– La verdad es que es mi dentista -dijo Martín Vanger, riéndose.
– Y entrar en esta familia de locos no es una cosa que me entusiasme -dijo Eva Hassel, dándole a Martín Vanger unas cariñosas palmaditas en la rodilla.
El chalé de Martin Vanger era el sueño de todo soltero. De arquitectura moderna y decorado con muebles en negro, blanco y cromado, su carísimo mobiliario de diseño habría fascinado al mismísimo Christer Malm, con su refinado gusto. La cocina estaba equipada con todo lo que un cocinero profesional podría necesitar. En el salón había un tocadiscos estéreo de la más alta gama y una formidable colección de discos de jazz de vinilo que iba desde Tommy Dorsey hasta John Coltrane. Martin Vanger tenía dinero y su hogar era lujoso y funcional, pero también un poco impersonal. Mikael advirtió que los cuadros de la pared eran simples reproducciones y láminas que se podían encontrar en Ikea: bonitas pero no muy sofisticadas. Las estanterías, al menos en la parte de la casa que Mikael pudo ver, no estaban muy llenas: la Enciclopedia nacional y unos cuantos libros de esos que la gente suele regalar por Navidad a falta de mejores ideas. En resumidas cuentas, Mikael sólo pudo apreciar dos aficiones personales en la vida de Martin Vanger, la música y la cocina. La primera afición se traducía en, aproximadamente, unos tres mil discos LP. La segunda se reflejaba en el barrigón que sobresalía por encima de su cinturón.
Como persona, Martin Vanger daba muestras de una curiosa mezcla de estupidez, agudeza y amabilidad. No hacía falta tener muy desarrollada la capacidad analítica para sacar la conclusión de que se trataba de una persona con problemas. Mientras escuchaban Night in Tunma, la conversación desembocó en el Grupo Vanger, y Martin Vanger no intentó ocultar que estaba luchando por la supervivencia de su empresa. La elección del tema confundió a Mikael; Martin Vanger era consciente de que tenía como invitado a un periodista al que apenas conocía, pero aun así hablaba de los problemas internos de la empresa con tanta franqueza que resultaba imprudente. Por lo visto, consideraba a Mikael como uno más de la familia, ya que trabajaba para Henrik Vanger. Coincidía con el anterior director en que los familiares sólo podían culparse a sí mismos de la situación en la que se encontraban. Por el contrario, carecía de la amargura propia del viejo y de su implacable desprecio por sus parientes; aquella incurable locura familiar parecía más bien entretenerle. Eva Hassel asentía con la cabeza, pero no realizó ni un solo comentario. Al parecer, ya habían tratado ese tema antes.
Martin Vanger estaba al tanto de que Mikael había sido contratado para escribir la crónica familiar, y le preguntó cómo avanzaba el trabajo. Mikael contestó sonriendo que le estaba costando mucho aprenderse todos los nombres, y luego preguntó si podía volver para hacerle una entrevista cuando le viniera bien. En varias ocasiones contempló la idea de conducir la conversación hacia la obsesión que el viejo tenía por la desaparición de Harriet Vanger. Sin duda, Henrik Vanger habría torturado más de una vez al hermano de Harriet con sus teorías; además, Martin debería entender que, si Mikael iba a escribir una crónica familiar, difícilmente podría pasar por alto que un miembro de la familia había desaparecido sin dejar rastro. Pero Martin no dio muestras de querer sacar aquel tema y Mikael lo dejó estar. Ya tendrían ocasión de hablar de Harriet más adelante.
Después de varios vodkas, se despidieron sobre las dos de la mañana. Mikael estaba bastante borracho cuando, tambaleándose, recorrió los trescientos metros que había hasta su casa. En general, fue una velada agradable.
Una tarde, durante la segunda semana de Mikael en Hedeby, alguien llamó a la puerta de su casa. Mikael dejó la carpeta de la investigación policial que acababa de abrir -la sexta- y cerró el estudio antes de abrir la puerta a una mujer rubia de unos cincuenta años bien abrigada.
