vanger, que algún tiempo después lo llevaría a las trincheras en la guerra de Invierno de Finlandia.