– Hola. Sólo quería presentarme. Me llamo Cecilia Vanger.
Se dieron la mano y Mikael sacó unas tazas de café. Cecilia Vanger, hija del nazi Harald Vanger, le pareció una mujer abierta y, en muchos aspectos, atractiva. Mikael recordó que Henrik Vanger se había expresado con mucho afecto al hablar de ella; había mencionado que no se relacionaba con su padre, pero que eran vecinos. Charlaron un rato antes de que ella sacara el tema que la había llevado hasta allí.
– Tengo entendido que vas a escribir un libro sobre la familia. No estoy segura de que me guste la idea -dijo-. Pero aun así tenía curiosidad por verte.
– Bueno, es Henrik Vanger el que me ha contratado. Es su historia, por decirlo de alguna manera.
– Y el bueno de Henrik no resulta del todo objetivo cuando se trata de la familia.
Mikael la observó; en realidad, no entendía lo que ella había querido decir.
– ¿Te opones a que se escriba un libro sobre la familia Vanger?
– Yo no he dicho eso. Y no creo que mi opinión importe mucho. Pero seguro que ya has entendido que no siempre ha sido fácil ser miembro de esta familia.
Mikael no tenía ni idea de lo que habría dicho Henrik, ni hasta qué punto Cecilia conocería la verdadera misión. Hizo un gesto con las manos, como queriéndose excusar.
– Henrik Vanger me ha contratado para escribir una crónica familiar. Tiene opiniones bastante llamativas sobre varios miembros de la familia, pero pienso atenerme a lo que se pueda comprobar.
Cecilia Vanger esbozó una sonrisa triste.
– Lo que quiero saber es si voy a tener que exiliarme cuando el libro aparezca.
– No creo -contestó Mikael-. La gente sabe ver la diferencia entre una persona y otra.
– Como mi padre, por ejemplo.
– ¿Tu padre, el nazi? -preguntó Mikael.
Sorprendida, Cecilia Vanger elevó la mirada al cielo.
– Mi padre está loco. Sólo lo veo un par de veces al año, a pesar de que vivimos pared con pared.
– ¿Por qué no lo quieres ver?
– Espera un momento antes de empezar a soltarme una sarta de preguntas. ¿Vas a publicar lo que te diga? ¿O puedo tener una conversación normal contigo sin temer que me presentes como una idiota?
Mikael dudó un instante, sin saber muy bien cómo expresarse.
– Tengo el encargo de escribir un libro que empiece cuando Alexandre Vangeersad desembarcó con Bernadotte y que llegue hasta hoy en día. Tratará sobre el imperio industrial ostentado durante muchas décadas, pero, naturalmente, también versará sobre las razones por las que éste se está derrumbando y sobre los conflictos que hay en la familia. En este tipo de historias resulta imposible evitar que la mierda salga a flote. Pero eso no quiere decir que vaya a pintarlo todo de color negro, ni que vaya a hacer una caricatura sarcástica de la familia. Por ejemplo, acabo de conocer a Martin Vanger, que me parece una persona simpática, y así lo voy a describir.
Cecilia Vanger no contestó.
– De ti sé que eres profesora…
– Peor aún: soy directora del instituto de Hedestad.
– Perdona. Sé que le caes bien a Henrik Vanger, que estás casada, pero separada… y eso es todo, más o menos. Y sí, puedes hablar conmigo sin miedo a ser citada ni exponerte a nada. No obstante, seguramente algún día llamaré a tu puerta para pedirte que me ayudes a aclarar algún hecho concreto. Entonces sí será una entrevista y podrás decidir si quieres contestar o no. Pero te lo dejaré claro cuando sea el caso.
– Así que puedo hablar contigo… off the record, como soléis decir los periodistas.
– Por supuesto.
– ¿Y esto es off the record?
– Eres una vecina que me ha hecho una visita para tomar café, nada más.
– Vale. Entonces ¿te puedo preguntar una cosa?
– Adelante.
– ¿Qué parte del libro trató sobre Harriet Vanger?